Somos nómadas • David Herrerías Guerra

“…buena parte de los habitantes del mundo han seguido peregrinando en los últimos milenios…”

 

Mil ochocientos años antes de Cristo, el régimen faraónico en Egipto sufrió una crisis y se dividió en dos reinos. La zona del delta del Nilo fue invadida –no se sabe si poco a poco o si hubo incursiones armadas–, por una serie de pueblos llamados genéricamente hicsos. Esta palabra quería decir algo así como “gobernantes o reyes extranjeros”, lo cual no dice mucho de ellos. Muchos historiadores creen que esas personas eran migrantes sirios y cananeos, es decir, de la zona de Palestina. Lo que sí se sabe es que a lo largo de unos cien años llegaron a ocupar el poder en el reino faraónico del norte de Egipto, hasta que los faraones del sur los atacaron y los devolvieron a Palestina. Este hecho histórico puede haber inspirado la historia del Éxodo, escrita cerca del 1450 AC.

El relato de Moisés y la huida, el paso milagroso del Mar Rojo, y el establecimiento en los territorios que ocupaban filisteos, sirios y fenicios en la costa oriental del Mediterráneo, es uno de tantos relatos fundacionales de los pueblos del mundo basados en la migración, en la peregrinación, en la búsqueda de una tierra de promesa. Para los judíos el pesaj, el paso, que conmemora la muy simbólica ruptura de la barrera del mar, es piedra angular de su mito fundante, un pueblo en movimiento en busca de los territorios que “les estaban reservados”.

Si recorremos la historia humana, veremos que está llena de pueblos peregrinos. Rómulo y Remo son descendientes de Eneas, un migrante expulsado por la derrota de Troya, y fundan Roma. Cartago, en el norte de África, es fundada por una princesa Fenicia exiliada, y de ahí saldrán las migraciones que poblarán la península Ibérica. Toda Europa es una mezcla de pueblos migrantes: godos, visigodos, vándalos, hunos, ostrogodos. La migración desde Aztlán al altiplano del Valle de México está también entre nuestros mitos fundantes. Las migraciones permitieron el poblamiento del mundo, y han sido la simiente de todas las grandes culturas

El homo sapiens tiene alrededor de 120 mil años de poblar la tierra; de esos, sólo durante diez mil ha sido sedentario. Y eso es un decir. A pesar de crear grandes asentamientos, buena parte de los habitantes del mundo han seguido peregrinando en los últimos milenios.  Se sabe que Ciro, dueño y señor del imperio persa, construía grandes palacios pero dormía en su (lujosa) tienda de campaña, en los jardines de sus espléndidas ciudades, dispuesto a salir hacia otra ciudad u otro jardín. 

Aunque la modernidad fue creando fronteras cada vez menos lábiles, y asentamientos más grandes y estables, la humanidad no ha dejado de ser nómada. Migramos, queremos abrir el mar en dos partes para pasar al otro lado, porque es natural buscar esa tierra donde “mana leche y miel”. Migrar es humano. Migrar es un derecho.

El cristianismo dotó de un sentido nuevo a la pascua judía, al sembrar la esperanza de ese pasaje más allá de la muerte, pero, en un sentido más terrenal, en ampliar el sentido de pueblo más allá de las fronteras del judaísmo. El paso a un mundo en el que no haya “judíos o gentiles”, sino una sola humanidad. 

Ojalá que en esta pascua podamos reconocernos todos y todas como migrantes, y entender que las fronteras son construcciones arbitrarias que se deben abrir como el Mar Rojo para acoger a los pueblos peregrinos.