Opinión • Ruano vs García • Jaime Panqueva
Olvidemos por un momento las miserias de la política, con sus principios endebles y coaliciones traicionadas. Ante la inminente militarización de México, dejemos de pensar en el posible nombre del general que nos gobernará si viene un golpe de estado. ¿Conoce usted cómo funcionan las cúpulas militares? ¿Puede recordar el nombre de más de dos o tres generales en activo? En fin, como sabemos tan poco, y nuestros grandes periodistas mexicanos son incapaces de informarnos más allá de lo que hackers les entregan como información legítima... ¿O ha visto o leído alguna entrevista seria con altos mandos militares en el último lustro? ¿Algo que nos dé una perspectiva más amplia de lo que nos espera que la simple palabra “militarización”? Sí, es un campo muy oscuro, caliginoso, más allá de los límites de la dimensión desconocida. Por eso da miedo y por ello prefiero pensar en otras cosas. Por ejemplo: qué modelo de mexicano o de ciudadano del mundo querríamos para el futuro.
Recuerdo que en mi adolescencia, mi padre me regaló una cartilla llamada Carta a García; un artículo publicado justo en los umbrales del siglo XX por Elbert Hubbard, que exaltaba la iniciativa individual y la necesidad de personas que sin dilación cumplieran con su deber. Sin preguntas incómodas, sin procrastinación, sin escurrir el bulto. “La civilización es una lucha prolongada en busca de tales individuos. Todo lo que un hombre de esta clase pida, lo tendrá; lo necesitan en todas partes, en las ciudades, en las aldeas, en las oficinas; en las fábricas; en los almacenes. El mundo los pide a gritos.”
El cuadernillo se volvió viral de inmediato, se imprimió por millones, dio la vuelta al mundo y se tradujo a decenas de idiomas. Cuenta el autor que incluso en la guerra ruso-japonesa, los nipones, al ver que cada prisionero ruso tenía un ejemplar, lo consideraron muy importante y lo tradujeron a su lengua para repartirlo “a cada uno de los empleados del gobierno, militares o civiles”.
Recordé en la semana este texto, tan castrense, tan exaltado, cuando una noche mi hija me convenció para ver un episodio de Iron Chef México, una serie de televisión que enfrenta a duelo singular artistas de la cocina (tras ver el programa no puedo llamarlos de otra manera). Las presiones de tiempo para cocinar y presentar cinco platillos excepcionales se trasladan a un estudio de tele.
El primer episodio enfrentó a los chefs Pablo Salas y Francisco Ruano alrededor de platillos de botana que debían emplear carne de avestruz. Cuando quedaban menos de cinco minutos en el reloj para entregar los cuatro platos finales, el chef Ruano descubre que la carne que había puesto a cocinar en una olla exprés estaba completamente calcinada. Al escuchar su expresión de enojo al ver los trozos carbonizados, su sous-chef se acerca a ayudarlo. No hay tiempo para lamentaciones ni reclamos, es suficiente con escuchar los comentarios en el estudio de los presentadores y los críticos que aprecian este error por las pantallas. Ruano mira a su asistente y con seguridad da una orden: “Fríete una carne”. El sous-chef lo mira a los ojos por una fracción de segundo, en su cabeza agobiada por la presión de la competencia ya ha surgido una respuesta: “Ya sé cual”, responde y de inmediato se halla frente a la freidora, mientras su jefe continúa sin dilación. La escena es digna de muchas Cartas a García, porque el platillo final, una carne en su jugo con la carne del bípedo africano, sale justo a tiempo y alcanza la mayor calificación, casi perfecta, por parte del jurado. Hubbard alabaría el temple del sous chef, su reacción inmediata y oportuna, la creatividad para superar la adversidad sin quejas ni remilgues, para lograr un resultado excelente gracias a la resiliencia y claridad en las metas. Contra la militarización, traigo este ejemplo porque me gusta pensar que el mexicano del futuro, ese individuo con iniciativa que anhela la civilización, no lo encontraremos en los cuarteles o las prepas militarizadas, sino al abrigo de una plancha taquera o una olla de pozole.
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