Partidocracia parte 2: primera medicina
"La semana pasada hablábamos de los síntomas de esta enfermedad voraz que padece nuestro sistema, la Partidocracia: esa hipertrofia de los partidos que termina haciendo de la representatividad una mascarada en la que ellos se representan a sí mismos"
La semana pasada hablábamos de los síntomas de esta enfermedad voraz que padece nuestro sistema, la Partidocracia: esa hipertrofia de los partidos que termina haciendo de la representatividad una mascarada en la que ellos se representan a sí mismos.
La partidocracia no es un enfermedad casual, viene aparejada a muchos vicios: es hija de las tentaciones autoritarias que han atravesado nuestra historia – con diferentes disfraces – y de una tradición política de caudillos obnubilados por el poder y el dinero capaces de asesinarse y traicionarse en sucesiones interminables con pretextos de toda índole, por mucho que habiten, ahora juntos, el panteón de los héroes. Por lo tanto, no se puede esperar de este corto texto una panacea que cure de raíz a esta democracia tan enteca. Pero haremos nuestro mejor esfuerzo, porque no queremos ni pensar en la cirugía.
La partidocracia, se explica, en buena parte, sí, desde nuestra cultura política. Pero actualmente hay dos columnas sobre las que se sostiene primordialmente. Derribándolas es posible empezar a cambiar la cultura, o domarla, como diría nuestro ínclito Presidente: el dinero y los Diputados de Representación Proporcional. De estos últimos hablaré la siguiente semana. Veamos por ahora el tema de las prerrogativas económicas.
Mucho se ha dicho ya – y resulta todavía insuficiente – sobre lo inmoral que resulta sostener, con el dinero de un pueblo pobre, a Partidos y políticos ricos. Este solo argumento bastaría para hacer algo que cerrar la llave del despilfarro. Pero ahora me propongo hablar de el vínculo que hay entre esta inmoralidad y la partidocracia.
Dinero y poder son dos caras de la misma moneda: el dinero da poder y el poder da dinero. Los partidos usan el dinero para obtener más poder y ese poder los vuelve cada vez más ricos. Pero ese dinero no da influencia por igual a todos los militantes de los partidos, sino a quienes los administran: las cúpulas partidarias que deciden, en buena medida, a quién dan y quién no; y que pueden hacer negocios con ese capital. Ciertamente hay que medir las palabras cuando se dice que los Partidos son ricos, porque los hay militantes de a pie, y de a caballo. El dinero puede favorecer el autoritarismo al interior de los partidos.
Los torrentes de dinero hacen que los partidos sean un negocio apetecible en sí mismo. Un partido es deseable, primero, porque es un negocio lucrativo. El único negocio que te permite modificar las reglas del juego para que tu negocio sea aún más lucrativo. Aunque existan dentro de estos institutos idealistas leales y convencidos altruistas; el dinero invita siempre a los oportunistas, chambistas mapaches, y pragmáticos a quedarse con los mejores puestos.
El dinero corrompe, y el mucho dinero corrompe mucho. Igual que se ha dicho del narco: tienen tanto dinero que pueden comprar mucho y a muchos. Con el dinero los Partidos han corrompido a sus militantes y han sido una fuente de corrupción constante en las comunidades y colonias más pobres. Cada tres años invitan a la gente a vender y venderse, sin recato. En la última elección, al menos en las colonias de León, el voto se llegó a cotizar en 400 o 500 pesos. Conocí personas que aceptaron dinero, de dos partidos diferentes, para repartir dinero y promocionar el voto.
El dinero ha contribuido a que las campañas, en lugar de ser una lucha de ideas, sean una competencia de spots y de compra a través de la dádiva. Una lucha altamente desigual, porque los aparatos propagandísticos con que cuentan los partidos más grandes aplastan casi cualquier argumentación de los pequeños o los independientes. El financiamiento oficial, que nació con la idea de dar más equidad a la contienda política, cuando el partido de Estado se servía con la cuchara grande, es ahora una de las principales fuentes de inequidad: le da más a quien tiene más, a los grandes. Sistema perverso que no ofrece a los electores la posibilidad de conocer las opciones, sino que garantiza la consolidación de unos cuantos.
La medicina es muy simple: la fórmula para determinar el monto que se otorga a los partidos consiste en la multiplicación del salario mínimo por el total del padrón. Si la formula estableciera que la multiplicación fuera por los votos válidos de la elección, se reduciría en automático a la mitad, y le daría más valor al voto nulo.
Otra parte de la formula establece que solo el 30% se reparte equitativamente entre todos, y el 70% proporcionalmente a la última elección. Y esto es válido también para los tiempos en radio y televisión. La medicina consiste en invertir la proporción: el 70% en partes iguales y solo el 30% en relación a la última elección. Los tiempos de televisión y radio debieran ser iguales para todos. ¿Por qué? Porque los electores merecemos conocer, en igualdad de circunstancias, las propuestas de todos los partidos. La situación actual es como si en los debates se diera mayor tiempo para hablar a unos que a otros. Resultaría absurdo.
Una distribución menor del dinero y más equitativa arreglaría muchas cosas, pero especialmente haría más posible la competencia. Forzaría a los partidos a incrementar su trabajo en las bases, a competir con argumentos. Los partidos pequeños y alternativos tendrían más posibilidades de crecer y ofrecer una competencia real, lo que sería un acicate para los demás. Los candidatos independientes tendrían más posibilidades de competir, y a la postre, de formar nuevas asociaciones políticas más frescas.
Hay partidos que han hablado ya de esta reducción del financiamiento. Ponte en contacto con tu diputado electo y pídele que lleve la propuesta a la cámara. En nuestra siguiente entrega hablaremos de los plurinominales y su relación con la partidocracia.