De las calles y el andar • Miguel Ángel García

“Las calles […] se han convertido en trayectorias oscurecidas por el miedo, en ausencia de sentido colectivo…

De las calles y el andar • Miguel Ángel García

 

El siglo XX afirmó a la ciudad como el escenario para la vida. El triunfo de la modernidad hizo creer, con Le Corbusier, en ciudades radiantes, en el automóvil, la zonificación y la funcionalidad en el uso del suelo como nuevos instrumentos para la poesía de la ciudad. Los avances en la ciencia, en la economía, permitían pensar en que la ciudad era el escenario y la puesta en escena de la civilización. Le Corbusier abolió la banqueta en favor del automóvil, la posibilidad de andar en favor de la fortuna de viajar.

En ciudades como León, en muchas calles existe el pavimento para los autos, pero no banquetas para los peatones. En muchos lugares, cuando hay banqueta, la única posibilidad de paisaje para el andante son los grandes muros que esconden las casas y que al mismo tiempo nos muestran nuestro afán de segregar a los demás. Las calles, que debieran ser, como escribió Virilio, los corredores del alma y de las oscuras trayectorias de la memoria, se han convertido en trayectorias oscurecidas por el miedo, en ausencia de sentido colectivo, que hace que en esta época las calles y sus banquetas hayan dejado de ser el espacio público primordial, el primer punto de encuentro de la gente, para convertirse en espacios donde el alma se puede escapar en cada paso.

Andar por la calle, encontrarse (a otros y a sí mismos), era hasta hace pocas décadas, una de las formas más bellas de vivir la ciudad. El ¡buenos días! dirigido a quien encontrábamos en la banqueta (inclusive en la opuesta), se convertía en una declaración del sentido de comunidad. Balzac escribió su teoría del andar como una afirmación de que es posible reconocer nuestro carácter a partir de la forma de andar: Los hombres de letras suelen inclinar la cabeza; No esperéis nada del desgraciado que baja la cabeza, ni del rico que la levanta, escribió entre tantas otras cosas, para concluir que en la ciudad podemos encontrar ¡Tantos hombres como maneras de andar! Intentar describirlas todas sería [...]. Renuncio a ello. Si Balzac renunció al reconocimiento de tantas formas de andar, no renunció a la posibilidad de la calle como contenedora de la vida pública, de la formación de ciudadanía, del encuentro con el otro, que fue siempre la poesía misma de la ciudad en las distintas horas del día.

Y renunciamos a conocernos, a encontrarnos, cuando abolimos la banqueta, y acentuamos nuestra convicción de segregarnos cuando construimos para el automóvil.

La generación de la llamada contracultura en los años sesenta, hizo emerger las dudas sobre el camino de las ciudades; los provos (provocadores) holandeses con Van Duijn, sacaron sus bicicletas a la calle para convocar a la gente a preferirlas sobre el automóvil, y pintaron de blanco las chimeneas para exorcizar al automóvil y a la industria contaminante y llamar la atención sobre lo que veían como necedades modernas. Todo como un síntoma de que los tiempos estaban cambiando. “Your old road is rapidly aging” cantaría Bob Dylan a la modernidad que, con Le Corbusier, rápidamente envejecía.

Hoy podemos intentar conocer a quienes comparten con nosotros la misma ciudad a partir del automóvil que manejan, pero si Balzac, en los Grands Boulevards de París pudo intentar conocer los caracteres a partir de los modos de andar, hoy muy probablemente no podría hacerlo a partir del automóvil que maneja (aunque la forma de conducir puede también hablarnos del carácter del conductor). Y menos tener la escala del andante en la banqueta.

Lo que queda de la calle en las ciudades de hoy, es solamente la expresión material de nuestro afán de “resolver los problemas de movilidad”, que asociamos más con el transporte público, o con el uso de bicicleta, que con la posibilidad de construir espacios para la vida colectiva a partir de pensar que el andar por la ciudad, ha sido siempre una de las mejores formas de construirnos como colectividad social. Necesitamos ciudades para el peatón, para la persona.































.