sábado. 20.04.2024
El Tiempo

Los faquires/hablan de telepatía en 25,000 palabras

Los faquires/hablan de telepatía en 25,000 palabras

 

Este proceso deformado de lo cotidiano practicado
Anna Maria Guash

Este 2013 me trajo a las manos varios libros. Por primera vez diré que muchos de ellos muy buenos: Álbum Iscariote de Julián Herbert, Vanitas de Amaranta Caballero, La Fila India de Antonio Ortuño, Muerte del Dandismo a quemarropa de Sergio Ernesto Ríos; varios que me guardaré para después y un sinnúmero que regalaré en estas fiestas navideñas (suelo pedir que no los firmen, ayuda al regalarlo). Hacer el top ten de lo que leí se me hace pretencioso, como si yo pudiera dictaminar qué deberían leer los demás. Cuando leo las listas de alguien, siempre me llega a la mente la duda: ¿Cuánto le habrán pagado por el chayote? Esto porque hay dos o tres en cada lista que son los que regalo para incordiar a los demás. Pero tampoco soy tan ruin como para no dar una dirección. Cuando algún libro me gusta, hablo de él. Lo recomiendo. Leyendo, leyendo, vas construyendo tus autores favoritos.

En poesía tengo tres. Me gustan un montón de poetas, a los que no entiendo son el doble y siete a la n potencia son a los que considero que deberían meter a la cárcel por daños a los bosques. Así como hay grupos de música o cantantes de quienes uno quiere todos sus discos (incluyendo los piratas, grabaciones erradas y rarezas variopintas), también me sucede con poetas. Bueno, con narradores y ensayistas también. Ninguno de los tres poetas viven en la ciudad de México, no son vacas sagradas de nada y son tan extraños al escribir que sólo los puedo comparar con Captain Beefheart, Terri Reid o Van Dyke Parks: genios que se autoinmolan en su obra. Ellos son Sergio Luna, Eduardo Padilla y Ángel Ortuño. El primero es de Celaya, Guanajuato. Su último libro se llama Alrededores (Zonambula, 2012). Pero lo que se encuentren vale la pena. Cuando uno lo lee tiene la sensación de que cualquiera puede escribir poesía: es tan complicada que da la apariencia de que la hizo en la mañana, mientras se rascaba la entrepierna y se auscultaba aromáticamente las axilas. Todo en él es sencillez zen, campo abierto, vida cotidiana y respiración. Los otros dos, este año sacaron nuevo libro.

Eduardo Padilla estrenó Blitz (Filodecaballos, 2013). Comienza Los domingos me visitan las ideas simples (Pereza) y a partir de allí uno ya no puede parar. Veintisiete poemas llenos de feeling místico, o por lo menos conectado férreamente con la condición humana en toda extensión, y un timing de cómico de stand up. Cada poema te da chance de ir respirando hasta que de alguna manera te envuelve y da el zarpazo: una carcajada, un estrujo de corazón, una sonrisa cómplice. Y como lo indica su primer poema, hay una pereza disoluta que embriaga durante toda la lectura: el maldito no engaña: su discordante sinceridad te hace partícipe del juego. Si, del juego; bien podría ser el guión de un videojuego para treintañeros que cada noche abren su primera lata de cerveza y prenden la consola. No juegan a ganar, sólo juegan: divertidos se embeben en la nada de un mundo que les exige participar en él. El Gran Juego de los que ya asumieron que esta es la época de Bartleby. Para que vean que no invento, en serio, todo lo que digo es verdad:

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Sus técnicas de composición recuerdan en mucho las propuestas de OuLiPo (Ouvroir de littérature potentielle, Taller de literatura potencial); se propone varias restricciones que pre-construyen el laberinto por donde correrá el texto. Cada uno de ellos es un ciclorama donde nada está fuera de lugar, aunque parezca una puesta bufa. Ejemplos de ello son los poemas La Repetición del Auto Gioconda (con clara referencia a J.G. Ballard), Pareidolia, No Dejes que La Repetición Te Afecte, Naranath Bhranthan, Trompo. Son pequeñas trampas lógico-matemáticas gobernadas por paradojas humorísticas. Será que el fin del mundo comienza cuando el mundo inicia,... (No Dejes que La Repetición Te Afecte, Naranath Bhranthan). Nos dice, casi entre dientes, a medio camino de la furia contenida, el desapego y la risa burlona. Una de las cosas que más me agradan es que no hay nada que defender en el discurso, por ello, tampoco se siente la pérdida de algo. Ni siquiera apunta con el dedo a un punto, es un gesto con la mandíbula el que nos pone frente al susodicho ciclorama y vemos cómo pasa frente a nosotros. Y no podemos hacer nada más que contemplarlo. No hay posibilidad de intervenir; o te ríes o lloras. Cualquier herramienta ideológica para analizar las temáticas te hace ver como un pobre imbécil que quiere volver a formar las fichas del domino que caen. De allí su conexión con la más brutal condición humana: su naturaleza.

Si tienes los suficientes que presumes, anda pues y agarra el librito.

Pero si hablamos de traerlos puestos y no rajar a las primeras líneas, está Ángel Ortuño. 1331 (Práctica Mortal, Conaculta, 2013) es la nueva pesadilla que ofrece al público adicto a sus frases. Quien desde el título nos dice de qué van las cosas con él: un palíndromo visual. Todo lo que leo de este autor me hace creer que los degenerados que conozco son meros personajes de ambiente en Bitter Moon. En él podemos hacer fácil la lectura cruzada con Sade, Sacher-Masoch, Batallie y Camus. Pero la cosa se complica cuando observamos que tiene mucho de Alan Turing, principalmente con la teoría de la Morfogénesis, que para Alan Turing estaba presente en la filotaxis (los patrones de los números de Fibonacchi en la estructura de los vegetales). Ortuño los observa en la misma condición humana. Y en lugar de hacernos terribles teorías crípticas, hace pequeños poemas (que son ecuaciones lingüísticas) donde nos muestra con cacharrerías e imágenes pop nuestro desaliñado interior.

Por alguna razón, mientras voy leyendo el poemario me siento en un plató de película porno: camino con cuidado para no resbalarme con el lubricante derramado; no deseo patear algún juguete sexual; no me siento en ninguna silla, las ha usado gente desnuda; no saludo a nadie de mano, menos de beso, no sé dónde habrán estado hace unos minutos. Pero no quiero salir de allí, mi morbo es mayor. Pero ésta es la parte fácil, la apariencia. Si pasas ese lugar, de ese tono primario, te das cuenta que es otro constructor de cicloramas. Pantallas por donde transcurren cosas insólitas:

Primero
no lo use para pagar
el precio de escribir esa pregunta:

lo llenarán de brea, lo formarán
en la hilera de los que no son clientes...

Así comienza el poema ¿Qué hacer ante un billete/aparentemente Falso? En un primer momento vemos humor, una zancadilla al sistema económico, de la manera más infantil posible. Parece que la hace de payaso. Una mosca que quitas de un sombrerazo y punto. Pero él sigue chirriando, molesta... eso, chirría. Verbalmente es natural, está compuesto para que perdure en nuestra mente. Recuerda al falso silogismo que Turing construyó para burlarse de aquella sociedad que lo condeno por homosexual:

 

Turing cree que las máquinas piensan
Turing duerme con hombres: luego las máquinas no piensan.

 

Estos juegos revelan nuestra idiotez congénita. Con esa que hay que pelear día a día para no terminar matando al vecino. Desmantelan nuestras verdades de turbamulta. Ortuño construye así, con pequeñas, casi minúsculas cosas. Pero oculta o diluye la posible verdad interna que contiene el texto; y hasta que has consumido la píldora, va liberando poco a poco su veneno.

Cada poema de Ortuño juega como aquella máquina electromecánica (llamada bomba kryptologiczna, diseñada por los polacos) que se utilizaba para eliminar una gran cantidad de claves enigma candidatas. Para cada combinación posible se implementaba una cadena de deducciones lógicas. Y así era posible detectar cuándo ocurría una contradicción y desechar la combinación. Pero la bomba kryptologiczna en este caso es nuestra mente. Ella construye y desecha las contradicciones hasta que aquel veneno que hablaba supura en el texto.

Entonces... sólo entonces, cuando les platico esto, comprendo mi gusto por estas pequeñas bestias que leo con avidez.