jueves. 26.06.2025
El Tiempo

Marginar hasta el extremo

"La preocupación del Papa por los reclusos no viene solamente de la máxima evangélica –“estuve preso y me visitaste...”– sino del análisis frío de un fenómeno que está en aumento en el mundo: los índices crecientes de personas que pierden uno de los bienes más preciados: la libertad."

Marginar hasta el extremo

Tome usted el currículum vitae de un recluso promedio en cualquier cárcel mexicana, si tal cosa pudiera existir (un recluso que escribiera su currículum) y podrá, seguramente imaginar una línea bien trazada que va desde las circunstancias socioeconómicas de su nacimiento, los problemas familiares, los fracasos escolares, el barrio marginal, los amigos de la banda, los delitos, la cárcel. Y en la cárcel, si es Topo Chico, o si es cualquier otra, vienen los estudios profesionales con asignaturas varias: Física, especialmente, resistencia de materiales (el blindaje y los cristales de auto); Mercadotecnia, las famosas cuatro “P”: Precio de la mota, control de la Plaza, calidad y trasiego del Producto, y Publicidad, que incluye tanto la pinta de mantas como cartulinas en los cadáveres resultantes del control de la Plaza; Ingeniería, cálculo y construcción de túneles, diseño de búnker 1 y 2; Química, con dos subsistemas: producción de anfetaminas o explosivos; y algunas artísticas, como Forja Artesanal de Metales para hacer picos o Figuras de Alambre para abrir puertas. Terminada esa fase de intenso estudio, una vez liberado, nuestro personaje se integrará probablemente al crimen organizado y volverá, tarde o temprano, a su alma mater (la prisión) a una estancia de por vida, si no es que pasa a engrosar la lista de muertos y desparecidos. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en su propuesta de indicadores sobre cohesión social (2007), afirma que […] en sociedades caracterizadas por fuertes desigualdades, que no ponen a disposición de los excluidos los medios adecuados para superar su situación, es esperable que al menos una fracción de estos, sobre todo de los más jóvenes, utilice medios ilegítimos para alcanzar los fines socialmente valorados. Al mismo tiempo, lo más probable es que las víctimas preferentes de los delitos sean los segmentos más acomodados de la población, pues son precisamente estos los que concentran la mayor cantidad de bienes de calidad que pueden ser objeto de ‘redistribución’, pero por medios socialmente proscritos. Una maquinaria social que margina a una ingente cantidad de niños y jóvenes, les cierra las posibilidades de desarrollo y los va llevando hacia la expresión máxima de exclusión, que es la prisión. El Papa Francisco lo expresó con mucha elocuencia frente a los reclusos y reclusas del CERESO 3, en ciudad Juárez: Las cárceles son un síntoma de cómo estamos en la sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios, de omisiones que han provocado una cultura del descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que poco a poco ha ido abandonando a sus hijos (...) pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos, más que promover los procesos de reinserción que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a una determinada actitud. La preocupación del Papa por los reclusos no viene solamente de la máxima evangélica –“estuve preso y me visitaste...”– sino del análisis frío de un fenómeno que está en aumento en el mundo: los índices crecientes de personas que pierden uno de los bienes más preciados: la libertad. The International Centre for Prison Studies, publica en su página web cifras que son alarmantes: más de dos millones doscientos mil norteamericanos viven en sus prisiones. Es como si metiéramos en penales a toda la zona metropolitana Puebla-Tlaxcala. La tasa de prisioneros en EU es de 668 por cada 100 mil habitantes, es decir, casi siete de cada mil norteamericanos son inquilinos de alguna prisión. En México había hasta el año pasado 255 mil reclusos, 212 por cada 100 mil habitantes. De acuerdo a la capacidad instalada, tenemos una ocupación de 125%. Pero además, el 42% de esos prisioneros están esperando juicio. Algunos llevan años ahí en esa condición. De mayor preocupación es conocer la tendencia: en el año 2000 la población carcelaria creció de 154 mil a los 255 mil actuales, un 60%. Y este crecimiento es mayor que el de la población, pues la tasa creció de 156 a 214 por cada 100 mil habitantes, un 72%. Si estos datos tuvieran que ver con la eficacia de la justicia, o con la disminución de los delitos de alto impacto, podríamos entenderlo. Pero el 58.8% de los presos purga penas menores a los tres años, es decir, están presos por delitos no graves ni violentos. En cuatro estados, más de 75% de las penas tiene una duración menor a tres años, entre ellas Guanajuato (79.3). Si atendimos menos a la melcocha que rodeaba algunas transmisiones de la visita papal y más a su discurso, seguramente notamos en Juárez su opinión al respecto: El problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social. La falta de creatividad en las penas y soluciones, el pensar que cualquier problema se soluciona metiendo a la cárcel a las personas (encarcelar por abortar a mujeres que no representan un peligro para nadie; a adolescentes por fumar marihuana; a pobres y marginados por cualquier robo menor; a administrativos por delitos pecuniarios leves) no soluciona los problemas, sino que los agrava. No se trata de promover la impunidad, sino de entender que la solución de muchos problemas sociales, como sucede en la educación de los hijos, no pasa necesariamente por una visión punitiva, sino preventiva, y a toro pasado, restaurativa. Más del discurso del Papa: La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que comienza antes, comienza «afuera», en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación -como le llamen- comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social”.