Diario de Campo • No • Luis Miguel Rionda

"Nadie previó que el orden liberal que nos dio desarrollo y una relativa paz social incubaría el huevo de la serpiente del populismo autoritario de corte echeverrista..."

 

No. No voy. No voy a asistir. No voy a asistir a votar. No voy a asistir a votar para legitimar un fraude anunciado.

El 5 de abril de 1979 tramité mi primera credencial para votar: una papeleta de papel amarillo barato que rezaba “Credencial permanente de elector”, firmada por el director del Registro Nacional de Electores. Con ese papelito, que llenó una secretaria aburrida con su vieja máquina de escribir mecánica, voté el 1 de julio de 1979. 

Eran otros tiempos. Ya se iniciaba una tímida transición política con la reforma de Reyes Heroles. El fraude electoral no sólo era sencillo por la ausencia de medidas de seguridad y vigilancia, también estaba interiorizado por el realismo mágico de los mexicanos de entonces. Había incertidumbre en los procedimientos, pero certidumbre en los resultados: siempre ganaban los candidatos del partido oficial, que dominaba los tres poderes del Estado. 

Imperaba la cultura cívica del súbdito, como lo plasmaron los politólogos Gabriel Almond y Sidney Verba en su libro The Civic Culture (1963): “El súbdito tiene conciencia de la existencia de una autoridad gubernativa especializada: está afectivamente orientado hacia ella, tal vez se siente orgulloso de ella, tal vez le desagrada; y la evalúa como legítima o ilegítima. […] consiste, esencialmente, en una relación pasiva, aunque se dé […] una forma limitada de competencia que es idónea para esta cultura de súbdito.”

Han pasado 46 años desde que voté por primera vez. Mucho ha cambiado México, para bien de su democracia. Se construyó un sistema electoral eficiente, confiable, complejo y garante de resultados aceptables para todos los contendientes. Se concretó la democracia procedimental, aunque quedó pendiente la democracia social. Se superaron los vicios y se logró la transparencia y rendición de cuentas en el sistema comicial. 

Nadie previó que el orden liberal que nos dio desarrollo y una relativa paz social incubaría el huevo de la serpiente del populismo autoritario de corte echeverriísta. La victoria de la coalición morenista en 2018 significó el retorno de los brujos, un frenazo al liberalismo y la desarticulación de sus instituciones democráticas. Adiós a la división de poderes; bienvenida de regreso la adoración mesiánica de un nuevo caudillo tropical. 

En 2024 la coalición obradorista conquistó de nuevo la presidencia gracias a la transferencia masiva de recursos públicos al consumo conspicuo e improductivo de masas de electores. Luego se apropió fraudulentamente de las mayorías calificadas del poder legislativo. Ahora, la convocatoria al desmantelamiento del Poder Judicial, disfrazado de democratización, será la puntilla para acabar con el orden constitucional inclusivo y justiciero. Ya no habrá defensa ante el Estado patriarcal, el Leviathán taumaturgo.

No me prestaré a legitimar esta calamidad, que lamentaremos por muchos años. Por eso no saldré a votar, por primera vez desde que aprendí a hacerlo.

 

 

(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal - ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda