Estructura argumentativa
En la escuela, cuando enseñan argumentación explican los silogismos. Estos consisten en oraciones que se vinculan en su contenido para obtener una conclusión. Con ello, uno debe deducir que la forma de relacionar las oraciones es suficiente para construir argumentaciones. La realidad práctica es distinta. Dejar de lado la estructuración del documento y la disposición del párrafo conlleva el riesgo de ser insuficiente. Los artículos científicos y el ejercicio del Derecho reclaman una concepción del argumento más allá de las oraciones.
La disposición de ideas argumentativas no radica solo en exponer cada punto. Es obligatorio un orden específico. Regularmente, la mayoría de quienes redactan suelen copiar formatos para resolver este escollo. Esto es una práctica que atenta contra la elocuencia. Por ello, la mayoría de quienes se ven obligados a argumentar no han desarrollado la habilidad persuasiva. Entonces dejan a un factor azaroso su eficacia: si el oponente es peor, entonces es probable conseguir logros. Actualmente, en el ejercicio del Derecho, a causa de los juicios orales, la argumentación juega un papel fundamental en el resultado esperado. Sin embargo, sin una organización adecuada, una estructura lógica de todas las ideas, los silogismos no consiguen el resultado esperado.
El primer paso es plantearse un objetivo. Pero, desde luego no se puede caer en el simplismo de que el objetivo sea ganar (en Derecho) o convencer (en un texto científico). Ganar o convencer es el resultado de un objetivo concreto. Este involucra directamente el asunto o el tema específico, pero en el giro que se vaya a dar, la forma en que se relacionarán cada uno de las ideas. Es decir, que la estructura general es una entrada, un desarrollo y una conclusión.
Por lo regular una argumentación oral o escrita empieza con enunciar la conclusión a la que se pretende llevar a quienes leen o escuchan. En un documento científico la estructura hasta hoy considerada idea inicia por el llamado abstract. Este no es otro que un resumen del documento (en lo personal preferiría llamarle ‘resumen documental’, pero la metodología científica se ha quedo con el anglicismo porque los artículos científicos deben se enunciados en inglés). Un juicio oral no es diferente. Enunciar la conclusión y sostenerla con base en los principales argumentos, es la base para llevar a quienes escuchan a buscar la vinculación de los distintos elementos que serán sometidos a su consideración.
Esta metodología es más evidente en estas dos actividades (argumentación científica o jurídica). Pero en realidad aplica en todos los ámbitos: al impartir capacitación, el expositor siempre enuncia el objetivo terminal de conducta; lo mismo sucede al impartir clases (las habilidades que al final poseerá el estudiante); pero también al plantear un proyecto arquitectónico o una campaña de comunicación. Vamos, hasta los argumentos de ventas tienen esta particularidad: iniciar por lo que será la conclusión. Con temas y propósitos distintos, pero en el fondo es la fórmula aplicable.
El desarrollo –es decir, ya planteada la conclusión– varía para cada caso. Lo común es ir de lo menos importante a lo más relevante. O sea, después de enunciar la conclusión (que finalmente es lo más significativo) empezar por lo más alejado para poco a poco acercar a la conclusión es llevar de la mano al lector o a quien escucha en un proceso de involucramiento y de descubrimiento del desenlace al que nuevamente llegaremos. En ocasiones el estilo cronológico funciona muy bien, pero no necesariamente debe ser el determinante. Ello depende del objetivo.
Por último se arriba a la conclusión, desenlace o remate. Si hemos llevado de la mano a nuestro lector yendo en el desarrollo de lo menos importante a lo más, pero antes anunciamos la conclusión, es mucho más fácil o probable que quien escucha considere lógica o aceptable el remate o conclusión.
La siguiente semana abordaré cómo construir ya un párrafo argumentativo en específico.