La jetota de Edelmira • David Herrerías

“Cuando llegó a casa, su marido se desparramaba en el sillón, viendo la tele, que chorreaba miel por los anuncios del día de las madres. Ella sonrió a sus hijos…”

La jetota de Edelmira • David Herrerías

“A ver, todas las mamacitas, que pasen para acá para darles un presente de parte de la empresa”- decía con voz engolada el DJ.  Aparentemente dóciles, hacen fila las obreras para recibir un pequeño regalo y unas flores. En el presídium la plana mayor de la empresa. Edelmira camina con las otras, cansinamente. No sonríe cuando le entregan su “presente”. “Algunas traen una jetota, que ni pareciera que les estamos regalando algo”, comenta el de producción, torciendo la boca para que lo escuche el de al lado. 

La semana pasada fue caótica para Edelmira. El lunes su mamá le habló a media mañana porque se le había derramado la leche que Edelmira había dejado para Estrellita, su bebé. Ella se sacaba leche todos los días a las 5 de la mañana, porque a las 6 tenía que estar ya esperando el camión para llegar a tiempo a la fábrica. Tuvo que pedir un permiso para regresar a la casa, que el de personal otorgó a regañadientes. “No podemos estar dando permisos por cualquier tontería”. El martes, Brian, el de primaria, logró que la maestra se fijara en él, haciendo una fogatita a medio salón. La maestra advirtió a la abuela que, si la madre no se presentaba al día siguiente, no dejaría entrar al niño. Llegó tarde a trabajar y checó reloj frente a la mirada reprobatoria del jefe de personal, pero prometió cubrir las horas al día siguiente.

El jueves llegó muerta a casa después de cubrir las horas extras, y se encontró con los amigos de su marido, porque éste había decidido invitarlos a ver el partido. “¡Ya llegó mi vieja, ahorita nos prepara unas botanas!”. A las once de la noche Edelmira se derrumbó en un sillón a comer los restos de la fiesta. “¿Por qué andas de malas, vieja? Hasta mis amigos me preguntaron que por qué traías esa jetota”. Se fue a dormir con un dolor en la boca del estómago.

El viernes se animó a hablar con su jefe. Le costó empezar, pero una vez animada, sus demandas se sucedieron como un torrente: Le dijo que los horarios de trabajo se debieran adecuar a las mamás; le pidió que la dieran de alta en el Seguro para acceder a las guarderías del IMSS; que su salario fuera equivalente al de sus compañeros hombres que hacían el mismo trabajo; que hicieran algo con los hombres que las manoseaban… El jefe la detuvo alzando las palmas de las manos y cuando Edelmira respiró, ahogando el llanto, le explicó, condescendiente: “Mira, la empresa bastante hace con contratar a mujeres, porque siempre son más problemáticas, y se embarazan casi con mirarlas, y faltan por cualquier motivo. No me des tentaciones, porque mañana quito a todas las mujeres y contrato puros hombres que no se andan con tantos melindres”.

El sábado recibió su regalo con una jetota. Cuando llegó a casa, su marido se desparramaba en el sillón, viendo la tele, que chorreaba miel por los anuncios del día de las madres. Ella sonrió a sus hijos.