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16/04/13

Violencia contra mujeres: complicidad social y gubernamental

Existen pruebas contundentes de que la violencia contra la mujer es grave y generalizada. En todo el mundo, las mujeres entre los 15 y los 44 años tienen una mayor probabilidad de ser mutiladas o asesinadas por hombres, que morir a consecuencias del cáncer, la malaria, accidentes de tráfico, guerra o causas combinadas.

La violencia[1] contra mujeres tiene sus raíces en:

  • Las relaciones sociales de dominación masculina y subordinación femenina: unos mandan más que otros en la sociedad.
  • La construcción de identidades de género desiguales: las identidades femeninas son menos valoradas que las masculinas.
  • La división sexual del trabajo: las mujeres dedicadas al cuidado y responsabilidades familiares y los varones, a los trabajos productivos.
  • La persistencia de relaciones patriarcales en la esfera de la familia.

De acuerdo a estas expectativas culturales de la masculinidad y la feminidad, la sociedad tolera e incentiva la violencia de género que se ve reflejada en las prácticas cotidianas y en las disposiciones normativas que justifican y legitiman este tipo de violencia tanto en el ámbito privado como en la vida pública.

De ahí la insistencia en enfatizar que “la violencia de género no es resultado inexplicable de conductas desviadas y patológicas, es una práctica aprendida, consciente y orientada, producto de una organización social, estructurada sobre la base de la desigualdad de género” (OPS/OMS, 1999).

Desde este enfoque, la violencia de género se expresa en distintas formas, ámbitos y relaciones: violación, hostigamiento sexual, violencia en el hogar y feminicidio.[2]

 

La violencia familiar (o en el hogar)

La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia clasifica las modalidades y tipos de violencia de género, que refieren los ámbitos públicos y privados donde ocurre la violencia y las formas específicas de agresión.

El artículo 7 de dicha Ley, define la violencia familiar como: “el acto abusivo de poder u omisión intencional, dirigido a dominar, someter, controlar o agredir a las mujeres, dentro o fuera del domicilio familiar, cuyo agresor tenga o haya tenido relación de parentesco por consanguinidad o afinidad, de matrimonio, concubinato o mantengan o hayan mantenido una relación de hecho”.

Como testigos silenciosos de este agravio, se encuentran otras víctimas inocentes, unas que no pueden defenderse, otras que no saben cómo, son pequeños, son niños, los hijos.

Desde hace dos años, Susana Sánchez Silvestre originaria de Irapuato, se fue a vivir con su pareja, un hombre a quien apodan ‘El Negri’, quien decía era “el amor de su vida”. Pero el pasado miércoles 10 de abril “el amor de su vida” asesinó a golpes a su pequeña hija Alondra Jimena de aproximadamente tres o cuatro años de edad.

Los vecinos dijeron a las autoridades que desde hace tiempo a la niña, cada que “se portaba mal”, su padrastro le echaba alcohol en las manos y en los pies, después le prendía fuego.

Con el paso del tiempo Alondra creó una especie de condicionante psicológica: sabía que cada que su padrastro se acercaba a ella con la botella de alcohol en la mano, era porque había hecho algo malo. El pasado miércoles la misma niña se quitó las calcetitas para ser aprendida. El Padrastro para dejarle claro a la menor que todo iba en serio, le dejó más tiempo el fuego prendido. La pequeña no dejaba de llorar, el tipo no toleró más escuchar sus gritos y comenzó a golpearla hasta que dejo de quejarse, ya estaba muerta.

La madre de la niña dijo que también ella era víctima de las agresiones de su marido, “a mí también me ponía mis correctivos, me golpeaba, pero él tiene el derecho porque es mi marido. Nunca lo abandoné porque quién nos mantenía”.

Así fue narrada la tragedia de Alondra Jimena en diferentes medios de comunicación en Guanajuato. Al igual que esta infortunada pequeñita, miles de niños se enfrentan cada día, cada noche a situaciones similares: viven en una pesadilla de la que parece, nunca podrán despertar.

La actitud de la madre, Susana Sánchez, es por desgracia un ejemplo de lo que hacen muchas mujeres que viven la misma tragedia: se callan y ocultan el problema.

Las mujeres y los niños son las principales víctimas que sufren la violencia doméstica o familiar, pero mientras que en el caso de las mujeres maltratadas existe una creciente proliferación tanto de investigaciones como de recursos de ayuda, la atención e intervención sobre las consecuencias que se derivan para sus hijos es todavía bastante escasa.

En el estado no existen instituciones que den apoyo asistencial a los niños, el DIF brinda ayuda psicológica pero, ¿qué pasa si nadie los llevar a las oficinas? ¿En dónde pueden refugiarse del maltrato? ¿Porqué no hay un albergue para ellos?

La violencia ejercida con los niños en muchos de los casos es ignorada, en primer lugar por los padres, familiares, vecinos y hasta por las propias autoridades. Muchas familias aún viven bajo la concepción de que “más vale un buen golpe a tiempo que luego estarse lamentando”, la imposición de castigos físicos o el maltrato verbal, por ejemplo siguen siendo prácticas cotidianas que gozan de niveles altos de aceptación.

Una característica típica es el hecho de que en las escuelas el castigo físico no ha sido prohibido hasta el día de hoy.

Las consecuencias del maltrato

El hecho de que los niños sean testigos de la violencia como el que, además, puedan ser víctimas de ella, conlleva toda una serie de repercusiones negativas tanto para su bienestar físico y psicológico como para su posterior desarrollo emocional y social. Gran parte de esta violencia, que incluye violencia física, sexual, psicológica, discriminación y abandono, permanece oculta y en ocasiones, es aprobada socialmente.

El ambiente de violencia en México tiene un impacto en la deserción escolar, y queda reflejado en tasas de homicidios muy elevados de niños y niñas.

Las huellas que el maltrato emocional deja en el psiquismo del niño, se constituyen en un obstáculo que inhibe, coarta, limita y, en casos extremos, paraliza completamente su desarrollo.

Las investigaciones han demostrado claramente que la violencia física, psicológica o sexual, ejercida sobre una persona, causa en ésta toda una serie de repercusiones negativas a nivel físico y psicológico. Tras una experiencia traumática se produce una pérdida del sentimiento de invulnerabilidad, sentimiento bajo el cual funcionan la mayoría de los individuos y que constituye un componente de vital importancia para evitar que las personas se consuman y paralicen con el miedo a su propia vulnerabilidad (Janoff-Bulman y Frieze, 1983; Perloff, 1983).

En el caso de los niños que no sólo son testigos del maltrato hacia su madre sino que, a la vez, también son víctimas de esa violencia, la pérdida es todavía, mucho más desequilibrante, pues afecta a un componente absolutamente necesario para el adecuado desarrollo de la personalidad del menor, el sentimiento de seguridad y de confianza en el mundo y en las personas que lo rodean. Máxime cuando el agresor es su propio padre, figura central y de referencia para el niño y la violencia ocurre dentro de su propio hogar, lugar de refugio y protección. 

La toma de conciencia por parte del menor de tales circunstancias frecuentemente produce la destrucción de todas las bases de su seguridad. El menor queda entonces a merced de sentimientos como la indefensión, el miedo o la preocupación sobre la posibilidad de que la experiencia traumática pueda repetirse, todo lo cual se asocia a una ansiedad que puede llegar a ser paralizante.

Los niños a menudo están confundidos, no entienden lo que está sucediendo, se sienten indefensos, asustados, ansiosos, culpables (por haber hecho algo que causara la violencia, por no haber protegido a la madre, por seguir queriendo al padre), inseguros y preocupados por el futuro. A muchos les resulta difícil exteriorizar sus sentimientos o preocupaciones con una madre cargada de dolor, angustia o ansiedad, a menudo demasiado ocupada en trámites burocráticos o judiciales.

Muchas madres piensan que la experiencia de la violencia doméstica que ellas sufrieron no afecta de forma importante a sus hijos. Creen que los niños están bien, que actúan como siempre lo han hecho. A menudo intentan actuar con sus hijos como si nada hubiese ocurrido y confían en la posibilidad de que no se hayan dado cuenta de lo sucedido o que, en todo caso, lo olviden, optando a menudo por no hablar con ellos de un tema doloroso y todavía no superado.

Número de denuncias de violencia

Las investigaciones llevadas a cabo en los últimos 25 años han puesto de manifiesto la existencia de una estrecha asociación entre la violencia en la pareja y el maltrato infantil. Esta co-ocurrencia se ha encontrado en diversos estudios entre el 30 % y el 60% de los casos evaluados (Edleson, 1999). Los casos más frecuentes son aquellos en que el maltratador agrede tanto a la mujer como a los niños, pero también se dan los casos en que la agresión se ejerce del hombre hacia la mujer, y de ésta o de ambos hacia los niños (Appel y Holden, 1998).

Según datos de la UNICEF, Estados Unidos, México y Portugal son los países donde el índice de mortalidad de menores por maltrato físico es más elevado, con  cifras  10  o 15 veces mayores que en el resto de las naciones desarrolladas.

La   Organización   Mundial   de la Salud, reportó que en 2006 hubo unas 57 mil  defunciones  atribuidas  a  homicidios  en los menores de 15 años de edad. Las estimaciones de los homicidios de niños a nivel mundial indican que los lactantes y los niños muy pequeños corren un riesgo mayor con tasas en el grupo de 0 a 4 años. La OMS calcula que 150 millones de chicas y 73 millones de chicos menores   de   18   años   tuvieron  relaciones  sexuales   forzosas o sufrieron otras formas de violencia sexual con contacto físico. 2002.

En México durante la consulta a niños y adolescentes que se emprendió de manera paralela a las elecciones federales y legislativas del 2000 en la que participaron 4 millones de niños y niñas entre 6 y 17 años, el 28% de los niños y niñas de 6 a 9 años dijeron que son tratados con violencia en su familia y el 32% dijo que esta era su realidad en la escuela. El Informe concluye que con respecto al número total de niños y niñas de este grupo de edad estos porcentajes significan que alrededor de 3 millones de niños y niñas de entre 6 y 9 años en México sufren violencia en sus familias y en sus escuelas.

La alerta, la falta de responsabilidad jurídica y las acciones urgentes

Es importante destacar que, según las propias especificaciones de las convenciones internacionales, la responsabilidad jurídica de brindar justicia se extiende hacia los propios Estados, señalando que la omisión de programas adecuados para atender las nefastas consecuencias de la violencia contra las mujeres, también constituyen una falta jurídica.

Es necesario, oportuno y conducente  exigir que el Estado tome las medidas necesarias para responder a la violencia contra la mujer, salir del “reino de la discrecionalidad” para pasar a ser un derecho protegido jurídicamente. Por ello, la garantía de las mujeres a una vida libre de violencia, supone la concurrencia nacional e internacional de un conjunto de acciones estatales para proteger estos derechos en todo el mundo.

Es además necesario establecer sistemas de detección y registros de información e indicadores que permitan evaluar la incidencia del problema y en su caso el impacto en la reducción de la misma, así como el diseño y el monitoreo de programas y acciones para mejorar la eficacia de la respuesta del Estado.

Otra necesidad es el fortalecimiento de las capacidades de las y los servidores públicos que participan en la sanción, atención y prevención de la violencia contra las mujeres. Establecer estrategias de formación y capacitación a quienes realizan, formulan y aplican la ley, al personal de los servicios de salud y de atención psicológica, las y los trabajadores sociales, y a las personas encargadas de formular políticas públicas.

Debemos erradicar la idea de considerar la violencia contra las mujeres como un acto aislado dentro del espacio privado y no como problema social, así como los prejuicios sociales y actitudes negativas de los prestatarios de servicios, que promueven la impunidad.

Existe una gran desconfianza hacia los sistemas y las instituciones encargadas de la impartición de  justicia entre las mujeres que han solicitado apoyo y que no han recibido una respuesta, debido a la burocracia en los trámites, ineficacia policial, falta de privacidad y confidencialidad, información imprecisa, presiones, re-victimización y cobros injustificados, entre otras causas.

Escuchar y proteger a los niños

En lo que respecta al maltrato infantil, en México, todavía no se cuenta con un registro nacional adecuado de todos los casos que son reportados a las distintas autoridades (salud, educación, protección a la infancia o justicia). Es decir, no hay manera de saber si los casos que reporta uno de estos sectores son los mismos registrados en otro. De igual modo, no debe olvidarse que sólo llegan a conocimiento de las autoridades los casos más severos, mientras que la mayor parte no son reportados, quedando, por tanto, fuera de los registros.

El artículo 19 de la Convención sobre los Derechos del Niño pide a los Estados adoptar medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas para proteger a esta población contra toda forma de violencia.

El Código para el Sistema de Protección y los Derechos Fundamentales de los Niños, Niñas y Adolescentes (Ley 136-03) en sus artículos 386 y siguientes penaliza la violencia e insta a la sociedad a denunciar el abuso en su contra, como parte de los principios fundamentales de dicha Ley. (art.14).

En México durante la consulta a niños y adolescentes del 2000, los niños respondieron lo siguiente:

A la pregunta sobre qué podrían hacer los adultos para no maltratar a los niños, el 50% dijo que los adultos deberían aprender a respetar a los niños, el 37% opinó que se debería eliminar la violencia en la televisión, y el 29% dijo que existieran lugares donde los niños puedan pedir ayuda.

Bibliografía

 

La violencia de género, Red de Defensorías de Mujeres de la Federación Iberoamericana del Ombudsman.

P., Andrés Domingo (2004), “Violencia contra las mujeres, violencia de género”, en La violencia contra las mujeres.

Prevención y detección. Cómo promover desde los servicios sanitarios relaciones autónomas solidarias y gozosa, Díaz de Santos, Madrid.

Carcedo, Ana y Giselle Molina (2003), Mujeres contra la violencia. Una rebelión radical, Editorial CEFEMINA, San José. Claramunt, Cecilia (2002), “Casitas Quebradas”, 7a reimpresión de la 1a ed., EUNED, San José.

Corsi, Jorge, La violencia hacia la mujer en el contexto doméstico, Fundación Mujeres. Consultado en: http://www.corsi.com.ar/articulos.htm

Gómariz et al. (2000), Los Sistemas Públicos contra la violencia doméstica en América Latina. Un estudio regional comparado, Fundación Género y Sociedad, Costa Rica, 2000.

 Informe Nacional sobre Violencia y Salud. Secretaría de Salud. México, DF: SSA; 2006, p.5. 

 

[1] Violencia: “El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas posibilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones." Informe Mundial sobre Violencia y Salud. Organización Mundial de la Salud.

[2] Asesinato de una mujer ejercido por un hombre por el simple hecho de ser mujer.

 

Violencia contra mujeres: complicidad social y gubernamental