Opinión • Soledades • Jaime Panqueva
Recuerdo un episodio de la segunda temporada de Servidor del pueblo, la serie cómica de Netflix que catapultó al cómico Vladimir Zelensky a la presidencia de su país. En esa Ucrania ficticia donde los baches en las autopistas eran parte de los grandes problemas del país, el presidente Vasyl Petrovych Holoborodko[1] lograba inscribir su terruño en la Unión Europea. Al día siguiente, la sátira mostraba al presidente en una Kiev absurdamente desierta porque todos los habitantes se habían mudado al paraíso occidental. Durante todo el episodio la cámara se solazaba mostrando calles vacías y a Zelensky como un moderno Robinson Crusoe deambulando durante días en la búsqueda de sus gobernados. Supongo que una soledad similar debió sentir la tarde del viernes pasado al abandonar Washington tras ser objeto de una de las mayores humillaciones a un presidente que recuerdo haber visto en medio siglo de vida.
Por estos días se exhibe también en la misma plataforma el documental Churchill y la guerra, que devela la manera en que fue tratado el primer ministro durante sus reuniones con Stalin y Franklin Delano Roosevelt. Durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, cuando la victoria se avizoraba, el par de matones no ahorraban bromas pesadas sobre el premier inglés. La soberbia de los grandes ganadores que terminaron repartiéndose el mundo tras la derrota absoluta del Eje. Haber puesto los recursos para el fin de la guerra los empoderaba para tratar como un lacayo al único líder que había alertado al mundo del peligro de Hitler.
Esa misma arrogancia desplegaron en vivo y en directo Trump y Vance, ante un Zelensky que puso en duda el cumplimiento de cualquier compromiso que asuma Rusia ante un cese al fuego, pues no ha respetado ningún acuerdo previo. Poco más pudo argumentar: los jefes requerían gratitud y sólo faltó que le pidieran besar sus manos para apaciguar la furia.
Quizá el presidente ucraniano en su vuelo de regresó recordó las escenas de su serie, cuando lograba calmar al bullicioso congreso ucraniano gritando a voz en cuello: “Putin ha sido derrocado”. Imagino a este último celebrando con su círculo íntimo; cuando había hipotecado todo con China, de quien tuvo que esperar el banderazo de arranque para la invasión, recibe el apoyo irrestricto de Trump y su corte. Las vueltas que da la vida, ahora todo le sale de maravilla.
No sólo Zelensky está solo. México también se ha plegado ante las pésimas manías de Trump y su diplomacia hardcore. El calado de las amenazas comerciales la han llevado a plegarse con genuflexiones que muchos consideramos mera ficción: entregar capos retirados, desplegar soldados, cacarear decomisos y arrestos, dar la espalda a China. Con sus acciones espectacularmente cacareadas sólo refuerza el discurso de Trump: mostrarse como un narcoestado que por arte de magia desea cambiar.
No creo ser el único que dude de la sinceridad de sus esfuerzos, porque en realidad nada ha cambiado en el fondo. Todo este exceso de diligencia y aspaviento me recuerdan al estudiante vago que no hace las tareas a lo largo del semestre pero justo se pone a estudiar la víspera del examen para ver si consigue las décimas que le faltan para pasar.
De una forma más elegante podría evocar el proverbio japonés: el bambú que se dobla es más fuerte que el roble que resiste, pero también hay que ser conscientes que el Trump reloaded no parece ser el mismo que capeó de forma magistral López Obrador. ¿Cuál fue su fórmula entonces? ¿No se la podría prestar a Sheinbaum?
Espero que no llegue a sentir la misma la soledad de Zelensky; el enemigo externo ha servido para amalgamar a todo el país, incluso a los opositores más reacios. Todo parece indicar que los aranceles vendrán, la pregunta es cuándo y en qué magnitud. La táctica de Trump, como la del matón de barrio, está funcionando. Y como él mismo acostumbra a decir: let’s see what happens.
Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com
[1] El apellido empleado por Zelensky para el profesor de historia convertido en presidente de Ucrania no es gratuito: significa "sin barba" o "imberbe", lo que sugiere a alguien joven, inexperto o puro.