Más que modernizar la educación

Este 26 de febrero se cumplió un año desde que se publicó el decreto sobre la llamada Reforma Educativa y gracias al cual, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación se convirtió en un organismo público autónomo. Después de lo tormentoso de esa reforma educativa, a un año, apenas se han iniciado las consultas para construir leyes reglamentarias que podrían, eso esperamos, poner las bases para un cambio en la educación del país. La cosa es lenta, aunque la urgencia es mucha. Sabemos que nuestro sistema no es eficaz, porque dedica muchísimos años en formar estudiantes que llegan a los niveles superiores sin habilidades básicas elementales. Sabemos que tampoco es un sistema eficiente, porque destina una cantidad enorme de recursos que en muchos casos se pierden mucho antes de llegar a los salones de clase. Y sobre todo, sabemos que no es equitativo, porque contribuye a aumentar las diferencias sociales: los integrantes de las clases sociales más favorecidas tienen siempre mayores posibilidades de éxito en el sistema y pueden acceder con ventaja a las oportunidades educativas y posteriormente de trabajo. Si esto fuera el panorama hace 50 años, ya sería grave. Todos esos problemas los teníamos que haber resuelto, digamos, en el siglo XX.

Pero mientras construimos las nuevas leyes, y el INEE se prepara para inventar nuevos instrumentos para tomar el pulso a esta enferma tan grave, ya la realidad y las necesidades de la educación en el mundo se nos han movido por completo.  Las nuevas tecnologías de información (TICs), y con ellas internet y lo que se ha dado en llamar la sociedad del conocimiento, obliga a repensar totalmente la educación para los años que vienen, y no sólo a remediar nuestras viejas dolencias.

A pesar de que no podemos todavía aspirar a tener computadoras en todas las escuelas y en algunos casos, ni electrificación e instalaciones mínimas que les permitan funcionar, sabemos que es indispensable la enseñanza de las nuevas tecnologías a los niños y niñas, para que puedan aprovechar al máximo las computadoras, las hojas de cálculo, los procesadores de texto, los programas estadísticos, los de dibujo...

Aunque en las prueba PISA no hayamos logrado éxito hasta ahora en español y matemáticas, y nuestros niños y niñas no se sepan las tablas de multiplicar al salir de la secundaria, ahora debemos pensar en preparar a los niños y niñas, no para memorizar información, sino para razonar, para discernir entre la paja y el heno, ante una oferta ilimitada de información al alcance de la mano.

Aunque en muchísimas de nuestras escuelas no hayamos logrado contar nunca con una biblioteca abierta para enseñar a los niños y niñas a buscar la información en los libros; ahora tenemos que enseñar a los niños y niñas a entender la diferencia entre buscadores y meta buscadores, entre los diferentes tipos de bases de datos, a usar los operadores booleanos y no perderse en un mar infinito de información.

Aunque no hayamos logrado hasta la fecha que la mayoría de nuestros niños y niñas –y aun los jóvenes universitarios– tengan niveles de lectura aceptables, que entiendan en verdad lo que leen, que sepan hacer resúmenes, ahora debemos enseñar a leer hipertextos, a hacer lectura rápida para descartar lo inservible, a armar desde un exceso de materiales la síntesis necesaria.

Aunque una de nuestras asignaturas pendientes siga siendo la falta de espacios acompañados y didácticos que permitan a nuestros niños y niñas a trabajar en equipo, ahora debemos lograr que sepan trabajar en ambientes colaborativos virtuales, a trabajar con otros “en la nube”, a generar documentos conjuntos en el Google Docs y otras plataformas, a interactuar con equipos distribuidos en espacios físicos distantes.

A pesar de que siempre hemos dicho que lo importante es aprender a aprender, sabemos que poco de eso se aprende en la escuela; y somos conscientes de que tampoco hemos logrado desterrar la figura del maestro sabelotodo como fuente única de saber en el aula. Y resulta que ahora tenemos que entender, empezando por nosotros mismos, que la visión medieval del conocimiento encerrado en un espacio físico se ha derrumbado, y lo que antes era centro ahora es periferia: el conocimiento está afuera de las aulas, y la labor del docente será la del que acompaña y ayuda a navegar.

Vivimos un cambio de época que nos obliga a repensar la educación, y no solamente mejorar lo que ya teníamos. Centrarnos en la solución de los problemas clásicos de nuestro sistema producirá una mayor brecha entre los que tienen acceso a las nuevas tecnologías y las aprovechan (presumiblemente las clase altas) y los demás. Los nuevos analfabetas serán los analfabetas tecnológicos.

Tenemos enfrente un gran reto, porque el primer paso será abatir el rezago que en esta materia tenemos los mismos docentes, mientras que nuestros alumnos ya están viviendo en un mundo al que a veces no nos atrevemos a entrar. No basta con cambiar la estructura laboral, ni con hacer ajustes a los planes, ni con evaluar de otra forma a los docentes. Se necesita pensar de manera diferente, en apuestas radicales que se deberán construir con los y las docentes, tal vez plasmadas en proyectos piloto que permitan apuntar más lejos. La parte esperanzadora es que la estructura misma de las nuevas tecnologías tiene elementos democratizadores, recursos accesibles, aspectos motivadores para los alumnos, que si sabemos aprovechar, nos ayudarán a saltar algunas etapas y construir la educación que merecemos, un poco antes de que sea demasiado tarde.