jueves. 25.04.2024
El Tiempo

Blanco y negro • David Herrerías

“…en la polarización estamos eliminando el tecnicolor y los matices de grises para tratar de vivir en el alto contraste…”

Blanco y negro • David Herrerías

Hace unas semanas, el Papa Francisco hizo una declaración en la que condenaba enérgicamente la guerra en Ucrania, hablando del sinsentido de las guerras y pidiendo a todas las partes en conflicto que hicieran los esfuerzos necesarios para traer la paz y acabar con el sufrimiento de las personas en la zona. Aunque el llamamiento era enfático, fue muy criticado por algunos porque el Papa no nombraba y condenaba directamente al presidente de Rusia como causante de esta desgracia. Hay explicaciones de tradición y diplomáticas que explican la elusión del nombre del líder ruso, especialmente las que tienen con dejar abiertos los puentes para acciones concretas de salvamento, de corredores de paz y de vías de diálogo.

Pero lo que traslucen algunas de esas críticas es la necesidad de muchas personas, de nombrar a los responsables de un bando como culpables únicos. ¿Es Putin el único culpable de la guerra en Ucrania? Seguramente es el principal, pero todas las guerras se cocinan lentamente y con muchos más ingredientes. Los Estados Unidos, empeñados en extender su poderío a través de la OTAN, pudieron hacer mucho más hace tiempo si hubieran respetado el acuerdo de que, una vez caído el muro, este organismo de defensa (y agresión) mantendría sus fronteras sin invadir el área de influencia de la ex URSS. Los países europeos podrían haber sido más coherentes y apoyar más enfáticamente a la oposición civil rusa contra los abusos autoritarios de Putin, que tienen muchos años. Pero había muchos intereses –el gas, el trigo– que los hizo voltear para otro lado, y que les hace temblar la mano ahora que se trata de imponer sanciones.

Parece que es más fácil ver el mundo en blanco y negro. La Segunda Guerra Mundial tiene un único culpable: las películas que sueñan con el “qué hubiera pasado si Hitler se hubiera muerto antes”, hacen caso omiso de las condiciones sociales indignas que generaron en Alemania los países vencedores de la Primera Guerra, sin las cuales Hitler no habría sido posible. No disculpo en ningún sentido a Hitler y al nazismo, pero en esa guerra como en ésta, sirve conocer los matices, para saber cómo evitarlas.

En México no cantamos mal las rancheras, y en la polarización que vivimos y seguimos atizando, estamos eliminando el tecnicolor y los matices de grises para tratar de vivir en el alto contraste. Creo que nunca como antes hemos eliminado las gradaciones en el análisis. Se tiene que ser “anti” o “pro”. Nada que salga del gobierno puede ser bueno. Nada que salga de los críticos al régimen puede ser bienintencionado.

El resultado es la incapacidad para el análisis y la reflexión conjunta y constructiva. Desde el gobierno se mandaron y se van a mandar iniciativas para modificar la Constitución que llevan pegada la etiqueta: “No se le modifique ni una coma”. Desde la oposición se manda la contrapuesta con la etiqueta “No va a pasar”. Lo más triste del asunto es que sí hay cosas que arreglar, si hay asuntos que se podrían mejorar. ¿Nos podremos poner a dialogar, para develar los matices y mejorar lo que tenemos?

A algunos les gusta el blanco y negro, porque en la política es muy útil tener enemigos claros (u oscuros) a quienes se puedan dirigir los dardos y en torno a los cuales se pueda convocar a los prosélitos a empuñar los trinches y las azadas. A otros, más normalitos, nos acomoda la ausencia de gradaciones, porque nos da tranquilidad la certidumbre de conocer quiénes son siempre los malos de la película (siempre los otros, los del sombrero negro).

Pero el mundo no es así. En el acercamiento y el diálogo, apenas el blanco se abre un poquito al negro –solo tocarlo– ahí, en el punto de contacto, se revelan los grises. Pararse frente al otro desde la humildad de sabernos grises, o desde el gusto de sabernos de colores, es el único camino para construir algo en el que quepamos todos y todas.