jueves. 18.04.2024
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Del plato a la boca se cae la sopa: Discurso y realidad

“Algo es seguro: el diagnóstico de Andrés Manuel fue sumamente acertado y es por eso que obtuvo la cantidad de votos que obtuvo. Sólo habrá que ver… ¿Será su diagnóstico mejor que sus soluciones..?

Del plato a la boca se cae la sopa: Discurso y realidad

A dos meses de la elección federal número 48 de los Estados Unidos Mexicanos, sus ciudadanos se muestran aún incapaces de vislumbrar con certeza las vicisitudes del proceso electoral tanto en lo formal, como en lo informal.

Me interesa abarcar algunos aspectos informales del mismo, como lo es el candidato, su discurso, su personalidad y su acción política.

Tanto interesados como desinteresados del proceso político y electoral suscitado en este año encuentran súbita y sorpresiva la incongruencia que caracteriza al discurso y al actuar del actual presidente electo, Andrés Manuel López Obrador.

Súbito y decepcionante es para mí, que les sea sorprendente percatarse una vez más de que no existen fronteras ni mecanismos de regulación para la descarada demagogia de que hacen uso los políticos en tiempos de campaña.

No logro descifrar cómo es que, tras la absurda ambigüedad del discurso de AMLO, existan ciudadanos con altas expectativas sobre alguien que no supo elaborar propuestas lo suficientemente concisas ni factibles.

El problema aquí es sencillo de enunciar, más no fácil de resolver. En tiempos de campaña, para un político que busca mover a los afectos de su ‘pueblo’ y persuadirlos de que le den un voto de confianza, la vía más utilizada e infortunadamente permitida es mentir. Ningún ser humano estamos eximidos de los engaños y las mentiras, ni en lo personal ni en lo político. No existe –literalmente- ninguna forma de asegurar que lo que dice un candidato en su discurso político, se volverá realidad.

La cultura política y la del país son fundamentos básicos del discurso político. El político y sus asesores, al momento de concebir la retórica que el candidato utilizará por el resto de la campaña, toman en cuenta primordialmente el conjunto de conocimientos, evaluaciones y actitudes que una población determinada manifiesta frente a diversos aspectos de la vida política y el sistema político en el que se inserta. Identifican las causas más importantes para un gran sector del electorado y se les comunica, e incluso educa, con base en la sociedad a la que el discurso está dirigido. 

AMLO, por ejemplo, dedicó gran parte de su campaña a denunciar la corrupción y la desigualdad. Los abusos de autoridad por parte de la clase política fueron gravemente criticados en los últimos años, y dirigir su campaña a dar esperanza al ‘pueblo’ en ese ámbito fue una buena estrategia. No obstante, su discurso fue tan dirigido a ese aspecto, que terminó por decir que todos y cada uno de los problemas del país se resolverían al momento de erradicar dichas cuestiones.

Buen diagnóstico, repito, al lograr, comunidad por comunidad, que un sector del electorado visibilizara que se encontraba agraviado por la desigualdad y oprimido por la corrupción. El esfuerzo pedagógico cuasi permanente que realizó Obrador para conectar con la gente, es de admirar. Elogio para el político, vituperio para los ciudadanos.

¿Por qué el buen trabajo de Obrador en ese aspecto implica, necesariamente, vituperio para los ciudadanos? Porque no supieron distinguir de un discurso político a los hechos que dejan entrever la realidad. Y he de decir que pocos pudieron hacerlo –no incluida yo en ese sector-. No obstante, se debió tener en mente siempre que la finalidad del discurso político es producir un determinado comportamiento en la gente; en este caso, que votaran por él.

Un discurso bien dirigido y con un diagnóstico tan claro como el que Obrador pudo construir tras recorrer la República en tantas ocasiones, tiene consecuencias que trascienden lo dicho o lo escrito. López Obrador aspiró a limpiezas morales con el único fin de satisfacer la tendencia ideológica del electorado al que se dirigía. La ambigüedad en el discurso no es sólo una irresponsabilidad por parte del político, sino también del ciudadano. Al identificar ciertos elementos de ambigüedad y poca claridad en un discurso, debe considerarse al candidato como peligroso –en mi opinión-, pues posteriormente podrá refugiarse entre esas líneas que dejó sin concretar. Es sumamente sencillo pervertir el lenguaje y carecer de objetividad para así lograr la empatía del electorado y esconder las auténticas intenciones.

López Obrador es un líder carismático, basándonos en los tipos de autoridad de Weber, en los que dicha autoridad se deriva de las capacidades extraordinarias de la persona en cuestión, o del hecho de que sus seguidores crean que las tiene. AMLO se muestra como un líder con cualidades únicas para resolver los problemas del país. Cree –y lo ha dicho- que es él el único capaz de llevar a cabo la misión de someter al país a una Cuarta Transformación.

Si al ‘pueblo’, dichas vanaglorias y atribuciones no le parecen mesiánicas, entonces podemos comprender más el porqué de la ciega e inmutable fidelidad de sus seguidores.

Para concluir, diría que cuenta con poco criterio aquél que hace ya aseveraciones sobre su gobierno. No sabemos de facto con qué cosas cumplirá y con cuáles no. Está de más hacer señalizaciones vanas y carentes de argumentos. Y como lo sabemos, predecir el futuro con precisión es un poder que ningún método nos ha otorgado hasta el momento.

Es tiempo ya de dejarnos de discusiones políticas banales. Comencemos a discutir acerca de las cosas que sabemos; seamos una sociedad consciente de que mientras nuestras configuraciones mentales como ciudadanos no evolucionen, seguiremos siendo presa de los abusos y arrebatos de quienes nos gobiernan.

Algo es seguro: el diagnóstico de Andrés Manuel fue sumamente acertado y es por eso que obtuvo la cantidad de votos que obtuvo. Sólo habrá que ver… ¿Será su diagnóstico mejor que sus soluciones? Y ¿Sera la reconciliación nacional eso, o una reconciliación con el PRI?