martes. 24.06.2025
El Tiempo

El arte es una familia de tantas

El arte es una familia de tantas

Catalina Trejo llegó de España con sus padres poco antes de la Independencia de México. Rompiendo con las normas y en medio de un cambio político y una evidente inestabilidad social, se casó con un orgulloso indio huichol llamado Salomé Cruz, mi “Ta-ta-tátarabuelo”. Es la historia más antigua de mi familia.

La familia se fue concentrando en la Ciudad de México. Las navidades en casa del bisabuelo – reunión de más de 90 familiares por muchos años – se mudaron al morir éste, a casa de su hija mayor, mi abuela, y ésta a su vez pasó la estafeta a su hermana menor. Un día, los hijos crecimos y las fechas y espacios no coincidieron: surgió la primera ruptura y nuestros padres intentaron, a su modo, continuar la tradición. Antes que nos diéramos cuenta, los hijos comenzamos a emigrar y fundar nuestras propias familias y tradiciones. Nuestra forma de vida, el tamaño de nuestras familias y nuestra ideología, dista mucho de aquella que vivieron nuestros antecesores.

Ahora bien, el Arte es tan cercano a nosotros que se funde en la sociedad como tantas familias lo hacemos desde tiempos remotos. Los artistas crean, descubren, se encuentran y desencuentran; sus obras nacen en diversas épocas de sus vidas, cada una con voz propia. Los temas, como los relatos familiares, han mostrado tantos cambios y tantas formas de vida como miembros en un árbol genealógico. Cada personaje tiene una  historia, un entorno, una razón de ser.

Al igual que el bisabuelo, el Arte tuvo su espacio definido y su papel en la sociedad. Pero ese espacio fue cambiando como cambian las necesidades del hombre y sus costumbres. El Arte Sacro salió un día de las iglesias y llegó a los museos, a las casas, a espacios públicos. Los museos remodelaron sus sobrias salas y un día nos encontramos la pirámide de Pei en el Louvre. Los nuevos museos trajeron consigo nuevas ideologías y propuestas; se abrieron galerías y las instituciones públicas y privadas abrieron sus puertas, y el Arte encontró su casa de acuerdo a su propia personalidad.

Las obras creadas por los artistas tomaron vida propia y, por ende, su espacio. En algún momento fueron el discurso del artista, pero el contexto al cambiar le dio nuevos enfoques, y el diálogo con el espectador ya no fue el mismo. De igual forma, los miembros de esta curiosa “familia”, el artista, el intérprete, el crítico y el espectador, han evolucionado, ha cambiado en ocasiones su interacción y se han retroalimentado. Tenemos por ejemplo, artistas “rebeldes” que trasgreden las tradiciones y otros que siguen las pautas marcadas por la tendencia actual; hay discursos sociales y políticos, o visiones inocentes e infantiles. El artista retoma lenguajes antiguos, con reverencia y familiaridad, como el prendedor antiguo de la abuela que se hereda a la nieta recién casada.

Ferias, festivales, exposiciones y muestras han reinventado el encuentro con el arte. Han mudado las obras una y otra vez. La vida urbana, en su entorno y cotidianeidad, generó otros espacios de expresión. Los jóvenes fueron cambiando los medios y las formas, y muy pronto fuimos encontrando conciertos en bodegas, parques públicos y en calles de la ciudad, muros con graffiti, esculturas en jardines y camellones, un performance en la zona peatonal, ópera en el mercado, lectura en voz alta en paradas de camión y un espectáculo de luces en el Expiatorio… y esto sólo en un contexto local. La cultura se ha globalizado, el contacto instantáneo acorta distancias, las culturas se comparten y se funden. La tecnología y los medios de comunicación rigen nuestra vida actual, y eso mismo cambia nuestra perspectiva artística.

Las generaciones artísticas conviven de una forma distinta. Como en las familias, donde el niño, el joven y el adulto comparten experiencias y se tratan con más familiaridad, las obras de arte de una y otra tendencia conviven con un poco menos de solemnidad, pero siempre en retroalimentación, siendo el más beneficiado el espectador mismo. Incluso en el discurso social y político, los lenguajes cambian como cambian los escenarios: el arte toma conciencia y partido, y nos abre la puerta a la discusión y a la reflexión. Los tiempos cambian, así como sucede con la interacción del artista con el espectador a través de su obra.

Surgen obras tan impactantes como efímeras, mientras que otras trascienden y quedan como huella de nuestro paso por la historia. Como las familias: cuyo concepto y roles tradicionales han sido cambiados por muchas alternativas, según las ideologías y los modos de vida, las obras son el resultado de muchas concepciones e imaginarios, de los factores tecnológicos y sociales que rodean al artista y su mensaje. Pero eso no sugiere un declive en sus manifestaciones, al contrario, todas las opciones enriquecen el acervo del artista y por ende enriquecen a la obra misma.

El arte ha sido un elemento tan unido al hombre como el hombre mismo, y ha dejado de ser conceptualizado como privilegio de unos cuantos. Hemos caído en cuenta que en realidad nos ha acompañado a lo largo de la historia, rodeándonos con sus ideas  y su lenguaje, unas veces sutil, otras brutal, pero definitivamente cotidiano. Podemos caminar por la calle y verlo asomarse entre los rostros de la ciudad, lo encontramos en la iglesia y en la plaza, vamos a visitarlo a un museo o una galería o nos lo llevamos a casa como recuerdo después de un viaje. En ocasiones, simplemente se cruza frente a nosotros y nos saluda desde el body-paint de una modelo. El arte está vivo y cambia como el hombre de lugar: se muda de casa.