Cuando bebas el agua • Jaime Panqueva
“La era digital, gracias a la magia del «copy & paste», ha convertido el plagio en algo tan común como tentador…”
Triste cosa. Yasmín Esquivel se ha quedado sola. La ministra cometió plagio. Simuló un acto –la elaboración de una tesis– en perjuicio de un tercero para obtener un beneficio con efectos jurídicos. Defraudó la fe pública de la que goza la UNAM para la expedición del título universitario, así como la de la Dirección General de Profesiones de la SEP para el registro de una cédula que ampara el ejercicio de una profesión. Defraudó a la normatividad constitucional, al presentarse a protestar el digno ejercicio de una posición que requiere expresamente honorabilidad.
La serie de conductas probablemente constitutivas de delito que ha desplegado la ministra desde el 21 de diciembre de 2022 a la fecha son evidencias más que suficientes de lo indigna que es su presencia en la Corte. Denotan su falta de profesionalismo e imparcialidad, al defender un acto fraudulento de su autoría mediante la orquestación de falsas denuncias contra el abogado al que plagió, a través de comunicados y, muy probablemente, ante la Fiscalía General de la Ciudad de México. Todo, con tal de hacer pasar como verdadero un acto falso, llegando incluso a mentir ante sus pares en la sesión del pleno de la Corte del pasado dos de enero.
Además de ser una forma de corrupción, el plagio académico va en contra de la revolución de las conciencias, del humanismo mexicano y del “No mentir, no robar y no traicionar”, principios rectores de la llamada “Cuarta transformación”. Aunque la ministra haya fracasado en su intento por ser electa presidenta de la Suprema Corte. Ella sigue manteniendo que no plagió y que ha sido objeto de un linchamiento por los “poderes fácticos”.
AMLO sigue defendiendo a Esquivel y acusando a quienes la han acusado de plagio, pero ahora paga la factura de cuatro años de agravios a la Suprema Corte. El resultado de la elección de Norma Piña como nueva presidenta de la Suprema Corte es especialmente duro contra López Obrador: es la ministra que menos ha votado a favor de los proyectos de la 4T. Y es quien logro el apoyo de los duros y de carrera dentro del Poder Judicial.
Si alcanzó a leer hasta este punto, se habrá dado cuenta de lo fácil que es plagiar y hacerse de la vista gorda. Todo lo leído anteriormente no fue escrito por mí, es sólo un resumen de textos publicados en las últimas tres semanas (sin enmendar sus errores ortográficos o de redacción originales), en las voces de Carla Erika Ureña A., Guillermo Sheridan, Carlos Loret de Mola, Sergio Sarmiento, el diario La Jornada, Alejandro Santos Cid y Beatriz Guillén.
La era digital, gracias a la magia del copy & paste, ha convertido el plagio en algo tan común como tentador. Se aprecia desde los primeros trabajos escolares y enriquece a los desarrolladores de algoritmos o sistemas de comparación de textos destinados a ubicar apropiaciones indebidas. Esas mismas herramientas estuvieron a disposición de la oficina del presidente de México, que la propuso, así como del Senado de la República que votó el nombramiento de la ministra Esquivel hace tres años. Ni los proponentes, ni la oposición (entonces, ¿para qué están?) las emplearon. Ahora el oficialismo execra, como sucede a veces en la Academia, a quienes señalan el plagio. Al tratarse de la más alta instancia del Poder Judicial, propuesta por el presidente y avalada por el Senado, ¿no se sometió a un proceso exhaustivo para garantizar su idoneidad?
Así como es fácil copiar, es muy sencillo reconocer las fuentes o aceptar que no se tiene la capacidad y/o la probidad para escribir algo propio. Yasmín Esquivel, vuelvo a citar a Sheridan, engañó “a los sinodales, a la UNAM, a sus compañeros, al pueblo de México que financió sus estudios…” añado, a los senadores del PAN, PRI, Movimiento Ciudadano y a sus costosísimos asesores, entre otros, “y, desde luego, a sí misma”.
Nunca debió llegar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
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