Crematística
“Las cifras de pobreza y la escandalosa desigualdad en León y en el país nos hacen dudar de que la economía, como administración de la casa común y de sus habitantes, sea lo que ordena el funcionamiento de nuestra sociedad…”
La adoración del antiguo becerro de oro
ha encontrado una versión nueva y
despiadada en el fetichismo del dinero y en
la dictadura de la economía sin un rostro
y sin un objetivo verdaderamente humano.
Papa Francisco
Crematística es una bonita palabra que se usa poco hoy en día, pero que dista mucho de estar muerta, y se presta muy bien para guardar en ese banco de palabras que podemos usar en ocasiones especiales, como en las mesas de café, cuando estamos a punto de resolver los principales problemas del país y del mundo. “¡Lo que pasa es que se ha confundido la economía con la crematística!”, se puede decir, alzando un poco la voz y apuntando con el índice hacia la constelación más cercana. Efectivamente, crematística es pariente de la palabra economía, aunque parentezco no siempre quiere decir afinidad.
Crematística no comparte su raíz con crematorio, que significa incinerar, ni con crema, que viene del francés creme. Su origen viene del griego khrema, la riqueza, o su posesión y acumulación. Puede ser también el arte de hacerse rico. Si usted leyó en la preparatoria a Aristóteles, lo más probable es que no recuerde que el griego ya se había planteado la distinción entre crematística y economía. Según Aristóteles, la acumulación de dinero por dinero es una actividad contra natura que deshumaniza a aquellos que se dejan seducir por sus encantos. Radical, el filósofo opinaba que las actividades humanas como la usura, las operaciones de la bolsa, y cualquier actividad que no produjera nada sino sólo dinero, eran condenables desde un punto de vista ético. En esta lista negra entraba el comercio. Hay que recordar que la tan alabada democracia griega tenía poco de democrática, porque aparte de excluir a las mujeres y los esclavos, excluía a los comerciantes.
En el fondo, la condena a la crematística tenía que ver con esa búsqueda del lucro como un fin en sí mismo. Mientras que la economía del griego oikonomía –de oîkos, “casa” y nomos,”ley”– es el arte de lograr que en una casa común –mundo-nación-comunidad–, en la que los recursos son por naturaleza limitados, todos puedan satisfacer sus necesidades. La economía NO es el arte de competir por esos recursos escasos para producir riqueza, como si la producción de riqueza fuera un fin en sí mismo. La figura de la casa es muy bonita, y está en la raíz del concepto. La economía trata sobre la administración de una casa, y cuando se administra un hogar se sobreentiende que el objetivo primario es mantener en buen estado ese espacio común (ecología) y después asegurarse de que los que viven ahí estén en buenas condiciones, con cierto grado de equidad. Nadie estará conforme si en la casa que habita han tenido que mandar al abuelo a dormir en la casa del perro, o si los niños que llegan tarde a la repartición en la mesa se queden sin cenar.
La diferencia entre estas dos palabras no es sólo etimológica, ni preocupó únicamente al sabio Aristóteles. Recientemente el papa Francisco ha machacado sobre el asunto, utilizando el concepto de la idolatría del dinero. El dinero es un dios que todo lo trastoca. Esto se puede palpar en la vida real, aunque a veces haya que afinar el tacto, porque hemos ido aceptando ideas provenientes de la crematística como si fueran la más pura y ética doctrina económica. Veamos: ¿Cuál es la finalidad de una empresa? De acuerdo a la economía, las empresas tienen dos fines principales: producir bienes y servicios para la sociedad, y ofrecer un espacio de trabajo y realización a las personas. Para que eso se logre, desde luego que la empresa debe obtener ganancias que la hagan sustentable, pero esto último es un medio, no un fin. De acuerdo a la crematística la finalidad de las empresas es producir riqueza, y lo demás se ordena a este sacro fin. No importa que vendamos basura, o vicios, o espejitos y cuentas de vidrio; no importa que para producir riqueza debamos pagar muy bajos salarios y evitar el pago del seguro social y otras prestaciones. A veces, cuando ya se ha acumulado mucha riqueza esas empresas pueden dar algún donativo para obras de caridad, pero el empresario que se asume como el que ordena (el nomos) esa casa (oikos) en beneficio de todos los que la habitan, produce, sin necesidad de aparecer en los periódicos donando lo que le sobra, mucho más bienestar.
El neoliberalismo rampante nos ha hecho creer que la crematística, propia de muchas empresas privadas, debe también llevarse a la esfera estatal. Y resulta que podemos tener instituciones públicas encargadas de proveer servicios básicos, para las que su razón fundamental es producir riqueza, trastocando su sentido. Un ejemplo casi chusco lo tuvimos en el trienio de Sheffield en León, cuando estaba dispuesto a pelar con los pepenadores por la propiedad de la basura que los ciudadanos dejábamos afuera de nuestras casas. La función de la recolección de basura es cuidar el ambiente y la salud. No tiene que ser negocio, aunque pueda buscarse su sustentabilidad económica. Pero la tentación crematística amenaza frecuentemente otros servicios como el transporte, el agua y muchos más.
Las cifras de pobreza y la escandalosa desigualdad en León y en el país nos hacen dudar de que la economía, como administración de la casa común y de sus habitantes, sea lo que ordena el funcionamiento de nuestra sociedad. La crematística, aunque la mayoría no sepa bien a bien qué significa, es la que rifa. Si no le hicimos caso a Aristóteles – a la mejor porque lo leímos apenas en prepa– ¿sabremos escuchar al Papa Francisco?