Mateo, el primer contador cristiano
“Primero quiero que me expliques cómo fregados yo, con mi pequeño movimiento de desarrapados que no saben leer ni escribir, vamos a presentar una declaración de impuestos y vamos a dar recibos electrónicos..."
Jesús se fue al cerro de Chapultepec a orar. Pero de madrugada se presentó otra vez cerca de un templo que casualmente está cerca de de las oficinas de la Secretaría de Hacienda, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los de la Canaco, la Canacintra y algunos líderes gremiales más, así como sindicalistas y miembros de partidos políticos, le llevaron a un recaudador de impuestos. Se lo habían apepenado nada más entrando a su trabajo, con su lonchera en la mano. Lo pusieron en medio y le dijeron: “Este hombre ha sido sorprendido tratando de aplicar una dizque reforma de Hacienda que nos perjudica a todos. De acuerdo a las leyes no escritas en México, que aconsejan hacerse justicia por la propia mano porque el Estado no picha ni cacha ni deja batear, le vamos a desfigurar la cara a base de pedradas y luego lo vamos disolver en un tambo. ¿Tú qué dices?” Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Para poder decir después “éste era de las autodefensas” o algo así.
Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero ellos insistían: –“Debes saber, Jesús, que esta reforma no sirve de nada: ni está recaudando más y está provocando un mayor estancamiento” –. “La inflación se está disparando como nunca” decía otro. –La sacaron al vapor nada más para presumir de muy efectivos”–, gritaban por ahí. Como insistían tanto, Jesús se incorporó y les dijo: “Aquel de vosotros que no tenga pecado en este asunto, que arroje la primera piedra”. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo sobre la tierra. Al oír estas palabras se fueron retirando poco a poco, comenzando por los de las organizaciones más poderosas. Los de las cámaras empresariales recordaron que mucho habrían podido hacer por su cuenta para resolver la situación de pobreza y desigualdad en el País y no lo habían hecho. Los de los partidos políticos se acordaron de su participación en la aprobación de estas leyes a cambio de alguno que otro beneficio y de los super sueldos que se autoasignaban, mucho más altos que los de la mayoría de los ciudadanos. Los líderes charros de los sindicatos se acordaron que habían dejado mal estacionado su BMW y se fueron a cuidarlo.
Y se quedó Jesús casi solo, con el hombre que seguía ahí, en medio. Incorporándose, le dijo a Mateo –que así se llamaba el cobrador de impuestos–: “Hombre, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Él iba a responder: “Nadie, Señor” pero no pudo terminar porque una piedra se vino a posar justo en el pequeño espacio que ocupaba un ralo bigote, entre la boca y la nariz. Jesús, sorprendido, miró hacia los que quedaban y vio a varios parroquianos, ciudadanos de a pie, que se habían provisto de peñascos obtenidos del fondo de los baches de la calle que los impuestos no alcanzaban a tapar. Amas de casa, trabajadores de las fábricas y de la construcción, oficinistas, camareras, etc. Todos dispuestos a fusilar al culpable. Tuvo Jesús que hacer uso de sus mejores dotes oratorias y de los argumentos más convincentes. A fin de cuentas, el pobre Mateo no era Luis Videgaray, sino un empleado menor... y a fin de cuentas ese pueblo enojado había votado y había elegido a este gobierno y soportaba indolente a estos partidos... algo tenía también de culpa.
Ahora sí, volvió a decir Jesús, secándose el sudor de la frente: “Hombre, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Mateo fue desenredando los brazos que habían formado un casco protector sobre su cabeza y miró de reojo con cautela, antes de incorporarse y contestar con la boca sangrante: “nadie, Señor”. “Bueno, dijo Jesús, yo tampoco te condeno”. Mateo se aprestaba a salir corriendo hacia la seguridad de sus oficinas en Hacienda, pero Jesús lo detuvo: “¡eh, eh, eh! espérate tantito, no hemos terminado”.
–“Primero quiero que me expliques cómo fregados yo, con mi pequeño movimiento de desarrapados, que no saben ni leer ni escribir, vamos a presentar una declaración de impuestos y vamos a dar recibos electrónicos. Ya sé que para ustedes nosotros somos uno de esos indeseables que estamos en la informalidad, pero me gustaría que me ayudaras a entrar a su mugroso portal de internet, que se traba, que funciona sólo con los navegadores que a ustedes se les antojan, que los entienden sólo sus programadores...Y ya de pasada, me gustaría saber si con la misma eficiencia con la ustedes piensan recabar los impuestos vamos a poder verificar si nuestro dinero no termina en un lupanar disfrazado de oficinas del PRI o viceversa... ¡Ah! Y ya de pasada....
Mateo se convirtió, así, en el contador del movimiento.