Las democracias son chatas
En la estupenda película estrenada el año pasado, Lincoln, se narran parte de las discusiones que se dan en 1863 en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos para aprobar la 13a Enmienda, que pondría fin a la esclavitud en ese país. Debo advertir en este punto que a partir de aquí voy a contar una parte significativa de la película, por lo que si usted no la ha visto, puede ir a verla y regresar después a leer el artículo. Dicho lo cual, continuamos.
La Enmienda corría varios peligros, según se narra en el filme. Por un lado, si la Guerra de Secesión terminaba, la incorporación de los representantes sureños a la Cámara construiría una mayoría en contra de la enmienda. Por otro lado, si bien la iniciativa contaba con la aprobación de la mayoría de los republicanos y algunos demócratas, la posibilidad de ser rechazada por muchos de ellos, los más conservadores, era muy alta. El problema de fondo era que para muchos de ellos, una cosa era la prohibición de la esclavitud y otra, muy diferente, era la proclamación de la igualdad de razas y consecuentemente, la posibilidad de que se diera un mestizaje.
Una pieza clave en las negociaciones era el senador republicano Thaddeus Stevens. Este hombre, según lo establece la película (quiero pensar que está fundamentado históricamente), pertenecía a un grupo que era partidario de una declaración radical para su época y cultura, en la que se estableciera la igualdad racial. El senador Stevens, según se verá después, no sólo era partidario de la igualdad de las razas, sino que mantenía una relación secreta de pareja con una mujer negra que simulaba ser (o era) su ama de llaves. Pero dada la oposición que una propuesta de avanzada generaría en sus propios partidarios, se ve obligado a declarar, frente a todos los representantes de las cámaras, que bajo la enmienda que aprobarían no se escondía ninguna idea que tuviera que ver con la igualdad de las razas. Thaddeus Stevens sabía que la única propuesta posible era una propuesta moderada, y miente respecto a sus propios pensamientos, porque sabe que a la larga la enmienda iría desencadenando otros cambios.
La película devela, así, una de las características típicas de las democracias: son chatas. Como es un régimen que se basa en la construcción de consensos, éstos generalmente se encuentran lejos de los extremos. Las posiciones más progresistas generalmente son posiciones de minorías. Parece un asunto muy lógico, pero muchos de los desencantados con la democracia lo están porque sienten que no les ha servido para alcanzar sus metas más ambiciosas. Pero si una idea o una propuesta sigue siendo sólo la idea de una minoría no se puede imponer, a menos que se esté dispuesto a hacer concesiones.
Eso no quiere decir que el régimen imposibilite los cambios de avanzada, pero en el corto plazo es frecuente que los progresos se vean chatos, cortos. Con frecuencia hay que conformarse con pasos pequeños, con la esperanza que estos desencadenen a futuro cambios de mayor envergadura.
En este sentido, la democracia encierra el germen de su propia destrucción, puede estar siempre en peligro. Por un lado, están los desencantados comunes que se desinteresan de la política y dejan de apostar por las vías electorales. Pero de forma más extrema, la urgencia de impulsar cambios cuando se viven situaciones insostenibles como la pobreza o la inseguridad, puede hacer surgir fácilmente liderazgos mesiánicos personalistas o propuestas totalitarias, de izquierda o de derecha. Al principio las urgencias hacen ver la pérdida de libertades civiles que exige un régimen “más eficaz” como aceptables. Pero con el tiempo los regímenes –que pueden llegar aprovechando las vías legítimas de la democracia o con golpes de estado– terminan por agravar muchas de las situaciones críticas que pretendían resolver.
Podemos pensar en muchos ejemplos en Latinoamérica; Venezuela es sólo uno de ellos. Pero lo importante es saber que la democracia no es un estado beatífico que se alcance de una vez y para siempre, y eso nos debe decir algo a nosotros. El problema con nuestra democracia es que no sólo es chata, como todas, sino que adolece de otros males, como la brecha entre los partidos y la población, el desprestigio de la clase política, sus altos costos, etc, etc. No es gratuito que los grandes problemas nacionales encuentren cauces distintos a los institucionales.
Sí, las democracias son chatas de nacimiento. Pero lo tuerta y tullida de la nuestra es otra cosa. No nos confiemos.