Una fábula inquietante • David Herrerías

“…bastaba que se presentaran al momento del banquete exigiendo su «derecho de piso»…”


Las hienas se habían convertido en un verdadera plaga, no sólo para los animales pequeños, sino aun para los mamíferos más grandes. Ellas no cazaban, ni obtenían su comida mediante el trabajoso asedio a las presas: bastaba que se presentaran al momento del banquete exigiendo su “derecho de piso”. Por su número y su falta de límites para utilizar la violencia, fueron copando todos los espacios de la vida pública en la estepa y llegaron incluso a alterar muchos aspectos de la vida privada de los animales. 

Los leones convocaron a una gran reunión y propusieron a la asamblea: “Estamos hartos, como ustedes, de esta situación de inseguridad. Nosotros podemos acabar con la plaga de una vez por todas si nos dan un voto de confianza para establecer un estado de excepción. Para hacerlo necesitamos fortalecer nuestras capacidades. Le vamos a pedir a la tortuga que renuncie a su caparazón y nos los entregue, para que, junto con las espinas que nos dará el puercoespín, estemos mejor protegidos. A las jirafas les pediremos sus enormes patas, para tener más velocidad. A los búfalos les pedimos que renuncien a su cornamenta, que utilizaremos contra las hienas. Mejoraremos nuestras garras con las del tejón y el águila, que las cederán voluntariamente durante el tiempo de excepción”. Y así se fueron convirtiendo estos felinos en una poderosa maquinaria que en poco tiempo arrasó con las hienas y disminuyó las cifras de delitos en la pradera por debajo de las del paraíso terrenal.

Hay que decir, para ser precisos, que, en su afán de acabar con las hienas, se llevaron entre las patas a más de un lobo y muchos perros comunes y corrientes que tenían por principal defecto el parecerse a las hienas. También es verdad que el estado de excepción, que debía durar un mes, se fue prolongando a través de los años. Y hay que decir también que los leones aprovecharon el momento para establecer un dominio nunca antes visto, sobre los animales que habían cedido sus mejores atributos.

En el Salvador, el león Bukele mantiene un estado de excepción y ha sido extraordinariamente exitoso en la lucha contra los Maras, estos pandilleros surgidos en los Ángeles que habían, literalmente, tomado el control de las calles y buena parte de la economía en el pequeño país centroamericano. Sus métodos, muy poco atentos a los derechos humanos, han cosechado numerosas condenas de la comunidad internacional, pero han hecho que tenga más del 90% de aprobación al interior de su propio país. Los habitantes de la estepa salvadoreña estaban dispuestos a renunciar a casi todo con tal de acabar con la plaga de las hienas. El problema es que Bukele empieza a utilizar su poder para prolongarse en la presidencia, acabar con la libertad de expresión, controlar al poder judicial y establecer una dictadura de facto.

La pregunta es: ¿Llegará el momento en que la situación de inseguridad en México nos lleve a renunciar a nuestras libertades básicas? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar? ¿Una vez que se inicie esa ruta, habrá caminos de regreso?