El reto de las candidaturas independientes
"Suponiendo que un candidato independiente llegara, tendría que gobernar no sólo con un partido de oposición que le tapizaría el camino de piedritas, sino con dos o tres entusiastas opositores dispuestos a demostrar que fuera de los partidos no hay salvación. ¿Tiene sentido entonces pensar en candidaturas independientes? ¿Son viables?"
Varias novedades habrá en los procesos electorales del año próximo. Serán las primeras del nuevo Instituto Electoral; los alcaldes y diputados que salgan electos tendrán la opción a reelegirse; habrá dos nuevos partidos... pero quizá la más interesante de todas será la apertura a las candidaturas independientes. Las otras modificaciones pueden ser importantes, pero a fin de cuentas son cambios que siguen exactamente las mismas reglas del juego que siempre han jugado los partidos: son nuevas formas de repartirse el pastel que de todos modos sabíamos que se iban a comer ellos.
Las candidaturas independientes son el único componente electoral que podría constituirse en una cuña que empezara a mover el sistema hacia otro lado. Pero no hay que echar las campanas al vuelo, porque aprovecharlas no es algo que resulte tan fácil.
Imaginemos que se quiere ocupar la alcaldía. En primer lugar, construir una candidatura requiere de un proceso complejo, en lo práctico –cumplir con los requisitos formales– y en lo político. Respecto a lo primero, se necesitará reunir, en el caso de León, unas 30 mil firmas con fotocopia de la credencial de elector y cumplir con otros tantos requisitos ante el INE. Pero lo verdaderamente difícil es lo segundo, porque no se trata de postular a alguien por postularlo, sino de tener un plan de gobierno, una idea clara de lo que se quiere hacer. Y eso no se construye de la noche a la mañana. Uno de los mitos que existen alrededor de eso que se ha llamado sociedad civil, es que existe un consenso y que fácilmente nos podemos poner de acuerdo porque somos ciudadanos. Nada más lejano de la realidad: sociedad civil es tanto Provida como Católicas por el Derecho a Decidir; la empresarial Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural como Antorcha Campesina; Canacintra tanto como el Frente Auténtico del Trabajo. En la sociedad civil se expresa una gama ideológica mayor y más compleja que la expresada en los partidos políticos. Construir consensos no es cosa fácil.
Estos consensos son fundamentales, no sólo para ofrecer un plan de gobierno coherente, sino para poder gobernar. Suponiendo que un candidato independiente llegara, tendría que gobernar no sólo con un partido de oposición que le tapizaría el camino de piedritas, sino con dos o tres entusiastas opositores dispuestos a demostrar que fuera de los partidos no hay salvación. ¿Tiene sentido entonces pensar en candidaturas independientes? ¿Son viables?
Las candidaturas independientes son, por naturaleza, eventuales y estratégicas. Son eventuales, porque si una organización que postulase a un candidato se constituye en algo permanente, sea porque se mantiene en el poder o porque se consolida como una organización dedicada a promover el acceso a los puestos de elección popular, se habrá convertido, en los hechos, en otro partido político. Diferente –en principio– a los demás, pero sujeta a la misma lógica, riesgos y problemas de los demás.
Son estratégicas, porque la finalidad principal de estas candidaturas no es ocupar el poder, sino presionar para que éste se comporte de otra manera. Tener la posibilidad de correr por un carril diferente al de los partidos, los puede estimular, de entrada, a cuidar y mejorar sus procesos de selección y elección de candidatos, porque las candidaturas más viables –y las menos deseables, creo– serán las de los candidatos internos disconformes, que aprovecharán parte de las bases partidarias para luchar contra sus excorreligionarios.
Pero la posibilidad de acceder al poder de forma momentánea debe ser aprovechada por la sociedad civil para cambiar desde adentro las reglas del juego. Las reglas que han distorsionado la política, convirtiéndola en un coto privado en el que los partidos cobran las presas más grandes a su antojo y sin límites. En este sentido, una eventual candidatura para un ayuntamiento debería plantearse como finalidad principal, por ejemplo, el cambio de las normativas que limitan la participación y la auditoría ciudadana; la democratización y consolidación de los Consejos Ciudadanos; la ampliación de los recursos para la transparencia; el blindaje de los procesos de contratación de obra, etc. No se trata de pensar en ocupar el poder indefinidamente, sino de cambiar las reglas con las que jugarán los que vengan después.
Ganar una presidencia municipal ahora, con el tiempo que queda, enfrentándose a las aceitadas maquinarias de los partidos, es casi imposible, aunque se podría aspirar a una regiduría. Me parece que tiene más interés pensar en candidaturas independientes para el Congreso local. Postular un diputado en un distrito, requiere de unas 6 mil firmas. Con eso una organización ciudadana puede acceder a recursos públicos y concentrarse en un solo distrito electoral. Si se logra un puesto en el Congreso se obtiene la posibilidad de canalizar iniciativas de ley, lo que por vía de la Ley de Participación Ciudadana es casi imposible. Un diputado en el congreso puede hacer mucho ruido, tener visibilidad, vigilar desde adentro lo que sucede intramuros, y empezar a fomentar desde ahí una mayor participación ciudadana en la construcción de las leyes.
Tenemos una nueva herramienta en las manos. ¿Seremos capaces de aprovecharla? Porque el problema más grande de nuestra democracia –más que los partidos políticos– sigue siendo el de una participación de los ciudadanos en política, que vaya más allá de las páginas del Twitter y el Facebook.