Estudiantes y democracia radical
"Un niño o niña pueden nacer en un país que es aparentemente democrático, al menos en el sentido más elemental de la democracia electiva..."
Un niño o niña pueden nacer en un país que es aparentemente democrático, al menos en el sentido más elemental de la democracia electiva: un país en el que las y los ciudadanos eligen a quienes ocuparán los principales cargos públicos. Pero estos pequeños, vivirán quizá toda su infancia, sujetos a una estructura familiar que no tiene nada de democrática: padres autoritarios que establecen las reglas sin participación de los chicos; personitas que en muchas ocasiones no pueden decidir ni siquiera sobre su propia ropa o su corte de pelo. Irán creciendo también en una escuela en la que todo está decidido de antemano, en la que no se puede argumentar en contra del profesor, so pena de recibir una sanción o reprobar la asignatura; en la que los conocimientos están ordenados desde la lógica y los intereses de los adultos, y en la que el mejor alumno es el que mejor obedece las directivas y aprende lo que los otros quieren que aprenda.
Cuando por fin salen al mundo laboral, en la mayoría de las empresas los lemas del trabajo en equipos horizontales son sólo eso: palabras escritas para adornar las paredes de oficinas en las que los trabajadores, formados en escuelas y familias poco democráticas, realizan sin chistar tareas que les son impuestas desde los niveles superiores.
Incluso en el ámbito de la diversión hay pocos espacios realmente democráticos: el futbol, por ejemplo, es un espectáculo en el que el aficionado puede emocionarse, gritar, gozar o sufrir, pero su capacidad para incidir en lo que pasa en su equipo es prácticamente nula. O la capacidad que tienen los televidentes para influir de verdad en la fábrica de estrellas pop que imponen los grandes medios de comunicación. El capitalismo globalizado transita hacia un mundo en el que, cada vez más, decisiones importantes que afectan a los países no puedan ser decididas por éstos, sino por grandes empresas transnacionales que los rebasan por su poderío económico. Pero son un grupo muy reducido de multimillonarios quienes pueden tomar decisiones respecto a la integración de los consejos de administración de estas empresas.
Más allá de la democracia electiva que garantiza las elecciones libres; más allá también de la democracia participativa que reconoce que no sólo a través de representantes electos cada tres o seis años, las y los ciudadanos podemos participar en las decisiones de gobierno, la democracia radical que ha defendido –entre otros- la filósofa española Adela Cortina, postula que la democracia debe llegar a todos los ámbitos de la vida de las personas. Cuando se habla de esto, los que defienden la idea de que la democracia electiva es la única posible, imaginan que hablar de esta en la familia, la fábrica o la escuela, es reproducir los procedimientos electorales en otras escalas. Pero hablar de democracia radical no es votar por quién será el papá o la mamá los próximos tres años; es garantizar que los sujetos que van ser afectados por alguna decisión tengan el derecho de participar en el proceso decisorio. Esto se puede dar de muchas formas y en niveles diferentes: no es el mismo nivel y forma de participación que pueden tener en las decisiones los pequeños del preescolar, que los jóvenes de la preparatoria o universidad.
Cuando uno revisa las 10 peticiones que los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional entregaron el martes pasado, la mayoría no son más que la exigencia de gozar, al interior de la institución, de un mayor nivel de democracia: Participación y consulta en la construcción del reglamento, con disposición al diálogo de todas las partes; discusión de los planes con la intervención, no sólo de ellos, los estudiantes, sino de profesionistas, académicos, representantes de los posgrados; democratización de los consejos de representación; transparencia en las negociaciones del Poli con el sector privado.
Otras peticiones son más concretas, pero tiene que ver claramente con aspectos vinculados a la democracia: disminuir privilegios de algunos funcionarios; aumento al presupuesto asignado al Politécnico y a la investigación; garantizar que no haya represalias contra quienes legítimamente protestan; expulsión de los grupos porriles...
Hasta ahora el movimiento ha sido modelo, porque las peticiones no tienen que ver con la búsqueda de mantener privilegios o de trabajar menos para obtener sus títulos universitarios, sino con la exigencia de calidad académica. Tampoco han permitido que en sus expresiones se lesionen intencional e innecesariamente los bienes de terceros, y se han prestado al diálogo. La reacción del Secretario de Gobernación también ha sido, hasta ahora, valiente y democrática. Pareciera que las demandas de los jóvenes son todas atendibles, aunque difíciles algunas, como el asunto de las pensiones vitalicias y la renuncia de la directora.
Sin embargo hay peligros latentes: el asambleísmo y las masas muy fácilmente hacen surgir liderazgos que no siempre transitan por las rutas que se habían propuesto originalmente, lo que lleva fácilmente a rupturas o a posiciones extremas. Ligado a lo anterior está el peligro típico de que, frente al éxito, muchas otras organizaciones y causas traten de “subirse” al movimiento, se empiecen a enarbolar banderas que no tenían que ver con su lucha original, y conviertan a los estudiantes en carne de manifestación para todas las marchas.
Si el movimiento se mantiene en su objetivo primordial, que es la lucha por una mayor democracia y transparencia interna en el Politécnico que le lleve a ofrecer una mayor calidad educativa, y si mantienen su estrategia de lucha, firme pero alegre y pacífica, el movimiento puede ser un motivo de esperanza para todos y todas. Falta tiempo para saber lo que será, pero empieza bien.