Primero las Plazas
Durante un proceso de autodiagnóstico comunitario en Las Joyas, al que nos tocó acompañar, muchas personas hablaban de unas imágenes muy bonitas que les habían presentado durante la campaña, prometiendo una Plaza de la Ciudadanía en el lugar que actualmente ocupa el parque de la Soledad de Las Joyas y un terreno aledaño de 5 mil metros. Acordamos con los representantes de la comunidad, averiguar dónde estaba ese proyecto, y solicitar además que les fuera presentado para poder opinar antes de que se decidiera desde un escritorio qué era lo que se haría en su colonia. Pudimos saber después que, efectivamente, había un proyecto, y el Secretario del Ayuntamiento, Martín Ortiz, facilitó las cosas para que estos fueran presentados a la comunidad. En reuniones sucesivas, representantes de varias colonias opinaron sobre el proyecto y sobre lo que ellos consideraban como prioritario, y se hicieron las modificaciones pertinentes. Hasta donde sabemos, el proyecto de la plaza que se construirá incorporará las aportaciones de la comunidad, aunque hasta el día de hoy no se ve más que la primera piedra que se puso en septiembre.
Si un proyecto puede quedar como insignia de la administración municipal priísta actual son las prometidas, proyectadas y presumidas Plazas de la Ciudadanía. Las Plazas de la Ciudadanía son una suma de servicios a la comunidad como biblioteca, canchas deportivas, oficinas públicas, aulas, talleres etc., que compartirían un espacio común, vigilado y administrado por el municipio. Según lo que se ha difundido, tendremos al menos 4 en el municipio de León: Presidentes de México, Las Joyas, Periodistas Mexicanos y Ampliación San Francisco. “Si el dinero alcanza”, según dice nuestra alcaldesa, podríamos tener hasta 8, una en cada uno de los polígonos de pobreza que circundan a la ciudad.
Más allá de su nombre rimbombante, estas plazas pueden ser el mayor acierto de la presente administración, si se concretan no sólo como obras de cemento y ladrillos, sino como proyectos de intervención social. Uno de los fenómenos que se da en los polígonos de pobreza, no sólo de León sino del país, es la desarticulación de los apoyos. Hay una legión de instituciones que ofrecen diferentes programas para atender las carencias de los habitantes de estas zonas, desde caravanas públicas y privadas para regalar juguetes o cobijas, programas de los diferentes niveles de gobierno que ofrecen becas, programas remediales para la educación, comedores comunitarios, dispensarios médicos, clínicas, escuelas públicas y subvencionadas por particulares, centros de rehabilitación, programas educativos en nutrición, talleres de oficios, de manualidades, de computación y un largo etcétera. Algunos habitantes de los polígonos se han vuelto expertos navegantes entre este mar de programas, obteniendo a veces becas, apoyos y subvenciones duplicadas, mientras que otros menos espabilados siguen en la inopia. No sabemos, porque difícilmente alguien puede saberlo, cuáles y cuántos recursos están llegando a una zona determinada y cuáles son los efectos reales que éstos tienen en la población.
En los años ochenta, cuando el que esto escribe empezaba a trabajar en cuestiones de desarrollo comunitario, Pátzcuaro era el lugar preferido de los promotores sociales, quizás porque era un lugar muy bonito, con una cultura rica y muchas posibilidades. Había hartos programas y organizaciones en la zona. Se decía entonces que en Pátzcuaro cada familia indígena tenía su casita, su parcela, su burro, su perro... y su promotor. Pero a pesar de esa profusión de profesionales del desarrollo y organizaciones humanitarias, las condiciones de la gente no mejoraban sensiblemente. La suma de programas, desarticulados, no producen el efecto que correspondería a la cantidad de recursos invertidos si llegan a las comunidades de manera caótica. Hace falta una organización local en cada polígono –o en diferentes partes de los polígonos– que ayuden a canalizar todas las ayudas de manera ordenada y coherente. Alguna vez, durante el proceso de retroalimentación a la Plaza de la ciudadanía de Las Joyas, el secretario del Ayuntamiento nos aseguraba que las plazas no serían sólo construcciones: que tendrían su gerente de plaza, su equipo de trabajo, para que fueran espacios vivos. Si esto es verdad, las plazas podrían ser una herramienta de desarrollo que diera sentido a muchos de estos apoyos dispersos. Se pueden congregar ahí muchos de los servicios que damos las organizaciones de la sociedad civil, junto con los apoyos que dan programas del gobierno; programas de educación, trabajo, cultura, etc. De forma que la coincidencia espacial ayude también a trabajar integralmente con la familia: mientras los hijos toman clase de computación, la madre puede estar estudiando la preparatoria abierta, y el hermano mayor aprendiendo música.
El presupuesto de cada plaza fluctúa entre los 10 y los 26 millones de pesos, pero cualquiera de ellas tendrá un beneficio social mucho mayor que un paso a desnivel en el Blvd. Morelos, y a un costo mucho menor. “Si nos alcanza haremos hasta 8” dijo la alcaldesa. Si de verdad este gobierno tiene vocación social y las plazas se aprovechan correctamente, puede ser lo más importante que haga este gobierno. Hagamos las 8, o 10. Y “si nos alcanza”, hacemos más puentes sobre el Morelos.