martes. 23.04.2024
El Tiempo

¿Quién se encarga del bullying?

"¿Dónde queda entonces la autoridad escolar para poner freno a dichas situaciones? ¿Dónde el apoyo de los padres para mantener a sus hijos en un ambiente de cordialidad y libre de violencia? ¿Hasta dónde la legislación se convierte en herramienta u obstáculo para la aplicación de estrategias que ayuden a la erradicación de este problema?"

¿Quién se encarga del bullying?

En una reflexión sobre lo que nos espera el año escolar próximo, y lo sucedido en varias instituciones educativas –de la ciudad y del país–, comentábamos en un grupo de amigos sobre las nuevas propuestas para evitar el bullying en las escuelas, y las circunstancias que rodean a este problema actualmente.

Un punto de concordancia es que el entorno familiar influye en los niños y suele ser, en muchas ocasiones, una cadena de maltrato y violencia intrafamiliar que desemboca en un abuso escolar como válvula de escape del hijo. En otros casos, una educación excesivamente permisiva, centrando las acciones familiares en complacer al niño, que lo vuelven una persona egocéntrica y abusiva.

Hace años, los apodos eran un elemento común en los grupos de niños, quienes al adquirir uno de ellos, pasaban a formar parte del equipo, sin que por ello se tuviera una problemática mayor. Sin embargo, al paso de los años esto se volvió una herramienta de agresividad y por tanto un elemento prohibido en las costumbres infantiles. Y eso está bien, pero llega un momento en que tanta protección también ata de manos a quienes intentan interactuar para poner límites dentro del aula y quién sabe, a futuro, tal vez dentro de la familia misma.

Tenemos además las medidas que se toman en las instituciones para erradicar el problema de manera efectiva, sin por ello encontrarse ante otros conflictos por las disposiciones educativas actuales. Por ejemplo, recordábamos que nuestros padres y abuelos decían que El valiente es valiente hasta que el cobarde quiere, y regía una especie de Ley del Talión con los chicos abusivos que no entraban en razón: Si te pega, si te pellizca, si te molesta, devuélvesela. Y tenía cierto sentido en el contexto de que aprendiéramos a defendernos. Funcionó muchas veces, pero otras no. Y es que existen niños que aun teniéndola, evitan la fuerza física como medio de defensa. Y aquí es donde entran otras alternativas, como el diálogo entre los involucrados y la confianza en las autoridades correspondientes, propuestas sociales, académicas y familiares que van saliendo a la luz, y que los padres pedimos sean la respuesta en esta búsqueda de un mejor ambiente para nuestros hijos.

Pero ¿qué herramientas dejamos a esas autoridades, es decir, maestros, coordinadores, directivos? Antes se detenían los abusos mediante castigos, suspensiones y reportes. Se llamaba a los padres del chico abusivo y éstos aplicaban las sanciones correspondientes en casa. Ahora, los maestros no pueden alzar la voz ni amenazar al pequeño con dichas consecuencias, pues al día siguiente tendrán seguramente a los padres del niño (solos o en ocasiones hasta con abogado), argumentando la predisposición de la escuela para con su pobre angelito, incapaz de las difamaciones que le imputan. Sí, esos padres que ponen el grito en el cielo cuando su princesa sacó 9.9 en lugar de 10 (claro, ni qué pensar por parte de la maestra ponerle un 8 o algo menor, aun cuando lo merezca), o que exigen que su niño destaque en la obra escolar, el baile o la escolta, sin importar los méritos obtenidos; aquellos que suelen ver a sus hijos a través de un cristal de perfección, nada relacionado con la realidad cotidiana que viven sus compañeros y profesores. Y otros que no quieren involucrarse en el problema, y que exigen como fieras que sea la escuela la que lleve la carga total de la educación de sus hijos, que representan un problema a sus muy ajetreadas vidas.

Comentábamos el caso de una chiquilla que sometía a otros niños en un sistema cada vez más elaborado al paso de los años, cuyas víctimas solían ser niños callados y pacíficos, quienes comprendían muy pronto la impunidad de la situación, pues la niña llegaba a tener control incluso sobre actividades de las maestras. Uno de estos niños prefirió pedir a sus padres el cambio de colegio, a seguir enfrentando la presión diaria de la niña. Al paso de los meses, coincidió en una fiesta de cumpleaños de una amiga con la directora de su antigua escuela, la cual escuchó la conversación de los niños, donde el pequeño explicaba su cambio de escuela por causa de la pequeña abusadora. La respuesta sorprendió a la madre del niño y a su vez a nosotros en esta charla: Nos hubieras dicho eso, para cambiarte de salón. ¡Es decir, que era más fácil mover a las víctimas de grupo que poner un alto al victimario, por muy identificado y comprobado que estuviera! Y así fue, pues otros dos niños del mismo salón habían sido cambiados de grupo, sin hacer mayor ruido y sin tocar el tema con la familia de esta pequeña tirana.

¿Dónde queda entonces la autoridad escolar para poner freno a dichas situaciones? ¿Dónde el apoyo de los padres para mantener a sus hijos en un ambiente de cordialidad y libre de violencia? ¿Hasta dónde la legislación se convierte en herramienta u obstáculo para la aplicación de estrategias que ayuden a la erradicación de este problema?

La carga no puede dejarse totalmente en manos de las escuelas, pues es en casa donde se viven los valores día a día, pero también es necesario trabajar en conjunto, hacer equipo con la escuela de nuestros hijos, estar pendientes de lo que sucede y tener una comunicación efectiva con nuestros hijos, maestros y otros padres de familia, para detener el problema antes que genere consecuencias que afecten su futuro. Es importante que los niños vivan desde el centro mismo de su familia los valores de respeto, igualdad, comunicación y armonía. Que aprendan a ponerse en el lugar de las otras personas para tratar de entenderlas y buscar una convivencia sana y equilibrada, y enseñarles a ayudar a los demás, a usar sus habilidades y fortalezas para beneficio de su comunidad.

Pero sobre todo, no cerremos los ojos; estemos atentos a las señales de alerta. Detengamos a tiempo esta violencia y ayudemos a nuestros hijos a vivir en paz.