La paciencia como un arte para la sanación
La paciencia es un arte único cuando se quiere conseguir algún progreso. Es la llave que abre las puertas insalvables. Es una herramienta universal, útil para impulsar un cambio, decisiva para modular la velocidad de una mutación, en cuyo caso contribuye a mostrar una etapa tras otra de lo que se vive. Tiene paciencia el campesino que siembra sus semillas y espera a que la planta germine, florezca y fructifique. No la tiene en cambio aquel que se levanta en medio de la noche y va a hurgar entre los terrones para ver si ya germinó la semilla, aquel que no cesa de ir a verificar si está creciendo.
En la paciencia tiene cabida la humildad, entendida como un reconocimiento de que hay algo superior cumpliendo su cometido a través de uno; la serenidad, entendida como una actitud de calma ante los sucesos, cualquiera que sea su gravedad. Es como un abono que ayudará a crecer algo que desconocemos cómo será en su etapa última. La paciencia puede ser la ulterior prueba de quien quiere conquistar su desarrollo interno, y requiere una concentración máxima, para no perder la fuerza. Como le sucedió a aquel hombre que esperó y esperó por meses, por años, a que se abrieran las puertas del cielo, a fin de poder ingresar. Paciente aguardó, y aguardó, hasta que un día el sueño lo venció. Cuando volvió a abrir los ojos después de una cabeceada de instantes, vio cómo se cerraban las puertas, que no volverían a abrirse hasta dentro de cien años.
El riesgo de la paciencia es la negligencia, un pequeño rapto de debilidad, un impulso de descuido. La paciencia requiere sumisión, pero también una fortaleza, una entereza, para mantener la vigilia de la atención. Es como un resguardo atento, como una atención apaciguada, igual al felino que acecha detrás de la yerba hasta que detecta el momento de ponerse en acción, lo cual hace poniendo el cien por ciento de su ser en pos del alcance del objetivo.
La paciencia es un desentenderse del protagonismo, a fin de enfocarse en el acopio de fuerzas, a efecto de concentrarse en la espera de la oportunidad, en la consecución del autoconocimiento, es un retraerse para ganar impulso, brío, para dejar que otras fuerzas, quizás mayores, quizás no, actúen, hagan su parte, en cuyo caso nos brinden una buena oportunidad. “Paciente” suele llamarse al enfermo, término que implica una actitud: el médico hará lo propio, el enfermo tiene que hacer lo suyo, y además refrenar sus ansiedades, confiar un poco en lo que no conoce, entregarse a esas potencias, aguardar a que surtan efecto.
Paciencia es darle tiempo a los sucesos, dejar que tomen su propio ritmo. Paciencia es quedarnos con nosotros mismos, haciendo el mejor esfuerzo, confiando en que lo más grande nos regalará, si es nuestro ese destino, una nueva oportunidad, una posibilidad. A uno solamente le queda en este caso mirar su necesidad, reconocer la magnitud de su carencia. Al mismo tiempo le queda esperar a que aparezca el indicio que habrá de guiar la voluntad. Así como los Reyes del Oriente esperaron a que apareciese la estrella que hubo de guiar sus pasos hasta la presencia del rey de reyes. Pacientes esperaron, pacientes viajaron, pacientes acudieron al establo. Fue la paciencia la que guió su andanza, la que los hizo prefigurar ese camino, la que les permitió acercarse al pesebre. De modo parecido, nos corresponde esperar con paciencia el indicio, la señal; viajar con paciencia, sea por los caminos interiores, sea por las rutas externas; con paciencia apearnos, dejar el caballo o el burro y entrar caminando hasta la presencia del rey, que vendría a ser el culmen de nuestro propósito: la salud, el amor, el bienestar, la plenitud, el éxito, la iluminación.
No importa en qué vehículo nos transportamos, con paciencia vamos en su lomo, y con gratitud lo dejamos cuando nos coloca ante la puerta de la casa del rey. El burro es el más humilde de los animales, pero con su obstinación puede trasladarnos muy lejos de nuestro origen, y permitirnos acercarnos al deseo de nuestro corazón. Hay que tenerle paciencia. Y más bien hace falta revisar con meticulosidad qué realmente queremos, adónde deseamos llegar, pues el burro de nuestro cuerpo seguirá las indicaciones que le demos.
Preguntemos entonces a nuestro ser interior cuál es su más querido anhelo, y pacientes comencemos la travesía en pos de su conquista. Un día llegaremos, tarde o temprano, y será gracias a la paciencia que haremos ondear nuestra bandera. Sea lo que sea que busquemos, con paciencia demos el primer paso, que los demás vendrán en consecuencia.