jueves. 19.06.2025
El Tiempo

Opinión • Un futuro optimista • David Herrerías

"Siempre que termina un ciclo revisamos lo pasado e imaginamos el futuro"
Opinión • Un futuro optimista • David Herrerías

Siempre que termina un ciclo revisamos lo pasado e imaginamos el futuro. Pensar en el porvenir, en lo que puede llegar a pasar, uno de los rasgos más distintivos del ser humano. Nos esforzamos en predecir para enfrentar amenazas y oportunidades, y también especulamos con el futuro como un ejercicio literario.  Llama la atención que en la versión optimista de lo que vendrá dentro de algunas décadas dominan las visiones que ponen el acento en los avances tecnológicos y científicos. No en balde, el género literario que típicamente habla sobre el futuro, se le llama “ciencia ficción”.  Algo se inventará, pensamos, que nos hará más fácil el trabajo, que nos ahorrará tiempo y quizás nos permita más horas de ocio. Contaremos con dispositivos que nos ayudarán a llenar esos tiempos vacíos. Tendremos objetos cada vez más inteligentes que nos permitirán movernos más rápido o con menos esfuerzo, para conocer más lugares. Esperamos avances científicos que nos ayuden a vivir más, a alargar la presencia de nuestros padres o de nuestros abuelos. Inventos que nos evitarán el dolor, que nos conservarán atléticos sin tanto esfuerzo. Tecnología que nos permitirá tener una economía en eterno crecimiento, que acabe con la pobreza, que nos permita seguir consumiendo como lo hacemos, pero sin tenernos que mudar a otro planeta cuando este ya no aguante.

Si vemos hacia el pasado, que es una forma también de entender el futuro, veremos que la humanidad ha avanzado mucho en todos esos aspectos. El trabajo se ha tecnificado y somos más eficientes que nunca; contamos con miles de dispositivos para entretenernos, inimaginables hace pocas décadas; hemos alargado nuestra esperanza de vida y la medicina moderna cuenta con muchísimos más recursos para evitarnos el dolor. Tenemos cada vez más productos a nuestro alcance para consumir, y se avizoran tecnologías que nos prometen energías “sustentables” y se nos prometen productos “reciclables” para hacerlo son remordimiento y poder seguir viviendo en el mismo desenfreno consumista. 

Sin embargo, a pesar de estos saltos espectaculares, no evitamos el sufrimiento y las personas viven cada vez más en la soledad y el vacío. No podemos decir que el avance en la felicidad humana haya sido equivalente a ese progreso. El asunto es que si queremos un mejor futuro este no depende de mejorar las cosas, sino de mejorar la forma en que nos vinculamos con ellas y con las personas.

Las mejoras en la productividad no tendrán sentido si la economía no nos ayuda a vincularnos de una forma más fraterna, que trascienda la concepción de las personas como meros recursos, o insumos a favor del capital. Vincularnos con la naturaleza de otra forma, entendiéndola como oikos, nuestra casa común, pero también como algo más que nos engloba, a la que pertenecemos y que no podemos utilizar sin reconocer su autonomía y sacralidad. De nada nos sirve tener más herramientas de “comunicación” si domina la superficialidad en nuestras comunicaciones, viajar más si observamos todo sin contemplar ni abrirnos a la diferencia: sin conocer de verdad.

Necesitamos pensar en nuevas formas de organizarnos, de tomar decisiones que nos ayuden a vincularnos y reconocernos como parte de un solo cuerpo, social. Esto es, una nueva forma de hacer política que no se vincule a los ciudadanos como instrumentos para alcanzar las metas personales, aun a costa de la polarización, sino que ayude a construir las relaciones necesarias para que todos y todas podamos vivir con dignidad. Nuevas formas de vincularnos con nuestra interioridad, para darle sentido a la vida, y aún al dolor, elemento constitutivo de la vida. Las mismas religiones y corrientes de espiritualidad deben recuperar su capacidad de re-ligarnos: con la trascendencia, con el misterio, con los rituales que nos dan sentido; de vincularnos con los demás, y con las utopías fecundas. 

Es la transformación de la relación de nosotros con el mundo -con las cosas, con la naturaleza, con nuestros hermanos- lo que puede construir un futuro promisorio. 

Lo bueno es que no tenemos que esperar a que surja un nuevo invento tecnológico para empezar a intentarlo. Está en nosotros iniciarlo.