martes. 24.06.2025
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Rusia 2018, día 20: paridades apenas rotas

"...Fuera de alguna esporádica aproximación, el episodio inicial se diluyó entre disputas más destructivas que creativas...."

Rusia 2018, día 20: paridades apenas rotas

 


Un par de equilibrados encuentros cerraron la ronda de los octavos de final. Pudieron ganar unos u otros, pero al término se quedan los que supieron concretar en el momento oportuno. También fue un encuentro de estilos. Mientras que en el primer partido se preveía que un gol sería la diferencia dada la similitud de las propuestas, en el segundo se esperaba que la contrastación favoreciera el espectáculo: pero a veces los diferentes terminan por ser más parecidos de lo que sopnen y los iguales acaban distanciándose unos de otros por el efecto de la coincidencia en la carga de los polos.

Choque de trenes

Dos naciones con altos estándares de calidad de vida se encontraron quizá de manera inesperada en la ronda de octavos, jugando con un estilo si bien no muy lucidor, sumamente efectivo para alcanzar los resultados esperados. Los suecos terminaron de manera contundente la fase de grupos ubicándose en la primera posición sin extrañar en lo absoluto a Ibrahimović, su jugador más mediático pero no necesariamente pertinente para esta selección; los suizos supieron manejar todos sus enfrentamientos, incluyendo el de Brasil, para llegar a esta fase del torneo con la motivación intacta: sin ser cuadros de élite en Europa ambos, han sabido aprovechar la caída de las potencias para seguir presentes en el certamen, incluso plantando cara a campeones del mundo.

En San Petersburgo, primero fueron los suizos quienes intentaron poner presión en el arco de los nórdicos, buscando tener la pelota y manejarla paso a paso, no obstante que el partido se jugaba básicamente en las alturas con más fortaleza que habilidad con los pies. Tanto querían los suizos salir jugando desde el fondo que por poco les anotan los suecos en por lo menos un par de ocasiones, tratando de imponer sus términos en un partido que se desarrollaba entre la superficie terrestre a medio campo y los aires en las zonas de las áreas. Suiza tenía más tiempo la pelota pero sin ningún tipo de mordacidad, de pronto sí presente en los esporádicos ataques suecos que nos recordaban porqué habían llegado hasta estas instancias.

En efecto, eran dos trenes que no querían descarrilarse. Así empezó la segunda parte pero poco a poco ambos equipos parecieron decidir que el trámite y la tribuna se merecían algo mas de lo exhibido hasta entonces. Surgió entonces Forsberg, saliéndose del rígido guion establecido para empezar a mover los hilos, al punto que recibió un pase de Lindelof tras recorrer más de medio campo y disparó a puerta: la desviada de Akanji contribuyó para que la pelota se fuera al fondo de la portería, el empate estaba roto, esperando que se volviera a reparar vía la reacción suiza. Lo buscaron y estuvieron cerca en un par de ocasiones pero otra vez el cerrojo sueco, de marca mundial como lo puede constatar los italianos y mexicanos, se resistió a ser abierto para darle el pase a los amarillos: como sucediera en 1994, siguen adelante con un fútbol tan autóctono como eficaz.

Choque de estilos

Pintaba para ser uno de los partidos más espectaculares de la ronda de octavos. Una joven selección inglesa con eficaz vocación ofensiva y la colombiana manejando cadencias y circuitos con gracia. Pero más bien resultó que ambos se tuvieron demasiado respeto a lo largo de la primera parte y optaron más por esperar el error del rival que provocar la acción ganadora; además, recurrieron al fingimiento y al juego brusco como fórmulas para mantenerse en competencia: toda una decepción a sabiendas del talento que podrían ofrecer jugando y permitiendo jugar, viviendo y dejando morir, como dirían The Wings. Fuera de alguna esporádica aproximación, el episodio inicial se diluyó entre disputas más destructivas que creativas.

El segundo medio arrancó en similar tesitura, con el control más o menos de la pelota por parte de los ingleses y la espera de los colombianos, hasta que el juez estadounidense decretó un penal en una de tantas luchas grecorromanas que se habían dado en el área cafetalera. Pudo haber señalado esa o algunas otras. Keane convirtió con prestancia y el gol ayudó a la apertura de esquemas e intenciones. Desde la tribuna, James impulsaba a los suyos que poco a poco iban creciendo en el partido, motivados también por la urgencia. Y el drama llegó: en tiempo de reposición, una vez más el gigante Mina con gran salto, consiguió el empate al más puro estilo inglés. La impronta anímica se insertó en la vena colombiana.

Así empezaron los tiempos complementarios: una Colombia emergente y convencida de que su lugar era la clasificación a la siguiente etapa. Tuvo varios minutos de presión pero no logró anotar y hacia la recta final del alargue, fueron los británicos quienes lanzaron mensajes de mayor peligro, ya con el cansancio encima como fantasma dominador en ambos equipos, no obstante la posibilidad del cuarto cambio. Llegaron los inevitables penales y ahí fueron los ingleses quienes consiguieron la victoria tras una larga y durísima batalla, por momentos rayando en actitudes agresivas por parte de los contendientes que pudo, no sin ciertos apuros, controlar el juez.

Con todo, Colombia vuelve a cumplir con el compromiso pero deja la sensación, como hace cuatro años, que daba para más por el momento generacional del plantel, técnico y estilo de juego. La selección inglesa renace después de tiempos medievales en los que el oscurantismo de su representativo nacional contrastaba de extraña manera con la luminosidad y espectacularidad de su torneo local, la mejor del mundo con perdón de la Liga MX y mis queridos Diablos Rojos.

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