Opinión • La barredora y sus lecciones • David Herrerías

“…no se ve bien que un equipo goleado le achaque el resultado a un penalti no marcado…”

Uno de los rasgos más dañinos del presidente López Obrador ha sido su estrategia de comunicación, que pareciera necesitar eternamente a alguien para subir al ring. Fue exitosa para mantenerse siempre como tema de conversación y enardecer a sus bases. Pero fue muy nociva la polarización, que generó una especie de endogamia informativa. La sociedad, dividida en dos grandes grupos, fue borrando los grises del espectro. Se crearon una especie de clústeres cerrados, que se nutrían de sus propias fuentes de información y de sus grupos de aliados, reforzaban sus diagnósticos y se enriquecían muy poco de la realidad a pie de calle. El clúster más apocalíptico llegó a pensar que la mayor parte del país se levantaría como un solo hombre frente a esa realidad insostenible. De repente, la barredora del domingo los dejó atónitos.

La explicación más fácil a la sorpresa es afirmar que fue una “elección de Estado” y apuntar incluso al fraude electoral. Esta razón me parece contradictoria porque hace unos meses salía una proporción grande de ciudadanos a defender al INE, que, por cierto, volvió a hacer bien su trabajo, en unas elecciones ejemplares. Por otro lado, no se ve bien que un equipo goleado le achaque el resultado a un penalti no marcado.

Otra es repetir de nuevo la idea antidemocrática de que los pobres son muy manipulables, y que sólo las minoritarias clases ilustradas conocen la realidad. Ya antes hablé de esta idea que tiene un gran contenido de racismo/clasismo. Las personas que componen la mayoría marginada de este país tienen la misma claridad -o más- sobre lo que les conviene, que muchas personas de otras clases sociales que dan por garantizados sus derechos. Decir que el 60% de los mexicanos, que votaron por un cambio en el 2000, por otro cambio en el 2012 y finalmente por otro en el 2018 no sabe votar, es no creer en la democracia.

El problema de acudir a explicaciones fáciles es no escuchar lo que ciudadanos conscientes están gritando en las urnas: una democracia solamente electiva, que sirve a unas élites, no es democracia.

A pesar de todas las falencias del sexenio, la realidad es que una buena parte de la población no ve las fallas en el sistema de salud o en la educación, porque nunca han estado bien. Y sí percibe los beneficios del aumento en los ingresos y cree en la posibilidad de que otro sexenio continúe estas mejoras. Y, por otro lado, hay pocas razones para confiar en que los partidos que construyeron esta desigualdad económica durante los últimos treinta años, hablen en serio cuando dicen que van a atender a los pobres.

Los partidos tradicionales han sido rechazados y no basta una estrategia construida sobre el miedo y el rechazo. Si no se aprende la lección ahora, en seis años estaremos hablando de lo mismo. Hay que aprovechar la barredora para limpiarlos a fondo.