Primeros americanismos
"Nuestro idioma jamás ha estado cerrado a otras voces necesarias para la adecuada comunicación. Prueba son los cientos de arabismos que usó Cervantes en el Quijote"
Se llama ‘americanismo’ a la voz de origen vernácula incorporada al español que podría proceder de cualquier etnia de este continente. Con el paso del tiempo se han llamado ‘mexicanismos’, ‘uruguayismos’, ‘peruanismos’, etc. a las voces que los respectivos territorios incorporaron al idioma. Sin embargo, recibieron estas últimas denominaciones hasta que adquirieron calidad de nación las diferentes regiones.
Nuestro idioma jamás ha estado cerrado a otras voces necesarias para la adecuada comunicación. Prueba son los cientos de arabismos que usó Cervantes en el Quijote. A lo largo de la historia ha ido enriqueciéndose con miles de vocablos de los pueblos con los que se relacionó.
«Sabemos por el Diario de Cristóbal Colón cómo entró el primer americanismo en el castellano, la palabra canoa. Podemos imaginar el momento en el cual, desde la carabela Santa María, Colón y sus acompañantes divisaron una embarcación hecha de un solo tronco, y antes de bajarse y tocar tierra oyeron gritar ¡canoa!, palabra que quedó registrada en el Diccionario español-latino de Antonio de Nebrija en 1495», describe doña Ascensión Hernández de León-Portilla, miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, en un artículo de la revista Arqueología Mexicana. El vocablo pertenece al pueblo lucayo o taino, que habitaba la isla de Guanahani (Guanaham, según reporta el propio Colón), en el archipiélago de las Antillas, actualmente territorio de Santo Domingo.
En varios momentos de su diario y en otros documentos, el almirante Colón explica que los lugareños llamaban ‘canoa’ a las embarcaciones de una sola pieza, proveniente de un tronco ahuecado para la trasportación de una o varias personas por agua. Los galibes, chaymas, caribes y aruacas –etnias de la zona– conservan el mismo vocablo con ligeras variantes fonéticas.
El primer mexicanismo procede del náhuatl. En el mismo documento, doña Ascensión Hernández reporta: «Algo parecido pasaría cuando los castellanos llegaron a Veracruz y oyeron palabras nuevas del totonaco y del mexicano [náhuatl, pues era territorio dominado por los mexicas y había embajadores en la zona]. La primera la registró Hernán Cortés en sus Cartas de Relación y se refiere a cacaguatal, plantación del cacao. Esta palabra fue la primera de un torrente que, a partir del siglo xvi, se fue metiendo en el español y que hoy podemos documentar en múltiples escritos […] En realidad, el español se vio enriquecido por cientos de palabras indígenas, indigenismos, absolutamente necesarias para poder hacer suyo un espacio plurilingüe en el que existía una naturaleza nueva, rica en plantas y animales y poblada por naciones que habían desarrollado lenguas y culturas radicalmente diferentes a las conocidas».
Un caso curioso se presenta en la palabra ‘tiza’, ya en franco desuso en España, al igual que en México su equivalente: gis (están desapareciendo por el uso moderno de los pizarrones blancos, de tinta seca). Estos son los nombres que se daban al taco de yeso usado para dejar registro en pizarrones verdes (en ocasiones negros). ‘Tiza’ procede del náhuatl tiztli (polvillo blanco, residuo de la combustión de la madera; voz presente en ‘tiznado’, cuando alguien se mancha con residuos carbonizados). En México arraigó el vocablo ‘gis’ (del latín gypsum, yeso), mientras que en España fue más común ‘tiza’.
Actualmente, la cantidad de mexicanismos es tal, que cuando se habla con un extranjero de habla española, solo al manifestar desconcierto por algún vocablo usado en la conversación es cuando uno toma conciencia del mexicanismo. Cada país en América tiene incorporado a su modalidad de español un enorme conjunto de localismos que vienen a enriquecer el idioma. Compartimos un 80% de vocablos comunes, por lo que ese 20% corresponde a localismos, donde se mezclan voces de lenguas indígenas y modernismos.