Fracasomanía
“Los fracasómanos confunden el pensamiento crítico con el señalamiento obsesivo de ‘errores’, sean éstos reales o producto de la cortedad de miras…”
Soy poco original al escribir sobre el término que da título al artículo, pues con frecuencia aparece en los trabajos de variados opinadores y periodistas, pero en estos momentos de la vida del país vale la pena recordarlo.
Quien acuñó el concepto fue el académico alemán Albert O. Hirschman, un economista incómodo, con el que se puede estar en desacuerdo con sus posturas intelectuales, pero se le debe reconocer su creatividad para nombrar de forma certera fenómenos de las sociedades latinoamericanas.
En el libro Más allá de la economía, coordinado por José Woldenberg, se señala que Hirschman define como fracasomanía “una especie de complejo/prejuicio que impedía ver y aquilatar los avances”. Y dice que la “idea se me ocurrió a partir de la observación de la realidad colombiana y brasileña. En Colombia, la primera reforma agraria, prometida en los años treinta por el gobierno “newdealista” de Alfonso López, había sido siempre interpretada como un fracaso total, cuando en cambio los datos que yo recogí indicaban con claridad que se habían efectuado algunos cambios en sentido positivo en las zonas rurales”.
En el contexto de la polarización de posturas frente al proceso complejo de la 4T, se puede visualizar un gran grupo que esgrime sólo insultos, descalificaciones y generalizaciones absurdas; a este segmento de opinadores y todólogos les conviene –sugerencia respetuosa- un buen autonálisis de su fracasomanía y abrir espacio mental al pensamiento crítico. Éste –el pensamiento crítico- observa, analiza y, después de un proceso reflexivo de asimilación y acomodación, formula juicios tan certeros como sólidos sean sus sentí-pensamientos (Galeano dixit). Los fracasómanos confunden el pensamiento crítico con el señalamiento obsesivo de “errores”, sean éstos reales o producto de la cortedad de miras.
Ni infierno, ni gloria; las realidades sociales son variopintas y de repente cuesta trabajo reconocer los evidentes avances que se están teniendo —gerundio permitido por tratarse de un proceso existente, inconcluso- en el actual cambio de régimen. Y con honestidad intelectual, pues esto vale no sólo para los perdedores de la jornada electoral presidencial, también reconozco ciertos excesos de la parte triunfadora, que debe (debemos) avanzar en argumentar los juicios de valor positivos sobre este proceso.
Leo buena parte de los argumentos que escriben los fracasómanos sobre el actual gobierno, y se me viene a la cabeza la imagen de las tribunas de aficionados que se levantan airados reclamando al árbitro una falta que o no existió, o que se sobredimensiona para que el equipo de nuestros amores se vea beneficiado, y segundos después intercambian miradas cómplices y risitas discretas con el de al lado, a sabiendas de que se está equivocado. Y cuidado con que alguien de la porra contraria nos increpe, porque hay bronca segura. Frecuentemente somos más parecidos al fanático y matraquero del futbol que a ciudadanos que quieren compartir afanes democráticos.
Lejos estoy de sugerir el abandono a las convicciones. Éstas se deben defender con pasión, razón y constancia. Bienvenidas las críticas cuando están bien cimentadas, porque pueden hacer emerger ángulos ocultos a la visión propia. Más bien, y en continuidad con la imagen del futbol, nos debe gustar más el juego que los equipos, y no sobraría reconocer de vez en cuando las buenas jugadas del equipo contrario, como lo hace un buen aficionado al deporte, y en política, la ciudadanía con pensamiento crítico.
Hay que tener presente que en política nadie gana todo y para siempre, y para bien de la democracia, ojalá eliminemos el fracasómano latente que todos tenemos dentro.