Futbol y villamelones
Me operaron. Nada grave, pero tuve que convalecer en cama por semana y media y sin salir de casa hasta completar las dos semanas. Para mi ritmo de vida, eso es una sentencia para todos en casa que tendrán que lidiar con una leona enjaulada… pero esta vez me hice a la idea e intenté sobrellevarlo de la mejor manera: libros, películas clásicas, juegos (de mesa y electrónicos) y algunas incursiones a la red. Pero la odisea apenas comenzaba.
A mitad de mi recuperación, comenzó el Mundial de Futbol 2014, la fiesta en grande, la celebración en pleno y el surgimiento de especialistas en arbitraje, estrategia, defensa, ataque y estadísticas futboleras en el 99% de la población a mi alrededor. Yo, una humilde ignorante deportiva hija de una apasionada del juego del hombre, que pasé mi infancia huyendo de todo aquello que oliera a deporte y refugiándome en mis libros, mi música y el arte en general.
Pero cada cuatro años, el crisol de la fiesta reúne a expertos, apasionados, neófitos y curiosos en torno a un balón y los grupos de modernos guerreros que entrarán al campo de batalla defendiendo sus colores, su patria, su gente y su honor. Y por unos días el espíritu patriota –bueno, en ocasiones, patriotero– resurge e inunda las calles, casas y puntos de reunión. Por unos momentos somos uno, aunque en el camino se desdibujen los temas trascendentales y las prioridades y presiones de nuestra vida cotidiana.
En esta ocasión comenzó con la rutina familiar de la quiniela. Amigos y familiares reunidos, tratando de competir ya sea por el conocimiento o la buena suerte, adivinando quienes serán los equipos que avancen hasta el final, para coronarse campeones del mundo. Como de costumbre, a nosotros, los intrusos, nos corresponden los reproches y reprimendas por nuestra falta de pericia y conocimiento del estatus de cada equipo, así como de las estadísticas y nombres de los jugadores. ¡Y a mí qué me importa qué posición juega tal o cual jugador de Alemania o Italia, ni cuántos goles anotó o atajó! ¡A mí simplemente se me hizo guapo y por eso escogí la casilla de su equipo, caramba! Y cuando grito en un partido de México, aunque apenas comienzo a reconocer caras, no me importa porque coreo con la misma alegría y entusiasmo cada gol como lo hacía mi madre, experta en jugadores, alineaciones, estadísticas y más. En la fiesta mundialista no hay distinción, cualquiera puede participar. Y es que, como comentan los amigos, el encanto del futbol viene de su universalidad, porque no requiere equipo ni espacio especiales: en cualquier calle o terreno llano y hasta con una lata, botella de refresco o piedra. Con que se junten dos o más amigos comienza la épica batalla y no tiene límite de edad. Sin distinción de clase social ni de nivel de estudios, pertenece a todo aquel que lo acoja y lo siga, y regala a cambio momentos de emoción y alegría. Aunque en ocasiones queda como única alternativa de recreación y desarrollo conocida por muchos, lo que cierra las puertas a otras alternativas como, por ejemplo, la capacitación académica y técnica, y el desarrollo en las artes. En muchos casos suelen convertirse en mundos antagónicos, pese a la capacidad que tiene el ser humano de practicar y disfrutar mucho más que una sola actividad.
Y bueno, la verdad es que podemos compaginar los gustos, alternando los momentos de arte con el esparcimiento deportivo, la jornada laboral y escolar y los momentos de entretenimiento entre compañeros y amigos. Si bien ahora nuestros empresarios se ven en serios aprietos pues como siempre, les dieron la mano y se tomaron el pie, y ahora los empleados piden ver no sólo los partidos de la selección nacional, sino el resto de ellos, juegue quien juegue, como si en verdad fueran unos auténticos seguidores de Ghana o Costa de Marfil. En fin, como decía mi suegra, en alguien tiene que caber la cordura. Yo, por lo pronto, me alisto para los partidos que vienen, con unas botanitas y la quiniela lista, para ver qué tanto vamos ganando o perdiendo contra mis primos y cuñados, futboleros de corazón.