De jacarandas y banquetas • David Herrerías

“En verdad, en verdad te digo, querido Judas, que mañana al amanecer, este hombre sencillo se sentará extasiado a mirar mi creación…”

De jacarandas y banquetas • David Herrerías

Estaba Dios platicando con sus amigos más cercanos, observando, entre plática y plática, a un ciudadano viviendo su vida, quizá un poco monótona. Cariñoso –como es Dios de por sí– tuvo una ocurrencia, que externó a sus contertulios: “Voy a hacer un regalo especial a ese pobre hombre que vive encerrado en ese departamento, rodeado de concreto, asfalto y postes de luz”. Judas, el Iscariote, que para ese entonces ya se había congraciado con Dios, le dijo en su lacónico estilo: “¡Déjalo, Señor! Está viendo la tele muy a gusto, no le agites su pachorra”. Pero el Todopoderoso, que conocía de sobra a Judas, comenzó a esbozar las ideas preliminares de su proyecto, y, sin despegar la vista del papel, le dijo con ese tono que usa para que los escribientes tomen nota: “En verdad, en verdad te digo, querido Judas, que mañana al amanecer, este hombre sencillo se sentará extasiado a mirar mi creación, que será mi regalo para que reconozca en ella a quien se la ha dado”. Y antes de que los rayos del sol rasgaran la bruma de smog que cubría la ciudad, dijo Dios: “Hágase un árbol que se vista de fiesta para recibir la Semana Santa.” Y vio Dios que era bueno. Y se operó en la banqueta de este humilde ciudadano un prodigio extraordinario: justo enfrente de su ventana creció una hermosa jacaranda, teñida de un rabioso violeta con pequeñas notas verde tierno que anunciaban los retoños de la primavera. Difícil imaginar un espectáculo más bello en ese tramo yermo de banqueta.

Y sucedió que, al día siguiente, Pedro se presentó ante el Creador y dijo: “Con la novedad jefe, que nos vimos forzados a intervenir para evitar que tu nuevo amiguito tumbara la jacaranda que le regalaste”. Judas y Tomás, que acompañaban a Pedro, añadieron: “Para librar al arbolito de ese riesgo, actuamos encubiertos, Señor. Pedro se disfrazó de ecologista, yo de policía, y Tomás tomó la forma de la viejita vecina de enfrente. Entre los tres intentamos hacerlo entrar en razón y le arrebatamos la motosierra”. Dios permanecía en silencio, por lo que Judas continuó con el relato: “Como no había forma de contener el enojo del beneficiario de tu cariño, Tomás tuvo que echar el rollo de que el árbol era un regalo tuyo, y que cuando lo viera se acordaría de tu cariño, y todo eso… Pero para nuestra sorpresa, él contestó, airado: –¿Ah, ¿sí? Pues pregúntenle a Dios si Él va a venir a barrer las flores de la calle”. Con ánimo decaído, Dios preguntó: “No le gustó la alfombra de flores violetas? ¿Prefiere el gris banqueta?” “A propósito de banqueta –añadió Pedro– el hombre preguntó si Tú ibas a pagar la compostura de la banqueta, que levantaron las raíces de tu regalito. Y que si tú no podabas esa jacaranda del demonio (así dijo), la podaba él, porque obstruía la señal de su televisión.” “¡Jacaranda del demonio! –exclamó Dios– qué desorientado está ese tipo.” “Señor, dijo Pedro con seriedad. Si me lo permites, bajo ahora mismo y le corto dos orejas”. Con la mirada turbia puesta en los dibujos que había hecho la víspera, dijo Dios: “Mañana, antes de la aurora, enviaré una helada que no dejará una rama viva en esa pobre jacaranda, y asunto concluido”. Ya se marchaba, pero antes de salir añadió: “Ah, y ni una palabra de esto a San Francisco, ya ven que es muy sensible con lo de los arbolitos”. 

Este relato lo escribí hace tiempo para otro espacio, y me lo volvió a la memoria mi amigo Daniel. Viene a cuento ahora por la floración maravillosa de las jacarandas y porque, a veces, pareciera que todos estamos de acuerdo en hacer de nuestras ciudades espacios más naturales. Pero en realidad, hay un conflicto permanente entre las decisiones radicales que exige nuestra actual crisis climática, y algunas culturas urbanas e intereses económicos que buscan exprimir plusvalía a cada centímetro del territorio: ¿Sembramos árboles o cemento? ¿Subsidiamos el transporte público o el privado? ¿Invertimos en parques o en pasos a desnivel? ¿Favorecemos a los autos o a los peatones?