El día que perdí la inspiración para escribir

" Pero esta vez, algo raro sucedió… las letras se atoraban en mis manos antes de salir de ellas, se negaban terminantemente a aparecer en palabras cálidas como familia, amor, respeto, trabajo, esfuerzo, paz"

El día que perdí la inspiración para escribir

Todo comenzó una tarde frente a mi computadora. El sol brillaba y el aire frío se colaba por la ventana recordándome una vez más que la inminente temporada invernal se acerca a pasos agigantados. Como siempre, miraba a mi alrededor buscando la relación de los acontecimientos actuales con el cúmulo de recuerdos y vivencias familiares que se asoman entre fotografías, libros y objetos que guardan un valor emocional y que llenan mi espacio.

Usualmente, en esta época los elementos recurrentes llegaron a mi mente, como el Festival Internacional del Globo y las ocasiones que la ciudad nos ofrece para la convivencia familiar, como los eventos deportivos y culturales. Siempre me ha gustado integrar los elementos que llenan mi vida en la receta de una reflexión que aporte un rico recuerdo y un pensamiento positivo. Pero esta vez, algo raro sucedió… las letras se atoraban en mis manos antes de salir de ellas, se negaban terminantemente a aparecer en palabras cálidas como familia, amor, respeto, trabajo, esfuerzo, paz. No entendía qué era lo que estaba sucediendo hasta que me detuve a escuchar y observar a mi alrededor: la televisión encendida, que solía ser un fondo casi musical para mi labor narrativa, escupía noticias de crimen, violencia, corrupción y burla; la pobreza, el desamparo, la indignación y el odio brotaban de los periódicos con letras grandes y pequeñas, página tras página; los gritos de una vecina eran duras bofetadas para sus hijos, quienes los recibían, humillados, en el patio de su casa, mientras que algunas jovencitas en la calle mostraban un lenguaje más propio de un albañil al intentar llamar la atención de unos chicos agrupados unos metros más adelante.

Entendí entonces lo débiles que se sentían mis palabras ante el muro que se erigía frente a ellas, y me invadió una enorme tristeza por tantos mexicanos que nos sentimos igual: frustrados, e incluso impotentes, ante tantos hechos que nos hieren. Y me dolieron todas aquellas palabras valientes que se lanzaron al viento de los medios de comunicación, levantando la voz y exigiendo un cambio, que enarbolaron un ideal de paz y de justicia y que fueron tomadas, manipuladas, vendidas y maltratadas para utilizarlas en el tejido de nuevas redes de mentiras, que sólo sirven para intereses de unos cuantos, a quienes no les interesa ni tantito lo que le ocurra a los millones de “nacos”, “raza”, “chusma”, ”prole” y otros adjetivos adjudicados a los no-privilegiados, es decir, a todos aquellos fuera de su burbuja de poder.

Y luego me dije, como queriendo justificarlo, que ese veneno sólo proviene de los altos niveles políticos y económicos, como consecuencia a la exposición constante a aduladores, arribistas y proveedores de beneficios adicionales (dinero, propiedades, parejas, inmunidades, etc., etc.) que convierten al poder en una droga de la que es muy difícil (o prácticamente imposible) escapar. Una vez probado el poder, se genera una dependencia superior a la producida por drogas más potentes, y lo irónico del caso es que no sólo es legal, sino motivo de orgullo por parte de sus dueños. Pero al bajar mi mirada a la realidad cotidiana, mi panorama se ensombreció aún más: grupos de comerciantes, vecinos de una colonia, grupos religiosos o sociales y tantos pequeños núcleos, todos requieren líderes y ante ellos se presenta la tentación: la manzana del árbol de poder brilla ante sus ojos y nubla su memoria sobre lo que los llevó al lugar que ocupan; los ideales que abanderaban van quedando cubiertos de palabras halagadoras de un círculo de rapiña que compite por los beneficios que puedan obtener del breve periodo de gloria del rey en turno. Grandes y pequeños son vulnerables por igual.

Comencé a pensar en los grandes líderes revolucionarios que terminaron como dictadores del pueblo que los siguió. Quienes comenzaron a luchar por la justicia y la protección al desvalido y terminaron por creer que su llamado era “divino” y por tanto, se sintieron redentores y hasta dioses. Y luego vi a sus pequeñas réplicas, las cotidianas, que como un muñeco a escala repiten las acciones en su pequeño escenario. Tienen su corte y alimentan su ego escuchando lo brillantes que son, las grandes que son sus obras y lo importante que es su opinión y su presencia, tanto que el mundo – su mundo – sería prácticamente un infierno si no existieran. ¡Bueno, hay quien llega a convencerse en su belleza aunque sea la copia viviente de “Chucky”, o que tienen voz de tenor cuando desafinan hasta en la regadera! Y claro, brotan como margaritas aquellos que tienen esposo o esposa “trofeo” creyendo de corazón que los aman por su linda cara…

Todo ello daba vueltas y vueltas en mi cabeza y me alejaba del teclado de la computadora cada vez más, pues no quería lastimar más a mis pobres palabritas, que ingenuas, querían seguir transmitiendo un mensaje sobre lo bello de la vida. Y ese día, perdí la inspiración.

Pero como en la caja de Pandora, una palabra siguió aferrándose a mi mente y negándose a abandonar su lucha: la Esperanza. Y no me abandonó. Me habló al oído a lo largo de esta larga tormenta de negatividad y me hizo ver que aún quedan cosas por hacer, motivos para vivir y para luchar. Hay gente buena que veo a diario, personas honestas y positivas que hablan con la verdad aunque a veces ésta sea dura, personas que te motivan y te dan aliento sin esperar nada a cambio y familias y amigos que están unidos por el amor y no por la conveniencia. Y finalmente, que aún podemos cambiar el futuro si nos comprometemos con el presente de nuestros niños, si desde ahora les enseñamos a no exigir ser el centro de atención, a no encapricharse por lo material, a fomentar su riqueza interna fortaleciendo sus valores a través de nuestro ejemplo.

Todavía hay banderas por las que luchar, como el amor, la paz, la educación, la justicia… y aún hay Quijotes que luchan sin miedo a caer, porque saben que otros muchos vienen detrás, con la misma fe que ellos. Y un día vencerán.