viernes. 27.06.2025
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El México ideal

"Muchos políticos hablan de «el México que todos queremos». El problema es que son palabras huecas porque no está definido el ideal de país. Dentro del discurso suena grato, pero en la práctica no implica que todos tengamos claro el rumbo deseado. Falta entonces, hacer lo que los antiguos mexicanos lograron a partir de una experiencia común"

El México ideal

Las palabras mueven voluntades, forman en la mente del hablante conceptos que se vuelven valores. Precisamente, los conceptos morales suelen ser tan intensos que llegan a ser poderosos detonantes. Así, la palabra da un sentido al pensamiento y con ella una referencia constante a la actuación, a la personalidad. Las palabras-concepto mueven al ser humano en su actividad cotidiana. Por ello, el dominio del lenguaje, el manejo de sus alternativas, la precisión en su uso son fundamentales para la formación y madurez en el pensamiento de una persona.

Por desgracia, la fuerza de los vocablos nunca ha sido lo suficientemente ponderada. Es tan natural, tan común, que se subvaloran las potencialidades de la palabra.  

En la antigüedad prehispánica, el vocablo toltequidad (ya castellanizado, a partir de toltecáyotl) fue un adjetivo asociado a la excelsitud, a lo mejor de lo mejor. Con esta voz se calificaba a las personas más destacadas en su actividad. Este término jugó un papel esencial en la edificación de México, no solo como ciudad (México-Tenochtitlan), sino como cultura. Es decir, se trata de un concepto que logró hacer una tribu unificada en su sentir e imprimir un dinamismo generacional que les llevó de la barbarie (cultura nómada del desierto) a la expresión más refinada y desarrollada de América.

Acuñado a partir de su encuentro con la cultura tolteca, los mexicas usaron este término para forjar en el inconsciente colectivo su propio ideal; lo que en forma moderna llaman «la visión de futuro». Pero este vocablo jugó un doble papel: por una parte, hizo de cada individuo una persona esforzada para superarse siempre a sí mismo y, por la otra, propició que toda la cultura, todo el conjunto, la civilización mexica de forma general, tuviera una idea colectiva de sí mismos. Es decir, que el vocablo resumió lo que a su juicio debía ser el ideal del ser humano, pero también el ideal de nación.

En la actualidad, en buena parte es lo que falta, tener en conjunto una visión ideal de nosotros mismos en lo individual y en lo colectivo. Ello propiciaría generacionalmente tener un rumbo definido como nación.

Muchos políticos hablan de «el México que todos queremos». El problema es que son palabras huecas porque no está definido el ideal de país. Dentro del discurso suena grato, pero en la práctica no implica que todos tengamos claro el rumbo deseado. Falta entonces, hacer lo que los antiguos mexicanos lograron a partir de una experiencia común.

La palabra es un instrumento poderoso, como lo demuestra la historia: llevó a los mexicanos de la barbarie a ser los mejores en tan solo 125 años: desde el momento de la fundación de México-Tenochtitlan hasta su caída ante los españoles. Ninguna otra civilización dio jamás un brinco generacional tan grande. Todas las culturas en el mundo tardaron varios siglos para destacar, incluso los mayas en América. Considérese el tiempo que requirieron los atenienses desde la fundación de su capital hasta el siglo de Pericles; o los propios romanos, desde Rómulo y Remo hasta Julio César. Los mexicanos prehispánicos alcanzaron su cúspide (quizá hubiere sido aún mayor de no toparse con la civilización europea) en un tiempo sin paralelo en la historia de las civilizaciones. Considérese tan solo el acueducto de Chapultepec a Tenochtitlan que ni el de Segovia, España, contaba con dos canales: mientras uno estaba en operación, el otro era objeto de limpieza. Eso da idea del concepto de sanidad desarrollado, hecho sin precedente en América.

Reconocernos en la grandeza de los logros contribuirá decididamente a forjar un mexicano distinto y una cultura moderna de nuestra nación. Debemos dejar atrás el triunfalismo de los promocionales políticos, porque esos siempre son de corto plazo y tienen como propósito vestir a un personaje. Igualmente, debemos rebasar el concepto de identidad nacional con los triunfos y fracasos de la Selección de Futbol. Lo mismo pasa con el nacionalismo de las Fiestas Patrias. A eso no puede limitarse la visión de país.

Gritar ¡Viva México!, debe tener mayor consistencia que sólo el aspecto festivo. En este orden de ideas, falta dar mayor contenido al concepto del México ideal, trabajar más el uso del lenguaje –para conocer a fondo alcances y lograr una mayor identificación con el propósito– y fomentar el conocimiento de nuestra historia, no la ficticia de héroes acartonados como personajes de telenovela. Sí, que viva México, pero en la intensa pasión de hacer de cada uno de nosotros una persona mejor y con ello, en el colectivo nacional. La toltequidad es una asignatura pendiente de los mexicanos.