sábado. 20.04.2024
El Tiempo

Opinión • Violencia en el Corregidora: un pase de cortesía • Eduardo Aguiñaga

“La paz no sólo es asunto de urgencia en el oriente ucraniano; tampoco del bajío queretano…”

Pase de cortesía - Foto, Eduardo D. Aguiñaga
Pase de cortesía - Foto, Eduardo D. Aguiñaga
Opinión • Violencia en el Corregidora: un pase de cortesía • Eduardo Aguiñaga
Tengo una amiga mexicana que vive en (la exRepública Socialista Soviética de) Georgia. Me escribió cuando aquella vez en la que en la comunidad rural de Santa Anna del Conde, León, una ráfaga de balas acabó con la vida de unos muchachos supuestamente por estar en el lugar y el momento incorrecto: un campo de fútbol, un lunes al mediodía. Ayer me volvió a consultar sobre un tema que ya había dado la vuelta al mundo en minutos, otra vez ligado al fútbol: la trifulca en el Querétaro-Atlas. Opinar es muy fácil, es un derecho, además -le dije-, y se ha leído de todo: "desafiliación al (club) Querétaro", "¡machos (y mamarrachos), una vez más!", "pseudo-aficionados", "eliminar las barras", “17 muertos”, “No hay muertos”, "veto", "vetos" y hasta salió un tal Beto "el Huachicolero" inmiscuido, con sus secuaces, en el enfrentamiento. Se podría decir que no es nada nuevo, que quizá sea la videograbación para documentar el acto lo que ha hecho verlo diferente. 
Ese "Grita X la paz", que indicaba la manta que los 22 jugadores previo al silbatazo inicial sostenían para que una bella postal fuera capturada, fue una muestra, quizá, otra vez, de la absoluta preocupación sino por lo ajeno, lo de Ucrania, Rusia y USA, y estar tan ciegos para no identificar las problemáticas sociales en el entorno inmediato: lo local. Celaya, por ejemplo, a unos cuantos minutos de Querétaro, está hundida por el "Derecho de piso". 
Criminales convertidos en héroes en series televisivas, películas y canciones, y asumidos así en el imaginario de los mexicanos: narcotraficantes, sicarios; y, si nos vamos a otra escala, una figura del hooligan, ultra, o barrabrava, cada vez más incorporada en ciertos sectores de seguidores, más allá de la estética, gente entrenada con la que no se querría tener problemas ni dentro ni fuera del estadio. No obstante, la cultura de las gradas va mucho más allá para buscar descalificarla o crucificarla sin verdaderos argumentos... 
El hecho es que, dentro de la maraña, los actos de violencia que exponen las videograbaciones nos resultan indignantes a la mayoría, pero al mismo tiempo también ajenos, increíbles, inconcebibles: "Con que no me pase a mí". La violencia ha sabido bien cómo colarse para normalizar situaciones semejantes en otras arenas, si el campo de combate fuera otro, seguro la indiferencia haría su efímera aparición, como es costumbre.
Hay códigos cuando se trata de pisar otros territorios, no sólo en el fútbol (bien podríamos hablar de asuntos agrarios, por ejemplo) y, en especial, cuando se es el forastero: no se va portando el jersey e incitando a la ligera al contrincante en su cara, pues el baile, el cántico, o lo que se pueda usar para intentar ridiculizarle, podría ser más insultante que escupirle o arrojarle orina, y más cuando se está perdiendo en casa. Entonces, las cosas pueden acabar así: muy mal. Pero no todos sabemos sobre estas consecuencias, ni tendríamos porqué saberlo. 
Quizá, sólo quizá, aquel que iba con un pase de cortesía y ha terminado desnudo e inconsciente sobre el pavimento caliente que de a poco fue enfriado por su propia sangre, reflexione ante el dolor que le causan sus múltiples fracturas, una vez despierto en el hospital, y se cuestione: ¿Cómo carajos terminé aquí? ¿De dónde han sacado tanto odio para meterle tal golpiza a un total desconocido?
El estadio Corregidora, en la ciudad de Querétaro, ha sido el fractal, es decir, la referencia y representación en menor escala de lo que se ha ido gestando desde hace décadas en todo México, de los actos de violencia que acontecen a diario en nuestras calles y barrios, en nuestras ciudades, con nuestros familiares y vecinos. La paz no sólo es asunto de urgencia en el oriente ucraniano, separado de Georgia tan solo por el mar Negro; tampoco del bajío queretano.