Mala imagen y mala entraña

En política la forma es fondo, decía don Jesús Reyes Heroles. Por su parte, los mercadólogos afirman que en política todo es percepción, todo es imagen, todo es un producto que se compra o no. Las realidades sólo existen en función de lo que las personas quieren entender por “realidad”, yo agregaría. Y creo que es en la Biblia donde se dice que “no hagas cosas buenas que parezcan malas”.

Todo esto viene a cuento por el desafortunado incidente mediático que se desató en la redes sociales y luego recuperado por la comentocracia de Guanajuato, e incluso del país, cuando circuló una fotografía del gobernador del estado, Miguel Márquez, obsequiándole un balón de futbol –que por definición se juega con los pies- a un chico carente de sus extremidades inferiores, con motivo del día de Reyes. En efecto la imagen impacta porque es demasiado evidente la limitación corporal que padece el humilde joven José Roberto Lona, originario de Ciudad Manuel Doblado. Uno tiende a cuestionarse “¿Es una broma cruel? ¿Por qué sonríe el gobernador?”

Es claro que el área de comunicación social del gobierno estatal cometió un error elemental al circular la fotografía sin una contextualización de la misma. El set fotográfico del evento se puede consultar en www.flickr.com/photos/gobiernogto, aunque la foto de marras ya fue retirada. Si la foto hubiese sido acompañada de una leyenda que explicara que fue el propio chico quien solicitó el balón, y que no fue una idea del gobernador, habría sido muy fácil evidenciar la mala fe de quienes quisieron hacer leña política del asunto.

Estoy de acuerdo con la explicación expost ofrecida por el Ejecutivo: negarle el balón al chavo hubiera sido un acto de discriminación, ya que nadie puede, ni debe, prejuzgar las habilidades físicas compensatorias que son capaces de desarrollar las personas con discapacidad. Yo recuerdo a un compañero mío en la primaria que tenía una pierna baldada, por lo que tenía que desplazarse con el apoyo de una muleta; sin embargo era un auténtico goleador en las cascaritas que jugábamos. Era mucho mejor que yo, sin duda.

Pero los políticos no deben olvidar que están permanentemente expuestos al escrutinio público, que no sólo suele ser agudo, sino que con frecuencia es cruel y de mala leche. La imagen debe ser cuidada con total escrúpulo para evitar linchamientos públicos como el que ahora padece Lucerito, a quien acusan de depredadora de especies en extinción. La exageración y la parcialidad suelen ser los ingredientes que funcionan como la sal sobre las heridas abiertas por las imágenes. Cualquiera de nosotros puede ser capturado en una mala circunstancia, en un mal momento o lugar. Ahí tienen al Christian Castro, quien se ha convertido en el meme del momento por culpa de su afición a publicar sus fotos íntimas.

Por otro lado, no estoy de acuerdo con los que condenan a las redes sociales por ser los vehículos primigenios de estos escándalos imaginarios –palabra derivada de “imagen”-. Las redes electrónicas son una simple herramienta de comunicación, que han evidenciado sobradamente su potencial para forjar comunidades vigorosas que comparten información, aspiraciones, convicciones, y no sólo mentiras, insultos y calumnias. Sirven tanto para lo bueno como para lo malo, al igual que el papel sobre el que se imprimen desde libelos despreciables, hasta literatura excelsa. Son sólo medios, vehículos, caminos. Las redes en sí no son protagonistas de lo que contienen; son como el vaso, que no es responsable del tipo de bebida que se le vierte: puede ser leche o agua, pero también puede ser veneno mortal.

Una sociedad moderna es mediática, ni modo. Pero los ciudadanos debemos aprender a interpretar los contenidos de los medios, y saber decantar lo real –al menos lo que juzgamos como tal- de lo falsario, lo tramposo, lo artero. Condenar o incluso prohibir un medio es un absurdo que hoy sólo ocurre en tiranías como Corea del Norte. No hay censura que valga en un país que aspira al respeto de las libertades, sobre todo la de expresión. Nuestra máxima debe ser: “Tú eres libre de mentirme; yo soy libre de creerte”. Así de simple.

No creamos todo lo que vemos. Como decía el Principito de Saint-Exupéry: “lo esencial es invisible a los ojos…”

 

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