Chantajear vecinos o recordar abuelitos • David Herrerías
“…una tradición que integra la visión prehispánica de la muerte con la tradición cristiana, en una amalgama que se construye a través de varios siglos…”
Allá, por el siglo tercero antes de Cristo, los romanos conquistaron Grecia. A pesar de la fuerza del imperio que se expandía, los griegos impusieron parte de su cultura a sus adversarios. La admiración que los romanos tenían por la cultura helénica hizo que muchos de los prisioneros llevados como esclavos a Roma fueran tomados como tutores de los jóvenes descendientes de Rómulo y Remo, lo que inoculó rasgos de la cultura de los dominados en los dominadores.
Tristemente, no siempre es así. Es muy común que los poderosos impongan su cultura o parte de ella independientemente de las bondades de las culturas a las que suplantan. Este dominio no siempre es por la fuerza: a veces es un proceso de imitación de los vencidos, que ven en las tradiciones culturales de los vencedores modelos a seguir. Otras veces, se imponen a mediante mecanismos impulsados por intereses políticos o comerciales, a través del dominio de los medios de transmisión del conocimiento y de la comunicación. Esos procesos logran sustituir algunas costumbres evidentemente más ricas y fecundas por otras peores, o con menos raíces en la cultura de los pueblos.
Ese proceso de dominación cultural se ha dado en México en el caso de las tradiciones vinculadas a las festividades de los muertos. Claramente, desde los años setenta se fue imponiendo a nivel urbano el festejo del Halloween en detrimento del tradicional Día de Muertos. Como sucede en muchos casos, se introduce a través de los gustos de las clases dominantes que lo importan de países extranjeros (imitación) y se fortalece por su alto potencial comercializable, en contra de una tradición, el Día de Muertos, que se vincula a un consumo de productos poco industrializados.
Afirmo que la noche de brujas (al menos en su versión sajona, la que nos ha llegado) es una tradición menos rica que nuestro Día de Muertos, y tengo razones para hacerlo. En primer lugar, en las dos formas de celebración se enfrentan dos concepciones sobre la muerte y los muertos. Una centrada en el terror, en el distanciamiento, en el deseo de que los difuntos no regresen, en la violencia y la venganza de los finados sobre los vivos. La otra, anclada en el recuerdo, en el deseo de tenerlos, en la acogida. No es banal el contraste entre nuestra imagen de brujas y brujos en nuestra cultura y en la cultura sajona: en nuestro caso, son personas que sanan o ayudan al tránsito, a la comunicación con el mundo no perceptible, con nuestros nahuales. En el otro, son seres malvados, instrumentos del demonio, y, generalmente, mujeres. En la vida real y en el pasado, mujeres que se salían del cartabón cultural de la época. El Halloween viene acompañado de una costumbre que le ha ayudado a imponerse entre los más pequeños: la petición de dulces mediante la amenaza: sweet or treat. Nuestro Día de Muertos no ha escapado a la idea, aunque pedir la calaverita parece recurrir menos al chantaje. Es indudable que el Día de Muertos representa muy bien nuestro mestizaje: una tradición que integra la visión prehispánica de la muerte con la tradición cristiana, en una amalgama que se construye a través de varios siglos.
La parafernalia consumista del Halloween permite iniciar el gran puente del consumo de fin de año, que encuentra otra piedra de apoyo en el Buen Fin, la Navidad (la de Santa Claus, desde luego) para terminar con Los Reyes. Por eso la batalla del Día de Muertos contra la costumbre anglosajona había ido perdiéndose. Paradójicamente, del extranjero vienen dos fenómenos culturales que rescatan, aparentemente, lo que veíamos diluirse. James Bond inventa un desfile sui generis de Día de Muertos en la Ciudad de México, y Pixar se sumerge en la riqueza de nuestra tradición para producir una hermosa película sobre el tema. Pareciera que estos dos hechos despiertan las posibilidades de esta tradición como recurso mercantil, pero también la lanzan al mundo y nos ponen en el escaparate, fortaleciendo, quizás, nuestra propia valoración de una tradición un tanto cuanto desdeñada.
“Haiga sido como haiga sido”, estamos en una coyuntura que nos puede ayudar a recuperar los espacios ganados por una tradición claramente más oscura, a favor de una tradición que tiene más sentido, que nos da mayor identidad y que tienen un contenido mucho más rico. Toca a los padres y madres, a las escuelas, a los organismos públicos y privados, optar y revivir (volverla a vivir) nuestra tradición del Día de Muertos.