Laura e Hildeberto • David Herrerías

“No entienden (como tampoco yo) por qué un sistema que no les da oportunidad de acceder a una vivienda digna, ahora les niega el derecho al agua para castigar, supuestamente, a quienes les vendieron…”

Laura e Hildeberto • David Herrerías


Laura tiene dos hijos y está casada con Hildeberto, albañil. Recién casados vivieron en casa de la mamá de él, en el barrio de San Miguel. Tuvieron pronto los hijos, y poco a poco las condiciones de vida en la familia materna, en la que vivían además otros hijos no casados y la hermana, madre soltera con un chiquillo, se fue volviendo muy complicada. Necesitaban un lugar sólo para ellos. Primero fueron a rentar un cuartito en unos edificios de mala muerte en los que al abrir la ventana todos los olores y ruidos del vecino invadían el pisito de 40 metros cuadrados. El acabose fue cuando el piso de abajo, abandonado por falta de pago, fue tomado por una banda que hacía la vida imposible a los vecinos.

Aunque los dos trabajaban de sol a sol, ninguno tenía acceso al crédito de vivienda. Para el Infonavit se necesitaba un empleo de los que llaman “formales”. Pero a la mayoría de los albañiles les regatean el seguro social, o los dan de alta y de baja recurrentemente. Y aunque Laura era empleada doméstica en una casa desde hacía muchos años, ni soñar que la dieran de alta en el seguro, a pesar de que su patrona era una señora muy “decente y católica”. 

Para buscar alternativas debieron buscar más allá de la parte peinada y arreglada de la ciudad, hacia los márgenes. Entrando a un gran territorio al que se llama Las Joyas, vieron un carrito rojo, con la cajuela abierta para sostener una cartulina que decía: “VENTA DE LOTES, FACILIDADES”. No hizo falta platicar mucho con el vendedor para darse cuenta de que esa era su única posibilidad de tener una casa propia. Su sueño de vivienda empezaba a tomar forma en un predio pelón de 7 metros de frente por 15 de fondo, delimitado por 4 varillas, alineadas a otras tantas que dejaban adivinar lo que en un futuro sería la calle. No estarían solos, porque aquí y allá empezaban a levantarse algunas viviendas, ejemplo de esa virtud tan valorada actualmente del reciclaje: paredes hechas con el esqueleto de un colchón viejo, restos de cimbra y las infaltables lonas y láminas residuales de las últimas campañas políticas, en las que se les prometían mejores condiciones de vida.

No les pidieron referencias ni cuentas bancarias. Tuvieron que irlo pagando semanalmente, pero pronto empezaron a construir un cuartito, un poco con materiales, otro con cartones, pero era suyo, y el dinero que antes se iba en la renta ahora se materializaba en su propia casa. Sin servicios, hay que decirlo. El que les vendió les dijo que pronto llegarían, y eso les daba esperanza. Por lo pronto el agua había que traerla en pipas y juntarla en cubetas o tambos. Salía mucho más caro que “en la ciudad”, donde la recibían entubada. Hicieron también una letrina afuera y la iban moviendo y tapando. El agua de la lavada corría por las calles. La electricidad se debió traer con cables y palos que pusieron entre varios, colgándose de la línea más cercana. Decían algunos que se “robaban la luz”, pero la verdad es que estaban dispuestos a pagarla si alguien se las quisiera vender.

Pasaron más de 10 años y la colonia se ha ido poblando, pero los servicios siguen sin llegar. Los políticos van y vienen, dan “apoyos” como despensas y otras bagatelas, pero no el drenaje, ni el agua, ni la electricidad. Y ni qué soñar con pavimentación. Hace poco pusieron unas tomas domiciliarias a unas tres cuadras de la casa de Laura. Después de cargar cubetas llenas de mezcla durante el día, Hildeberto da unas 5 vueltas con dos cubetas en los brazos. A veces hay que hacer fila porque dos, de las tres tomas, se las agandallaron dos vecinos apalancados por el Partido y les pusieron sendas mangueras que llegan hasta sus casas. 

En las sobremesas de la casa de los patrones de Laura se habla de los irregulares como si fueran una plaga. El Ingeniero que contrata eventualmente a Hildeberto echa pestes de una reforma de ley que dicen que pretende dotar de agua los fraccionamientos irregulares, “porque eso va a afectar a los desarrolladores formales de vivienda”. Laura e Hildeberto, como el 50% de los mexicanos, saben que, si no fuera así, no tendrían ningún tipo de vivienda. No entienden (como tampoco yo) por qué un sistema que no les da oportunidad de acceder a una vivienda digna ahora les niega el derecho al agua para castigar, supuestamente, a quienes les vendieron.

Laura e Hildeberto son personajes ficticios, pero sus historias son harto frecuentes y la insensatez de tratar de combatir los fraccionamientos irregulares negando a sus habitantes el derecho al agua, en lugar de buscar opciones de vivienda para todos y todas, es desgraciadamente real.