martes. 24.06.2025
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Índice de Paz Guanajuato

" ... nuestro estado está entre las cinco entidades con peor índice de violencia: somos el número 28 de 32, sólo mejor que Michoacán, Sinaloa, Morelos y Guerrero"

Índice de Paz Guanajuato

 

 

 

Hace unos días se presentó en diversos foros del estado el Índice de Paz México, llevado a cabo por el Instituto para la Economía y la Paz, institución no gubernamental fundada en Australia y con sedes en Sidney, Nueva York y México. El estudio pretende medir las condiciones de paz y violencia a nivel mundial. Es un trabajo complejo, desde luego, pero es mejor tratar de medir que no hacer nada. Miden, por un lado, la paz negativa, o dicho de otra manera, la violencia. Pero miden también lo que ellos llaman la paz positiva: las condiciones sociopolíticas que existen en los países que permiten construir la paz; las posibilidades para un desarrollo armónico de los habitantes. El equipo del Instituto para la Economía y la Paz hizo el estudio sobre México para sumarlo a la medición de la paz global, y publicó el informe que permite comparar los índices de paz en diferentes estados de la República.

La paz negativa la miden a partir de 7 indicadores: Homicidios (tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes); Delitos con violencia (tasa de delitos con violencia por cada 100,000 habitantes); Delitos cometidos con armas de fuego (Tasa de delitos cometidos con armas de fuego por cada 100,000 habitantes); Encarcelamiento (número de personas encarceladas al año por cada 100,000 habitantes) y Financiamiento de las fuerzas policiales (financiamiento del gobierno federal a los estados para el Fondo de Aportaciones para la Seguridad Pública por cada 100,000 habitantes).

Una de las sorpresas para los guanajuatenses fue encontrar que nuestro estado está entre las cinco entidades con peor índice de violencia: somos el número 28 de 32, sólo mejor que Michoacán, Sinaloa, Morelos y Guerrero. Los más pacíficos son Hidalgo, Yucatán, Querétaro, Campeche y Tlaxcala. Pero quizá llama más la atención que la violencia en nuestro estado no se debe tanto al crimen organizado sino a delitos más personales, por no decir del crimen desorganizado. Guanajuato está en el número 20 entre los estados en homicidios no vinculados al crimen organizado; en el 31 en delitos con uso de violencia (robos, violación); en el 28 en delitos con arma de fuego; en el 22 en encarcelamiento. En todos esos se está hablando de delitos cometidos por individuos o por pequeñas bandas, no vinculadas a los grandes carteles de la droga o la extorsión. En delitos vinculados al crimen organizado estamos en el sexto lugar, y en el financiamiento a las fuerzas policiales en el quinto. “Guanajuato –dice el informe– tiene la segunda tasa más alta de delitos con violencia de México, detrás de Morelos, con 6,502 incidentes de delitos con violencia por cada 100,000 habitantes. Si se supone una distribución equilibrada de incidentes de delitos con violencia, esto significa que más de 6.5% de las personas que residen en Guanajuato fueron víctimas de delitos con violencia en 2014”. Otro dato interesante es que Guanajuato es el único de los 5 estados con menos paz, que no se encuentra en la costa. La ubicación costera ha sido vista siempre como una de las razones de la violencia del crimen organizado, por la ruta que sigue la droga.


 

Los índices nos dan una fotografía estática del problema, que requiere todavía de análisis para entender mejor su significado o explicarnos este fenómeno. En una las presentaciones del reporte, por ejemplo, uno de los asistentes, proveniente de Reynosa, comentó que en Tamaulipas –donde el crimen organizado domina la escena– no se dan prácticamente asaltos en las calles y robos a casa habitación, porque los mismos grupos criminales controlan ese delito de pequeña escala. Eso puede ser un consuelo: tenemos mucho crimen común porque no tenemos “el otro”, que es más malo. Pero no es verdad que deba elegir entre uno y otro, como lo prueban Campeche o Yucatán. El mismo índice echa por tierra otra teoría más o menos extendida, de que la violencia más reciente en el estado se debe a la cercanía con Michoacán, y que tiene que ver con un problema nacional o mundial que escapa a nuestro control. Esta teoría no se sostiene, en primer lugar porque el tipo de delito que se comete en Guanajuato no proviene necesariamente de los grupos que escapan a la supuesta persecución en Michoacán y Jalisco. Y por otro lado, no permite explicar por qué un estado como Querétaro, tan cercano, está entre los cinco con más paz positiva. Tampoco –¡por favor!– se debe a que en Guanajuato la violencia sea parte de nuestra cultura, aunque se pueda llegar a esa conclusión haciendo sesudos análisis exegéticos de las canciones de José Alfredo. Guanajuato no estaba en el lugar 28 sino hasta el 2014. En 2003, nuestro estado estaba en un mediano lugar 15. Dice Índice de Paz México, que esta baja en la clasificación no se debió tanto a que empeoráramos, sino a que varios estados mejoraron. Guanajuato no ha cambiado desde 2010. Si somos cínicos podemos sentirnos contentos por no empeorar en términos absolutos; pero lo que es evidente es que no hemos hecho, o no hemos sabido hacer lo correcto para mejorar a la par de otros estados.

Los últimos años hemos hablado más de los blindajes contra los criminales que vendrán (y han venido) de Jalisco y Michoacán. Puede ser que esas políticas hayan tenido un relativo éxito, pues en ese rubro nos mantenemos en los mejores lugares. Pero nuestro problema no son los delincuentes foráneos sino nosotros mismos, la violencia que es provocada en nuestras calles y en nuestras casas por nuestros propios vecinos. Y esa violencia no se soluciona con arcos detectores ni con el ejército en las calles.

No hay una guerra contra nadie, porque los perpetradores son nuestros propios muchachos, incluso nuestros propios niños. “Algo está pasando, en esta sociedad”, dice el grupo Mexicanto en una canción, como constatación ante el espectáculo de los niños en las calles que mendigan para comer. Algo está pasando: las políticas urbanas que generan polígonos de exclusión, las políticas económicas que amplían las disparidades obscenas, las obras públicas que buscan sólo la ostentación y el voto, los sistemas políticos que generan castas de vividores en lugar de servidores; algo está pasando, que se trasluce en esta violencia que se descubre en estos índices y nos despierta a una realidad que no podemos ignorar más, porque está tocando ya nuestra puerta.