Tres razones para cargar contra las asociaciones civiles • David Herrerías

“Fiel a su costumbre de tirar el agua de la bañera con todo y niño, el presidente arremete contra todas, aunque las que así se comportaban fueran las menos…”

Durante los últimos meses, todas las organizaciones de la sociedad civil en México constituidas formalmente han sufrido presiones desde el gobierno a través de exigencias cambiantes e innecesarias de las autoridades hacendarias, so pena de perder la deducibilidad. Esto forma parte de un sistemático embate del presidente contra las OSC, que, desde mi punto de vista, puede tener tres orígenes. 

Por un lado, es verdad que hay organizaciones creadas exprofeso para evadir impuestos, y muchas que vivían casi exclusivamente de canalizar recursos gubernamentales, a veces con estructuras administrativas onerosas y encareciendo los servicios que el mismo Estado podría proporcionar. Fiel a su costumbre de tirar el agua de la bañera con todo y niño, el presidente arremete contra todas, aunque las que así se comportaban fueran las menos. 

En segundo lugar, hay razones ideológicas que son congruentes con su forma de ver al Estado. Y aquí me voy un poco atrás. Si partimos de la idea de Thomas Hobbes de que el ser humano no tiene una inclinación natural hacia el servicio a los demás, sino más bien a aprovecharse de ellos para sus propios intereses, entonces no puede haber una sociedad civil regida por personas naturalmente sociables, sino una sociedad Estado que sólo puede existir si se crea un pacto artificial, un Leviatán que la mantenga operativa a la fuerza. No podemos esperar, entonces, que de la sociedad civil surjan las organizaciones que puedan dar solución a las necesidades de los más necesitados sin que devenga de ello un lucro. Al Estado le corresponde, por tanto, garantizar estos servicios a la población, no a la sociedad civil. Y yendo un poco más lejos, desde esta visión antropológica, resulta sospechosa toda acción que se diga desinteresada por el bien de la población vulnerable.  Podemos no compartir la postura Hobbes, pero aún así estaremos dispuestos a defender que la educación, la atención a los vulnerables etc., son derechos que el Estado debe garantizar, y su solución no puede depender de que personas de buena voluntad se dignen a atender estas necesidades. 

Esta segunda explicación de la animadversión de López Obrador por las OSC tiene lógica. Pero también es verdad que hay muchas razones para pensar que los seres humanos no siempre somos un lobo para nuestros congéneres. Los neurocientíficos Jorge Moll y Jordan Grafman, por ejemplo,descubrieron que el comportamiento pródigo activa la misma parte del cerebro que se activa con la comida y el sexo, y produce bienestar. Estamos conformados para el servicio desinteresado. 

Las OSC no pueden –ni deben– suplantar la acción del Estado, y ellas mismas tienen que enfatizar que la satisfacción de las necesidades básicas es un derecho que debe garantizar el Estado. Pero pueden actuar subsidiariamente, llenar espacios que el Estado no puede llenar, y lo pueden hacer de manera diferente, por su flexibilidad, su capacidad para dar continuidad y su cercanía con las personas, exenta de la desconfianza común hacia las instituciones públicas. 

Además, las OSC constituyen también una forma de participación democrática, que puede ser legítimamente observante, exigente e incluso contestataria frente al Estado. Esta es quizás la tercera razón por la que el presidente no quiere a las organizaciones de la sociedad civil. Pero olvida que su supervivencia política, en tiempos de vacas flacas, se fortaleció por la existencia de organizaciones de la sociedad civil que lo apoyaron.  

México tiene una muy baja proporción de organizaciones en el sector no lucrativo, comparado con otros países del mundo, incluso latinoamericanos. Este sector, además de estar dando respuestas a miles de mexicanos y mexicanas en situación de vulnerabilidad, es un aportador de soluciones concretas, un espacio de experimentación de programas que puede después adoptar el Estado. Habrá que firmar las paces, porque disparar contra las organizaciones civiles es, en la mayoría de los casos, disparar contra las clases sociales que el presidente se precia de defender.