Reformas, para gobiernos más eficientes | Parte 1
El sistema político experimenta la erosión y se desarrolla bajo una presión ante la cual no se han dado las respuestas oportunas, necesarias ni suficientes. Y me explico:
No hay respuesta oportuna, la dinámica social avanza a una velocidad que deja en evidencia un día sí y el otro también, que nuestro sistema, las bases legales que lo sostienen y su operación diaria se rezaga. Los cambios son necesarios, tenemos casos documentados de ineficiencia, de corrupción, de despilfarro y también de la resistencia institucional que entorpece hasta la voluntad de los funcionarios y gobernantes en turno.
Los cambios vienen a cuentagotas, son insuficientes. Cuando por fin se logra una reforma legal en cualquiera de sus formas; constitucional, de leyes secundarias, normas oficiales o reglamentos, la realidad que se pretende regular, se ha complicado más. Cuando al fin se logran sentar las bases para una decisión gubernamental que cambie una inercia determinada, la urgencia se ha incrementado.
Las buenas prácticas políticas tienden a facilitar el camino a los acuerdos entre las fuerzas e intereses naturalmente en pugna. Pero la actuación de los liderazgos, fácticos e institucionales tienen una alta responsabilidad en el funcionamiento y la eficacia del sistema al cual encabezan.
Y para muestra, traeré al escenario al expresidente Vicente Fox. El actor central de la alternancia en México, cuando en el año 2000 llegó a su fin la dictadura perfecta, término acuñado por Vargas Llosa. En su elección como presidente de México, se rompió con el sistema del Partido Hegemónico-pragmático que describe Giovanni Sartori y que ejemplificaba con México y la dominación del Partido Revolucionario Institucional.
No hemos vuelto a ver una legitimidad como la que acompañó a Fox en su arribo a la Presidencia, los dos siguientes procesos han sido elecciones cerradas y fuertemente cuestionadas. Y quien prometió acabar con el presidencialismo, fue incapaz de poner a trabajar toda su legitimidad, e incuestionable apoyo popular para lograr las reformas y cambios que cimbraran la estructura rígida y osificada que era y en buena medida sigue siendo el gobierno y sus procesos. Otro ejemplo sobre cómo aprovechar la legitimidad y las condiciones favorables para la gobernabilidad es Lula Da Silva, que llegó en condiciones similares que Vicente Fox, pero hizo cosas diferentes con sus circunstancias.
En México ya podemos decir que vivimos una normalidad democrática, pero el siguiente paso sigue siendo una deuda nacional. Las alternancias no han dejado al país mejoras suficientes. Tenemos que seguir avanzando y trabajar en el adjetivo de la democracia: La calidad democrática, que pasa por cambios que entre otras cosas exigen la eficiencia gubernativa.
Entre los cambios en los que se ha estado insistiendo en las últimas semanas está la posible reforma al plazo de los gobiernos municipales o en su caso, la reelección de los mismos. El tema amerita profundizar y desde luego no sacarlo del contexto nacional, pero sobre todo, de mantener fija y visible la meta que se busca con estos posibles cambios. La eficacia de los gobiernos, que son los responsables de la atención de los asuntos cotidianos del ciudadano, pero sobre todo, de ser consecuentes con el modelo de municipio que se acuerde con la población y sus organizaciones. Para eso, tendremos también que profundizar y darles viabilidad a los instrumentos de control institucional para incrementar la responsabilidad de los gobernantes, entendida esta como la obligación de dar respuesta de todos sus actos a los gobernados.