Vivir con el enemigo
"Tenemos una falta de sensibilidad –o un exceso de incivilidad– que hace la convivencia rasposa. Vecinos que tiran basura, que hacen ruido, que no contribuyen, que abusan... Y por otro lado, no hay normas ni instrumentos que ayuden a construir una nueva cultura: prácticamente no hay defensa contra vecinos como Lacra Mota"
Hace poco escuché de un importante desarrollador de vivienda una frase que he oído de muchos urbanistas y leído en muchos espacios: la solución para ciudades como las nuestras, pasa necesariamente por la densificación. La idea de que cada ciudadano puede vivir dentro de la ciudad con su casita independiente, con un pequeño patio particular, se traduce en ciudades extendidas que se vuelven casi imposibles de abarcar con servicios adecuados, encarecen la movilidad y el costo mismo de la vivienda. El régimen de condominio vertical, en edificios que permitan la optimización de los terrenos, puede ofrecer espacios comunes de más calidad que los reducidos espacios particulares, y hace más fácil la dotación de servicios y la movilidad.
En principio estoy de acuerdo. Imagino edificios departamentales que, al aprovechar el espacio “muerto” arriba de nuestras cabezas, favorecen la creación de más espacios verdes, áreas de juego y deportivas, cercanía con escuelas y comercios. Pero cuando pienso en la palabra condominio, no sé qué resorte se dispara en mi cabeza y pone ante mis ojos inmediatamente la palabra “problemas”. No son pocos los mexicanos que viven en condominios verticales, y en general la experiencia de los mismos dista de la imagen ideal de un lugar en el que la convivencia entre vecinos transcurre alegremente en torno a espacios comunes bien conservados. Es frecuente que los habitantes se deban conformar con paciencia budista a los ruidos de los vecinos en horas inapropiadas, o a muchos otros problemas de convivencia.
Reconozco que mi experiencia personal de vida en un régimen de condominio es escasa. Pero mi curiosidad y mis nociones sociológicas autodidactas, me han permitido desarrollar teóricamente un “tipo ideal”, al modo weberiano, es decir, un modelo que no existe en ningún lugar específico pero representa o resume las características de un grupo. Lo he llamado “Lacra Mota” y es probable que usted lo reconozca y lo tenga viviendo más cerca de lo que imagina.
Lacra Mota vive en un condominio horizontal o vertical. No se sabe qué mecanismo psicológico opera en su interior –o acaso sea una iluminación–, que lo lleva a pensar que por alguna elección inexplicable y fortuita de los dioses, él tiene derecho a vivir de las cuotas de los demás y disfrutar de los espacios, sin desembolsar un peso por su mantenimiento. Lacra Mota se opone abiertamente a pagar cualquier contribución como lo hacen sus vecinos, pero no le incomoda disfrutar de los beneficios colectivos de la misma. Una de las razones para no pagar, según se ha oído decir al Señor Mota, es el ahorro, que le ha permitido comprar un coche extra. Como no tiene espacio asignado para su nuevo bólido, se ha apropiado de un espacio destinado a corredor. Ha construido una jaula espantosa que mantiene su inversión a salvo de los vándalos y de la recuperación de ese espacio público por parte de los envidiosos vecinos.
Industrioso y progresista, Lacra Mota vende tacos en las noches. Ha dispuesto de la banqueta sin permiso de sus conurbanos y encadena su puesto a un poste durante el día, aunque estorbe el paso. Es un buen padre, Lacra Mota, y gusta de jugar en el espacio común los domingos con sus hijos. Disfruta el espacio abierto para jugar futbol, por lo que ha destruido, con sus futboleros vástagos, todo intento de reforestación que inician los vecinos. Respeta, eso sí, los cuatro árboles flacos que ayudan a demarcar las metas. Es de familia bullanguera, por lo que a todas horas del día comparte generosamente con los mal agradecidos vecinos la potencia de su estéreo y sus gustos musicales. Los sábados y domingos son de karaoke o de simple canto a capela, amplificado por las copas.
De modas y costumbres extranjerizantes, como separar la basura o recoger la caca del perro, no quiere saber nada. Bastante hace Lacra Mota con sacar la basura a la calle, aunque sea en el canasto que puso el vecino, que queda más cerca, y no en las horas indicadas por el servicio de limpia. Respecto a las heces de perro, lo ha dicho en varias juntas, no es propio de gente decente andar detrás de los chuchos recogiendo sus boñigas.
Algo de Lacra Mota tendrá un vecino suyo, o la mejor, perdón, usted mismo. Pero a decir de algunos, mi modelo no es preciso. No es que no exista Lacra Mota tal como lo describo, sino que no es propio nada más de los condominios. Lacra Mota habita en todas nuestras colonias, calles y vecindades, fraccionamientos y “clusters” residenciales.
Tenemos una falta de sensibilidad –o un exceso de incivilidad– que hace la convivencia rasposa. Vecinos que tiran basura, que hacen ruido, que no contribuyen, que abusan... Y por otro lado, no hay normas ni instrumentos que ayuden a construir una nueva cultura: prácticamente no hay defensa contra vecinos como Lacra Mota. Hay leyes contra el ruido pero no hay mecanismos que hagan exigible el derecho al silencio; es casi imposible impedir que un vecino cínico tire repetidamente la basura enfrente de su casa; hay leyes que regulan el pago de cuotas y la convivencia en los condominios, pero no hay forma de hacerlas cumplir contra gentes como Lacra Mota.
Esta doble falta: nuestra incivilidad y nuestra laxitud normativa, hacen difíciles las soluciones de vida en condominio y explican nuestra resistencia a esta alternativa. Pero manifiestan también nuestros fracasos en otras escalas. Somos una ciudadanía incapaz de construir acuerdos mínimos en los espacios más inmediatos. Y aquí, aunque los villanos de moda son los políticos, la culpa es de nosotros, de todos y todas, los que somos Lacra Mota, los que los educamos, los que los justificamos y quienes los dejamos seguir abusando.