miércoles. 24.04.2024
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Distancia con el padre y bullying

Distancia con el padre y bullying

Uno de los asuntos que me ha sorprendido con frecuencia, por la magnitud de la respuesta que hace emerger, está relacionado con la experiencia de distanciamiento hacia el padre. La sorpresa se deriva del hecho de que esos hijos han debido hacerse cargo antes que otros de su edad de situaciones complejas para vivir, para completar sus estudios profesionales, para irse de la casa. En estos casos llama la atención poderosamente constatar cuánto han ganado esos hijos autonombrados “del abandono” y que no consiguen darse cuenta sino de lo que han perdido, que es a veces por demás nimio.

Pasa por ejemplo con un director de área, que es el más joven de todos sus similares, con menos de treinta años de edad. ¿Cómo hizo para llegar tan lejos a tan corta edad? En realidad fue muy sencillo: sólo tuvo que empeñarse diario en demostrarle a su padre que podía cumplir sus objetivos sin esa ayuda que el progenitor le negó en la temprana juventud. Aclarado el hecho de que ya no podía sostener la vida estudiantil universitaria del hijo por falta de recursos, ese hijo se empeñó en conseguir los medios para acabar el estudio, para conseguirse un empleo, y aun para ascender prontamente. Digamos que su condición desventajosa le posibilitó el impulso que requería, si bien le quedaba un resquemor piel adentro, una sensación de incomodidad con el padre, que no era sino enojo, ganas de emitir un reproche, e incluso el simple deseo de hacerlo verificar cuánto había podido crecer sin la ayuda del padre.

En un caso como este no hizo falta sino apenas mover el dial para propiciar en el joven director simplemente dejar atrás lo que atrás ya de por sí había quedado. Y agradecer al padre todo lo recibido por este método. Inconsciente y todo lo que se quiera, pero funcional.

Otro asunto que llama hoy la atención con mucha fuerza, sobre todo en las escuelas, es el denominado bullying, acerca del cual están circulando no pocas alertas preventivas e incluso sirenas a todo volumen. En mi experiencia, he tenido ocasión de consultar unos cuantos casos, y me gustaría comentar sin el menor deseo de desdecir a nadie ni de corregir a ninguno, que la arista familiar juega un rol por demás determinante. Es cierto que el niño o la niña en su propio ambiente son quienes lo padecen, pero detrás de ese fenómeno está la relación familiar, lo que no se ha podido o querido ver, lo que se mantiene apartado, excluido del corazón, y aun del hogar de esa familia. Según muestra la información a la vista, la dinámica establecida ha generado la asignación de dos roles: el del infante víctima y el del grupo abusador, y se tiende a enfocar los esfuerzos, la atención, los reflectores vigilantes, en los grupos de agresores mientras es menor la atención que se presta a los infantes que resienten la agresión.

De entrada, en lo que a mí respecta, en ningún momento consulté a los niños agredidos, sino a sus padres, pues como ya he comentado antes: las dificultades de un hijo de familia, en realidad son reflejo de las que hay entre sus padres, o en su red familiar. Y nadie mejor que los propios padres para conocer la historia de ese niño o niña. Lo admirable fue que esos niños, en situación de bullying, estaban representando a alguien o algo muy importante en su historia de vida, en los pocos casos que he visto, relacionado con exclusión. Es decir, padecían las afrentas, las agresiones, el señalamiento de sus compañeros como una manera de mostrar a otro u otra, o alguna situación, que en la historia de vida de sus padres requería ser atendida, o vuelta a incluir, o tan solo mirada con respeto.

Para este efecto, obviamente, son decisivas las características específicas de cada caso, es decir, reconocer si la exclusión escolar se produce con base en la edad, el sexo, las capacidades o las discapacidades, las habilidades, el estatus socio-económico o lo que sea. No todos los casos son iguales, ni su solución es la misma, pues el corazón de un niño, sin ataduras y con el amor a su alcance, se entrega a su manera a lo que considera una misión, una encomienda, un sacrificio, para que sea mirada otra persona de un tiempo anterior que fue tratada con injusticia, que fue echada de la familia sin contemplaciones, o incluso para hacer visible a quien le rescató de lo difícil.

Complicada situación es cierto, y sin embargo movida por un impulso amoroso profundo, que tan sólo intenta por otro medio empujar la re-conciliación, provocar la re-inserción, hacer visible la necesidad de equilibrio. El mejor esfuerzo, naturalmente, para arreglar estas situaciones lo tiene que hacer los padres, pues los hijos son en este sentido inocentes, guiados a ciegas por su corazón dedicado. Así pues, según mi experiencia, al mismo tiempo de mirar a los agresores, hace falta, y mucha, brindar la atención requerida al agredido, quien está diciendo algo muy importante, especialmente a su familia, aunque todo ocurra en la escuela.