miércoles. 25.06.2025
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Tratado sobre los Chapulines

"Durante periodos de tiempo llamados electorales, son sumamente activos y agresivos, incluso –o especialmente, dicen algunos etólogos– con los de su misma especie"

Tratado sobre los Chapulines

Pareciera que poderes oscuros han desatado desde hace semanas una campaña de desprestigio contra los chapulines. ¿Quién puede estar interesado en atacar a tan inocentes animalitos? Poco puedo hacer para defenderlos, porque mi conocimiento del tema es tan limitado que no acabo de saber siquiera cuál es la diferencia entre saltamontes y chapulines, y mucho menos entre las miles de especies que existen. Sé, gracias a Wikipedia, que a muchos bichitos ortópteros se les llama chapulines en México, y que el nombre significa algo así como insecto que rebota como el hule, en náhuatl. Los chapulines, grillos, saltamontes  y langostas son insectos del orden Orthóptera. Son famosos por su habilidad para el salto y en muchos casos, por sus vistosos colores, cualidades que no deben originar mucha animadversión. Tienen, sin embargo, flancos más débiles: su chirrido, que puede parecer romántico en la pradera, pero que se torna insoportable cuando se instala adentro de la recámara; o su apetito voraz que puede acabar con cultivos enteros cuando los inocentes animalitos se multiplican como humanos; o su cara de extraterrestre cuando se les mira de cerca...  En cualquier caso, no me parecen argumentos para tal campaña dirigida a desprestigiar a estos inocentes seres.

Investigando un poco más en otras fuentes, es decir, pasando de la sección de ciencia y cultura a la de política, encontramos que hay otras especies de chapulines, mucho más grandes, y no de la orden Orthóptera, sino de la orden Oportunae. Estos bichos habitan espacios generalmente urbanizados, específicamente oficinas públicas, congresos, ayuntamientos. Son seres de hábitos sedentarios pero estacionales. Me explico. Durante periodos de tiempo llamados electorales, son sumamente activos y agresivos, incluso –o especialmente, dicen algunos etólogos– con los de su misma especie. Sin embargo, una vez pasado este tiempo tienden más bien a una vida calmosa, que puede durar dos o hasta cinco años, según la suborden. Por ejemplo: la suborden Diputáfera tiene ciclos de dos años de sendentarismo por uno de frenesí electoral, mientras que la suborden Senadófera tiene un ciclo de cinco de tranquilidad por uno de excitación electoral.

A diferencia de nuestros amiguitos ortópteros, los chapulines del orden Oportunae no descollan por su colorido ni por su canto, aunque sí por su voracidad, especialmente en algunos individuos. Pero su característica principal es, precisamente, su capacidad para rebotar como el hule, de un puesto a otro, durante el frenesí electoral.

Pero llegados a este punto, el lector bienintencionado se preguntará: ¿se justifica el enojo y la rabia contra estas criaturas del señor, sólo porque no pueden esperar a terminar los compromisos que adquirieron porque sus secreciones glandulares los lanzan inevitablemente de un puesto a otro?

Aunque parezca un hábito inocente, chapulinear sí tiene sus consecuencias. Veamos algunos datos que nos pueden ayudar a ver el efecto de esta plaga en la sociedad.

Elegir a los representantes federales nos costó en 2012, la friolera de 18,600 millones de pesos. Eso sin contar algunos gastos indirectos, por ejemplo, el uso de los tiempos oficiales de televisión, los costos de otras autoridades electorales (Fepade), franquicias postales, etc, que no aparecen en el presupuesto del IFE (INE) En el 2013, México Evalúa publicó un estudio, en el que demuestra que si se integran todos los costos de las elecciones, nos gastamos cerca de 40 mil millones de pesos en el 2012. Aunque es muy difícil calcular la cifra porque hay muchos rubros oscuros (lo cual favorece en general a los partidos), podemos decir que elegir a las autoridades federales nos costó unos 800 pesos por ciudadano. O si lo dividimos por cargo (500 diputados, 128 senadores, un presidente: 629 puestos), cada elección de curul o hueso nos costó más de 63 millones de pesos. Aún limitándonos a los costos oficiales –18 mil millones–, elegir a cada senador, diputado y presidente, nos costó 23 millones de pesos.

Suponga usted que para escoger a los funcionarios de una empresa, cooperativa u organización de la que usted es consejero, tuviera que hacer un proceso que durara al menos seis meses. Que le costara, por su duración y complejidad, una cantidad de entre 23 y 63 millones. Piense que mal que bien, logró llenar el puesto. Que además le paga bien, más de lo que en general, una persona con ese perfil ganaría en cualquier otro lado. Pasa un año, el de aprendizaje. El segundo que empieza a ser productivo (pensando bien) y llegado a este punto, ese personaje en el que usted invirtió tanto, sin decir ni gracias, se va a otro lado. En ese punto, ¿volvería a pagar un proceso igual para reclutar más gente irresponsable? ¿O al menos pondría como requisito que los candidatos al puesto no pertenecieran a la especie Chapulín, orden Oportunae?

Por otro lado, ¿es creíble que un funcionario sea igual de bueno para legislar que para administrar un municipio? ¿Es bueno para los que sufragamos sus salarios, permitir que salten de un puesto a otro, cuando no hemos podido evaluar su desempeño en los anteriores, porque ni siquiera han terminado un ciclo? ¿Podemos confiar y darles nuevos encargos a personas que nos dejaron tirado el changarro? ¿Podemos confiar en algunos de estos chapulines que se han distinguido además por mentir, porque muchos afirmaron frente a los medios que terminarían sus encargos y ahora despliegan sus rectas alas y fuertes ancas para saltar a otro sitio?

Si el Dios de los Ejércitos que le echó la mano a Moisés en realidad quería amedrentar al faraón, mejor hubiera mandado una plaga de estos chapulines: se hubiera evitado otras calamidades y el poderío egipcio hubiera declinado muchos siglos antes.