Nostalgia Ochentera
Minifaldas de olanes con crinolina, copetes formados con latas de refresco y el famoso “super-punk” (especie de pegamento instantáneo que no dejaba mover un cabello fuera de su lugar), sombras de arcoíris en colores vivos y uñas medianas haciendo juego con el ajuar. Los zapatos iban de extremo a extremo: por el día zapato al piso y en la noche tacón de aguja obligado. Los chicos con sus chamarras de piel y corbata delgada con sus tenis Nike o usando chamarras tipo salvavidas, jugando a desenmarañar el “Cubo de Rubick”. El reciclaje de modas fue notorio al retomar el estilo “Vaselina” con toques de plástico industrial de colores y picos de metal.
Aun con el miedo permanente con el que crecimos hacia la Tercera Guerra Mundial (siempre aparecía en programas, películas o caricaturas de aventura el famoso Botón Rojo), la juventud vivía bajo la idea de que todo sería mejor en el futuro; nos sentíamos una generación privilegiada. La música comenzaba a cambiar, comenzaba el “Rock en español” y el “Pop Latino” con Miguel Ríos, Laureano Brizuela, Mecano, Hombres G, Richie e Poveri, Enanitos Verdes y Olé Olé. En las “tardeadas” de las pocas discotecas que permitían el acceso a jovencitos de preparatoria (los papás te llevaban a la puerta y ahí te recogían al salir), estos grupos se enfrentaban como iguales a anglosajones como Madonna, Wham, Culture Club, Toto, Duran Duran, Heart, Bryan Adams, Whitney Houston, Lionel Richie y el “Rey del Pop”: Michael Jackson.
Fuimos la generación Parchís y Timbiriche: un exitoso experimento de armar grupos infantiles que crecieran con su público. Después llegaron los concursos Juguemos a Cantar y el programa Chiquilladas, que se convirtieron en semillero de artistas para Televisa. Fórmula que ahora se busca repetir con “Pequeños Gigantes” y “La academia Kids”, por cierto.
Comenzaba el furor por la tecnología: fuimos padres de los videojuegos y nuestras expectativas volaban hacia el futuro, con patinetas flotentes y autos voladores (¿Recuerdan esa película de Michael J. Fox?). Los videos musicales eran muy sencillos: espejos en caleidoscopio, chicos tocando y cantando en un escenario muy sencillo y coreografías “callejeras” como “All night long” de Lionel Richie y su par latino “Este ritmo se baila así” de Chayanne.
Era muy marcada la diferencia entre el “chavo fresa” y los “rockeros” y no voy a negar mi pertenencia a los primeros, aunque recuerdo más de una vez envidiar a mis amigas rockeras que se atrevían a tocar las canciones de Pat Benatar a la salida de la escuela en sus grabadoras portátiles. También comenzaban los niños “bonitos” que sacaban su lado frágil y sensible, para beneplácito de las jovencitas que soñaban con su Karate-Kid -o en el medio Televisa, Oscar Athié-. Todo esto era remarcado por la imagen social americana que nos invadía en películas y que era transformada a un contexto local: quizás aquí no había chicas porristas y capitanes del equipo de futbol, pero el concepto de los populares, los estudiosos (comenzaba el término “Nerd”), los rebeldes y los rezagados sociales se hacía cada vez más evidente (los estereotipos eran referenciados en programas como “Cachún cachún Ra Ra”).
Pertenecer a un grupo del medio artístico era difícil: la meta de los jóvenes era ser “populares”, no “cultos”, por lo que esas actividades se movían dentro de un grupo más selecto, quizás más rebelde e incomprendido. Curiosamente, los padres de familia tradicionales no impulsaban esta tendencia en sus hijos, prefiriendo en su mayoría el brillo social sobre el cultural. Aparecieron las peñas, los cafés, para dar espacio a música de trova y otros géneros, así como escaparate de arte contemporáneo hermanado con artesanía mexicana. La cultura y el arte se abrieron paso, adaptando su idioma y sus medios en medio de esta aparente superficialidad.
La ochentera fue una generación abierta a la biculturalidad, preludio del globalismo actual, que siendo materialista no perdía su inocencia pero ansiaba más. ¿Cuánto de lo que soñamos hemos logrado? ¿Qué realidad miraría ese adolescente si de pronto se viera aquí, ahora, con nuestros ojos? ¿Hemos cumplido nuestras expectativas o nos alejamos del futuro que anhelábamos? Somos ahora padres de familia, y en muchos casos, padres de adolescentes que –como nosotros– están comenzando a soñar, a pensar en el camino que los llevará a su futuro. Ya no le preguntarán a la “Bola 8” si se cumplirán sus deseos, sino que buscarán alternativas por internet.
Quizás ahora nuestro mejor apoyo vendrá del conocer y entender su generación como lo hicimos con la nuestra, y dejarlos conocer un poco al adolescente que alguna vez fuimos. A diferencia de nuestros padres, nuestro modo de vida de adultos nos da las herramientas para suavizar el desfase generacional, mientras estemos dispuestos a salvar las barreras de comunicación que la tecnología va sembrando en nuestro camino, utilizando estas herramientas como puentes que nos acerquen a ellos y no islas que nos alejen cada vez más. Tal vez un día, al ser adultos, miren hacia atrás y sientan una dulce nostalgia por su época de adolescentes, como nosotros ahora por nuestra juventud ochentera.