500 colaboraciones (II)
" ... espero honrar debidamente a cada maestro que me lleva a enriquecerme en el conocimiento del idioma… como los mismos lectores, que sus consultas me obligan a prepararme."
A unas semanas de cumplir 500 publicaciones de Chispitas de lenguaje, estoy abusando de las amabilidades de que he sido objeto por esta casa editorial al hacer un recuento de lo que estuvo detrás de esta columna. Agradezco a Leopoldo Navarro, director general de Es lo cotidiano, su hospitalidad y confío conseguir el interés de usted, amigo lector.
Un antecedente más remoto de lo anotado la semana pasada fue cómo me involucré con el tema de la Columna. Como todo universitario, egresé con serias deficiencias en ortografía y redacción. Sin embargo, tuve la fortuna de caer en manos de un jefe muy exigente, don Roberto Calleja Ortega.
Corría el sexenio de José López Portillo (1980). Las elecciones eran organizadas por la Comisión Federal Electoral –encabezada por el secretario de Gobernación, entonces Enrique Olivares Santana–. Su brazo operativo era el Registro Nacional de Electores, RNE, donde el licenciado Calleja Ortega se desempeñaba como director de Comunicación. Fui invitado Por él a trabajar en el Registro. Unos años antes nos conocimos en la dirección de Radio, Televisión y Cinematografía, RTC, cuando él dirigía la Hora Nacional y yo los informativos del Grupo RTC-Radio (XEB, la B grande de México; la 660 y la 710).
El RNE se modernizaba al informatizar el Padrón Electoral que antes se elaboraba mecánicamente. Fue cuando se sustituyó aquella papeleta verde (poco menos de media carta) por el formato y material que actualmente ostenta (no así el diseño) la Credencial para Votar. Para iniciar la campaña de medios (llamada La gran acción ciudadana, Padrón Electoral 82) se previó un desplegado que aparecería en todos los diarios nacionales. Ese sería el detonante de campaña.
En ese entonces existía la Comisión Nacional para la Defensa del Idioma, que encabezaba el Secretario de Gobernación (¡qué falta hace ahora esa comisión!). Por tanto, cada documento firmado por el Secretario debía ser escrupulosamente revisado. Calleja me pidió revisar el texto. Consciente (yo) de mis deficiencias, lo repasé con diccionario en mano palabra por palabra. Me topé con el sustantivo ‘el porqué’, sinónimo de ‘la razón’, escrito incorrecto (*el por qué). De inmediato, entonces, corregí y presenté el documento. Por supuesto, supusieron que mi modificación estaba equivocada, pero con el diccionario demostré lo contrario.
Con ello me conseguí una fama que estaba lejos de ser cierta, que mi ortografía era impecable. Entonces, el trabajo aumentó pues me consultaban con mucha regularidad al respecto o me daban documentos para revisión. Eso me obligó a meditar sobre la lógica del idioma, a descubrir sus recovecos, para no depender tanto del diccionario y de las consultas gramaticales.
Con el paso del tiempo, debí también familiarizarme con la terminología propia de la materia y, con la práctica, terminé por construir una visión no académica y muy práctica del idioma. Esa experiencia me permitió orientar a mis compañeros de trabajo sin recurrir a vocablos propios de la Lingüística y a dotarme de una visión más llana cuando inicié esta columna.
Hoy estoy muy agradecido por ese suceso: me dio la satisfacción de apoyar con eficiencia a quien me la ha requerido. En un inicio fue de forma directa y a consulta específica. Con el paso, lo hice a través de una red interna y, sin mencionar directamente al autor, procuré incidir en los vicios más frecuentes. Incluso hoy vivo de impartir cursos.
Con este antecedente de la columna, quizá decepcione a mis compañeros de la UNAM, de la Generación de Periodismo y Comunicación Colectiva Juan de la Cabada. Al reencontrarnos y saber de mi actividad en los medios, me han visto como heredero de uno de nuestros grandes maestros: don Arrigo Cohen Anitúa, experto en el lenguaje. Como estudiante, jamás me imaginé que también haría algo similar a su actividad profesional.
Soy más producto de una afortunada circunstancia (como sucede a todos, aunque no identifiquen el punto que les marcó el rumbo de su vida). No obstante, espero honrar debidamente a cada maestro que me lleva a enriquecerme en el conocimiento del idioma… como los mismos lectores, que sus consultas me obligan a prepararme.