jueves. 18.04.2024
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Jaime Panqueva
22:06
10/12/22

El infinito en un esférico • Jaime Panqueva

“El futbol, como la vida, parece inagotable y nunca pierde su capacidad de aleccionarnos en aspectos esenciales. Lástima que sólo sea un deporte…”
Jaime Panqueva
Jaime Panqueva
El infinito en un esférico • Jaime Panqueva

Catar, hasta donde recuerdo, es un mundial que ha rebasado por mucho el ámbito de lo estrictamente deportivo, donde se ha discutido sobre la legitimidad de haber escogido a este pequeño emirato como sede, sobre las cantidades absurdas de dólares invertidos en estadios y demás infraestructura. También se pontifica más sobre derechos humanos o sobre los usos y costumbres de la sociedad musulmana, que sobre las alineaciones y sistemas de defensa o ataque.

Los tiempos han cambiado. Hace cuatro años nadie le hacía el feo a Putin, ni se imaginaba a los rusos fuera de cualquier contienda organizada por la FIFA. Ni hablar de décadas atrás, cuando se jugó un Mundial en México entre la matanza de Tlatelolco y el Halconazo de Jueves de Corpus sin que nadie chistara; o se aceptó el patrocinio de la dictadura militar Argentina en el 78, y se jugaron encuentros en el estadio del River Plate a menos de una milla de distancia de la siniestra ESMA.

Aun con esas ansias de englobarlo todo en este deporte, de demandar perfección y transparencia fuera de la cancha, aunque esta misma exigencia se escatime en otras esferas mucho más importantes de la vida, la fascinación que producen los partidos mantiene a una buena parte del mundo en vilo. La pelota no se mancha, decía Maradona, para separar todo lo sucedido fuera de ese rectángulo de césped del enfrentamiento entre dos escuadras de once hombres, cuyas virtudes y errores individuales o colectivos conducen al endiosamiento o al vituperio.

Un mundial que pese a quien le pese ha mejorado las decisiones arbitrales mediante la tecnología del VAR, el aumento en la cantidad de jueces y la inclusión de mujeres en las nóminas. Pasar de cuatro a diez silbantes, quizás no logre la total infalibilidad, pero reduce mucho el margen de que los partidos se ganen o pierdan por errores perfectamente enmendables sobre la base de una revisión de los hechos.

A pesar de las polémicas, de las expectativas cada vez más abrumadoras en torno a los grandes y costosísimos jugadores (no en vano Caparrós los llama “mercenarios”), hemos podido ver un Mundial memorable con un semifinalista completamente inesperado, Marruecos, que invita a soñar a todas las selecciones ausentes de esa lista de nombres canónicos que han alzado la copa. Afuera quedaron los grandes nombres de siempre, Italia (el primero en quedarse fuera de la cita), Brasil, Alemania y Holanda. Las selecciones de grandes figuras como España, Portugal o Bélgica, desinfladas por la intrascendencia de sus ofensivas en los momentos claves. También la selección más costosa, Inglaterra, valuada en 1.260 millones de euros.

Cuatro equipos enfilados a una final que podría repetir la del mundial pasado, como sucedió con la albiceleste y Alemania en el 86 y 90. Tal vez, la gran oportunidad para la Argentina de Messi de conseguir la tan esquiva tercera estrella. O quizá, contra toda expectativa, se cuele un outsider absoluto; el equipo avaluado en menos de una cuarta parte de su futuro rival, Francia; que cambió de director técnico tres meses antes de la copa; y que sin importar lo que se diga o haga fuera de la cancha, ha marcado los goles necesarios para estar entre los cuatro mejores del mundo.

El futbol, como la vida, parece inagotable y nunca pierde su capacidad de aleccionarnos en aspectos esenciales. Lástima que sólo sea un deporte.

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