Rusia 2018, Día Cuatro: El padecimiento de las potencias
"...Nuestra selección dio la campanada y jugó uno de los mejores partidos de su historia ante el campeón mundial y referente ineludible del fútbol a nivel selecciones..."
Cuando se piensa en selecciones poderosas, vienen a la mente dos: Brasil y Alemania. No fue un buen domingo para ellas, sobre todo para la europea. El fútbol vuelve a regalarnos la sorpresa como parte esencial del interés que despierta el deporte de competencia: romper con la predestinación sigue constituyéndose como el mejor aditamento para mantener viva la pasión y el interés por el juego. Hay quien se siente cómodo viendo que siempre ganan los que “deben” y hay quienes disfrutan más la incertidumbre y la caída de los grandes.
Sin ganas de triunfar
En Samara, ticos y serbios se encontraron para escenificar un partido cerrado en el que los segundos buscaron más lo que terminaron consiguiendo, si bien ambos cuadros tuvieron ocasiones para anotar durante los primeros cuarenta y cinco minutos. Más cautelosos desde el planteamiento inicial con cinco hombres al fondo, los centroamericanos apostaban por la estrategia del contragolpe, en tanto los europeos trataban de dominar el medio terreno para a partir de ahí presionar la zona de peligro. Un cabezazo fallido de los ticos y dos grandes intervenciones de su arquero Navas, mantuvieron el marcador sin moverse.
Para la segunda parte, los serbios siguieron presionando hasta que pasados los diez minutos del complemento, Kolarov rompió el cero con gran tiro libre que sobrepasó milagrosamente la barrera. Ante la exigencia, los costarricenses tuvieron que cambiar el guion pero de pronto parecía que seguían con las líneas y diálogos de principio: faltaba mayor intensidad, búsqueda y capacidad de riesgo. Algún cambio para tratar de profundizar pero las oportunidades apenas se esbozaban, mientras que los serbios conseguían mantener inquietud al frente pero cuidando la administración del resultado, al fin favorecedor para su causa.
Cómo dejar la ratonera
Un domingo inolvidable para la afición mexicana. Nuestra selección dio la campanada y jugó uno de los mejores partidos de su historia ante el campeón mundial y referente ineludible del fútbol a nivel selecciones. Con todos los momios en contra, incluyendo los de quien esto escribe, México saltó al campo sin ver hacia arriba a sus rivales y salió respondón: otra vez me sentí feliz de estar tan equivocado al respecto del funcionamiento colectivo y del gran diseño de Osorio, incluso en los cambios que nadie entendía, sacando a los mejores del campo y metiendo quizá a quienes se necesitaba para el contexto del juego. Se nota cuando los ratones verdes salen de la ratonera y prueban otras ligas, sobre todo las europeas.
La experiencia de Chicharito, el talento de Vela y la picardía de Lozano, acabaron funcionando como maquinaria alemana hacia delante, mientras quienes patentaron la eficacia se mostraban aturdidos. La combinación de Guardado y Herrera en el centro del campo funcionó como escudo y catapulta, en tanto Moreno, Ayala y Salcedo custodiaban con atingencia la retaguardia, sustentados por un Ochoa que encuentra en los mundiales su mejor escenario. Gallardo y Layún, por su parte, cepillaban las bandas poniendo el corazón por delante. Los alemanes, entre cansados por las largas temporadas donde compiten y sorprendidos por la disposición de los verdes, no atinaban a conectarse ni a recuperar la habitual efectividad.
El primer medio acabó siendo parejo, con la diferencia del gol de Lozano a diez del final, concretando con habilidad un buen pase del Chicharito y venciendo a Neuer para detonar un movimiento sísmico en el país, por fin celebrando algo juntos. Para la segunda parte la encomienda fue resistir, sacar toda la famosa resiliencia posible y aguantar al campeón del mundo, ya en plan de aventar el carro completo. Quizá no debimos atrasar tanto las filas pero al menos en esta ocasión, la estrategia funcionó y por fin le pudimos ganar a los alemanes en un mundial, tras cargar dolorosas derrotas en la memoria.
Empate fuera del presupuesto
Con altas expectativas, se presentó el cuadro carioca en Rostov para enfrentar a los suizos, buscando funcionar como relojitos ante uno de los contendientes al título. El partido no fue como lo esperarían los seguidores del jogo bonito, sino más bien un duelo tenso y ríspido por momentos dadas las constantes faltas de las que fue víctima Neymar. La estructura suiza se plantó con solidez en el terreno y solo a partir de ciertos destellos de las figuras sudamericanas aparecían sus costuras. Tras una llegada de peligro, Coutinho empalmó la pelota para introducirla en la portería con una comba fulminante: a los veinte minutos, el marcador reflejaba las intenciones en el campo.
Los helvéticos no bajaron los brazos y siguieron en los suyo, mientras los brasileños mostraban una actitud orientada a sobrellevar las acciones y esperar una oportunidad para clavar la puntilla. La segunda mitad arrancó con el empate suizo, vía un cabezazo certero de Zuber con todo y empujón que el árbitro no marcó; los favoritos volvieron a lanzarse al frente sin mucha eficacia y solo lograron generar dos o tres ocasiones, muy pocas para anotar y para el nivel esperado de los brasileños. El reloj empezaba a favorecer a quienes han sabido medir el tiempo como nadie, y el empate prevaleció.
Rusia 2018, día tres: Partidos cerrados y sendos penales