Se reparten culpas y se envían a domicilio
“Así estamos. Hace unos días la OMS nos mandó las notas y dice que en cuestión de calidad del aire, León, Salamanca e Irapuato están reprobadas. Lo que más duele es que nos digan que estamos peor que la Ciudad de México.”
La siguiente historia podría ser real, pero es ficción y se inserta en este espacio únicamente con fines didácticos.
Un púber cualquiera estudia la secundaria y ha traído a casa unas calificaciones tan bajas que pareciera más bien fruto de una equivocación. Como la maestra gusta de resaltar las reprobadas en rojo, lo único negro en la boleta son los nombres de las materias. No lo juzguemos a la ligera. El mozalbete vive solo con la madre, porque el padre hace tiempo que decidió buscar nuevos rumbos y se aparece muy de vez en cuando, más para reclamar a la madre lo mal que ha llevado a cabo su labor educativa, que para apoyar al muchacho.
Las malas notas del chamaco son la ocasión perfecta: el padre aprovecha para echar en cara a la madre su falta de atención a la educación del niño y pareciera agradecer en el fondo las rojas notas del mozalbete, que le permiten cebarse en la madre compungida. En su defensa, lo único que la mujer acribillada alcanza a decir, es que la forma de calificar de la maestra no es la correcta; que no miden a todos los niños con la misma vara; que si a todos los midieran con la misma rigurosidad la mitad del grupo estaría llorando sus notas ahora… No quiere decir que el bebé se transformará con esto en un buen estudiante, pero comparado con los demás no se verá tan abajo.
Acostumbrado a navegar entre las disidencias paterno maternales, el chico listo apostrofa que la culpa, efectivamente, es de la maestra que no le enseña, y de la madre que no le recuerda los días que hay qué hacer la tarea, y del padre que no se aparece más que en los días de fiesta. Al final, las malas notas se convierten en una feria de descalificaciones y de pretextos, pero nadie pareciera reparar que el fondo del problema es que el escuincle va a la escuela a perder el tiempo y no está aprendiendo lo que debe.
Así estamos. Hace unos días la OMS nos mandó las notas y dice que en cuestión de calidad del aire, León, Salamanca e Irapuato están reprobadas. Lo que más duele es que nos digan que estamos peor que la Ciudad de México.
El anuncio de la OMS ha sido, para los adversarios políticos, la oportunidad de atacar a los gobernantes en turno. Al final se trata de aprovechar cualquier recurso para hacer ver mal a los adversarios. Más que las partículas PM10 que nos tragamos, lo importante es hacer que que el oponente muerda el polvo.
El gobierno acribillado se defiende diciendo que las comparaciones que se hacen están mal hechas. Todos estaremos de acuerdo en que las comparaciones son odiosas, salvo las que nos favorecen. Es muy probable que las objeciones del gobernador y de las autoridades ecológicas estén fundamentadas: se compara sólo a quienes hacen mediciones de los niveles de contaminación (la mayoría no lo hace) y se toman datos que probablemente no son estrictamente comparables.
Pero al mismo tiempo, la respuesta es un tanto cuanto ridícula. Porque la cuestión no es si los ahora “ciudademexicoenses” o “ciudademexicoanos” –antes defeños– consumen en su dieta diaria más partículas suspendidas que nosotros; sino la cantidad que los de acá hemos incorpordado a nuestra dieta, y si ésta es saludable o si nuestras vías respiratorias se han empezado a galvanizar. La comparación es lo de menos, lo que importa es cómo reaccionamos ante un problema que es cada vez más evidente.
Finalmente, muchos ciudadanos nos sumamos a las críticas y hablamos de lo mal que está el aire, como si fuera algo que nos cayó del cielo por culpa de otros. Como el púber del cuento, buscando culpables, cuando, a fin de cuentas, cuando medimos la cochinada que flota alrededor nuestro, no nos queda más que asumir que los principales culpables somos nosotros mismos, especialmente los que usamos el auto diariamente, o los que no hacemos nada por el medio ambiente.
La contaminación es, además de un problema técnico, un problema político. A las autoridades no les gusta porque llevan siempre las de perder. Muchas de las medidas necesarias para combatirla serán políticamente incorrectas y traerán costos aparejados que ningún político quiere pagar. Muchas acciones necesarias tampoco son bien vistas por quienes privilegian la utilidad económica por encima de cualquier otra cosa.
La única solución posible, antes de esperar una nueva boleta de calificaciones reprobatoria que podamos descalificar, es constituir una instancia técnica independiente que no esté sujeta a los vaivenes políticos y que pueda dar certezas sobre las verdaderas condiciones de la calidad del aire en nuestras ciudades. No sólo se trata de ver cuántos imecas navegan nuestro espacio, sino cuáles son sus orígenes. Sabemos que el culpable preferido es el automovil, y sin duda es es el mejor candidato. Pero no podemos olvidar las tolvaneras y otras fuentes contaminantes, como las ladrilleras (se han cansado de recordarlo los compañeros de Brisas sin Humo) y algunas otras industrias.
A fin de cuentas, la OMS viene a decirnos algo que ya habíamos intuido los que solemos voltear a ver el cielo leonés por las mañanas. Pero sólo despolitizando el problema, midiéndolo y entendiéndolo, podremos darle solución. La medicina será, seguramente, más compleja y menos simplista que un “Hoy no circula”, pero es buen momento para empezar a agarrar el toro por los cuernos en lugar de repartir culpas.