Opinión • El departamento de doña Tina • David Herrerías

“Hoy relata con una sonrisa triste cómo se fue desvaneciendo esa ilusión…”

Doña Tina relata la ilusión con la que llegaron a vivir al condominio. Comprar ese departamento era la culminación de un sueño que les auguraba una vida mejor. Dejar de pagar renta, y tener la seguridad de contar con un techo era importante, pero era más que eso: eran las miles de historias que serían posibles en esos espacios idílicos que la verborrea de los publicistas y vendedores prometían. No se trataba de comprar una casa, sino una nueva forma de vida para ella y los suyos. Le dijeron que habría parque y secundaria cerca y que habría un centro comunitario.

Hoy relata, con una sonrisa triste, cómo se fue desvaneciendo esa ilusión. Muy pocos meses después de su mudanza se empezaron a ver los signos del deterioro. Pero la debacle se agudizó cuando los constructores dieron por terminada la venta y, por lo tanto, su responsabilidad con el espacio. El departamento de doña Tina es un condominio enorme, ingobernable. Como tiene régimen condominal los espacios comunes son responsabilidad de los condóminos, no del municipio. Más de cinco mil habitantes no es fácil que se pongan de acuerdo. Nunca, ni cuando estaba todavía el constructor presente, se establecieron cuotas vecinales. La hierba y la basura empezaron a enseñorearse en la tierra de nadie. La cerca precaria que dejaron los desarrolladores empezó a ser mutilada y canjeada por unos gramos de mota.

El diseño mismo de los espacios fue generando fricciones. Los patios y escaleras no tienen desagüe, por lo que los pisos superiores derraman sus aguas sucias sobre los de abajo en cascadas jabonosas. No hay ductos de basura por lo que los vecinos de más arriba, cuando el cansancio es mucho, arrojan las bolsas al vacío, “para pasar después por ellas y llevarlas al contenedor”. Hay unos cuantos de estos muebles de acero que sirven para que más de 1500 viviendas depositen ahí la basura. Por falta de control vecinos y negocios de otros lados colaboran en el llenado. El vaciado, es tarea de los pepenadores, que se zambullen en la basura, buscando lo comercializable, y rompen las bolsas, para que el viento juegue con lo ligero y tapice los alrededores. El crimen organizado ha empezado a tomar algunos departamentos como “tienditas” y casas de seguridad. 

El sueño se convirtió en pesadilla, y ya no es posible huir de ahí, no es posible despertarse.

La vivienda NO puede ser vista como una mercancía más, no es un producto cualquiera. Cuando se construye vivienda se está diseñando la forma en que las personas van a vivir, van a establecer vínculos. Los espacios de vivienda están vivos, se van transformando. Y para asegurar que esto no sufra un proceso de descomposición debe pensarse la forma en que esos espacios podrán administrarse, cómo podrán los vecinos cuidarse y sentirse seguros, cómo se acercarán los servicios básicos. La vivienda tampoco es una unidad aislada, desvinculada de una estructura urbana integral, que determina los espacios en los que van a ocurrir los encuentros de las personas, donde se enriquecerán los vínculos entre los habitantes, donde habrán de disfrutar del ocio reparador.

Teóricamente, las normas cuidan que eso -viviendas y espacios dignos - esté en la mirada de los constructores. Perola realidad es que la prioridad en el diseño de los fraccionamientos es el aprovechamiento al máximo del espacio vendible, exprimir toda la plusvalía al espacio, reduciendo las áreas verdes a zonas inaprovechables del terreno o camellones y dejando quizá, algunos lotes para futuros equipamientos sin una planificación real con el entorno. Los miles de personas como Tina que viven en condiciones muy lejanas del sueño que pensaron edificar con tanto esfuerzo, son víctimas de autoridades sin fuerza real para aplicar la ley, y de legisladores incapaces de establecer las normas que obliguen a los desarrolladores a pensar la vivienda de otra forma.

Acaba ya doña Tina, porque pasan de las seis y tiene miedo de caminar a su casa cuando oscurece. Vive con miedo, de lo que le pueda pasar a ella, de que los malosos le hagan algo a sus hijas, de que el crimen organizado reclute a sus nietos.Eso no lo contaban los publicistas que la convencieron de gastar sus ahorros en ese fraccionamiento.